Hace diez años un grupo de cronistas gastronómicos de visita en la Fiesta de la Vendimia de Ovalle, habrían acuñado el término «vendimias de tierra», en relación a aquellas fiestas que no sólo alardean de un producto llamado «vino», sino un de evento donde el vino es uno de tantos calcos utilizados para imprimir las situación cultural del pueblo o ciudad que la celebra. Para el caso de Ovalle, fueron chefs, delegaciones de turismo, municipio, pisqueros y viñateros, quienes entendieron que toda persona y producto actuando como sinónimo de la ciudad o localidades cercanas, debían resoplar mediante altavoz. Se dio cabida a la dulcería nortina, vinos uvas asoleadas, quesos de cabra, piscos, aceites de oliva, vinos tradicionales de grandes y pequeños productores, artesanos en madera, así como expertos cocineros con chivitos y corderos asados. El Mercado Modelo abrió sus cocinerías, conteniendo visitantes a los cuales bajo aparente discreción, se les explicaba porqué Ovalle se enorgullese de una gastronomía que estrecha relación entre mar y tierra. De fondo, movilizaron a toda la ciudad, creando una fiesta de fina curatoría concentrando el sabor y espectro irrepetible del lugar, a pesar que en el resto del país, se realizaban fiestas de similares características. Pero la vendimia de Ovalle, en acuerdo con los cronistas que la visitaron durante tres años, fue distinto a todo.
No importando pueblo o ciudad, las fiestas de vendimia de hoy aceleran su triunfo: semanas antes de comenzar, pronostican la visita de millares de visitantes que siempre serán más que el año anterior. El éxito foráneo y no el local mantiene su prestigio. Lo que viene a continuación es un concierto de homogeneidades, o lo que puede considerarse el sello de las vendimias chilenas: se repiten puestos de cocinería de oportunidad, artesanía, cervecerías, viñas y viñateros ubicados en cubículos o bajo alero de encarpados, los cuales procuran orden y seriedad estética, comprendiendo que la ciudad o pueblo fue plastificado con un propósito. Por lo tanto, el tacto con lo real queda suprimido. Como lo hace cualquier plástico cubriendo una superficie rugosa. Los pueblos y ciudades donde se celebra tienden a la pequeñez, por lo tanto el despliegue simula algo feriano, laberíntico, con pequeños circuitos donde la muchedumbre compite por espacio y distracción. Y los espectáculos, una carta segura y variable. O lo único variable, pareciese.
Se habría dicho en alguna ocasión que el modelo fue importado de Mendoza, ciudad donde se realiza la madre de todas las fiestas de vendimia sudamericanas. Cabe razonar, que la vendimia de Mendoza no se enmarca dentro de una feria con circuito. Por el contrario o si tiene algo de eso, el foco más bien alumbra a su carnaval, a la fiesta que copa las calles de la ciudad permitiendo olfatear cada esquina, los restaurantes, boliches, en los cuales se nos invita a sumarnos al espectáculo del Teatro Griego, donde se entiende la diferencia de calibre.
En cambio, las organizaciones de nuestras fiestas chilenas no se espantan de la rutina homogénica. Por el contrario, la reintroducen cada año, porque todavía el formato resiste. Funciona, no complica. Por consecuencia y para cuando finalizan las actividades, incluso el autoelogio es similar: cuentas alegres para el comercio y récords de convocatoria superados.
A estas últimas palabras podríamos agregar una reflexión bien entendida por los economistas, y es que el mercado cuando se traduce a cantidad, no necesariamente indica calidad.
Conocer la Fiesta de Vendimia de Peralillo puede ayudar a discutir aquel asunto desde un comienzo. Por ejemplo. Si la fiestas de Curicó o Santa Cruz buscan ser el centro de Chile durante un fin de semana, la de Peralillo busca ser el centro de la Provincia de Colchagüa. Su prestigio es local, y de aquella vista a lo propio se perfila al exterior. Y si bien la temática es la misma a la de cualquier otra fiesta de vendimia, la forma en que Peralillo traduce los ingredientes viene a ser lo distinto. Como recordamos en Ovalle.
El centro siempre es el vino. En Peralillo y su fiesta lo es igualmente pero decidieron que en la órbita superior rondase por mayoría pequeños productores, los cuales provienen de distintas zonas y pueblos vecinos de la provincia, como Chépica, Cunaco, Marchigüe, Pihuchén, Santa Ana, Santa Cruz, y como era de esperarse, bodegas residentes del pueblo-comuna. El mensaje sin susurros, es que Peralillo puede completar un mosaico que da mayor razón al nombre «Colchagüa», extendiendo la realidad de un valle que no sólo puede ser visto bajo el monocromo de los grandes productores. Que los habían, pocos, compartiendo, y no compitiendo. En ese sentido, asoma como una vendimia representativa de quienes son los eternos caminantes: pueden ser vecinos, conocidos, amigos del pueblo cercano, lo que brinda un resultado visto a flor de retina: el público fideliza con la muestra comprándoles en gruesas cantidades, por cajas, llenando bolsas, festejando el hecho, como si no hubiese otra oportunidad para hacerlo.
El mismo espíritu del vino se ve en artesanos provinciales; entusiasmados, o confiados en que sus relatos e imaginaciones son la intersección donde cruza el arte. Peralillo es tierra de quesos blancos y comparte con especialistas, como Alejandro Thomas, El Fromelier, maestro quesero de la vecina Marchigüe premiado en concursos extranjeros. Quesos de oveja, cabra y bovinos, enseñándonos el producto de aquellas manadas moviendo su sombra por los cerros del secano.
Punto a cerveceros. Si bien estos recelan a los productores de vino (porque en las fiestas de vendimia hay cerveza, pero en las fiestas de la cerveza no hay vinos) su muestra fue acotada y respetuosa. Las postulantes a Reina de la Vendimia, pertenecen a grupos de la tercera edad, son mujeres adultas, cuya belleza fue enfrascada en una fina conserva que no conoce fecha pero preserva todo su sabor.
Tres escenarios parece algo exagerado, pero no lo es. Uno de ellos de temprano recibía a artistas locales extendiendo presentaciones y oratorias por todo el día. Otro para espectáculos infantiles y juegos en aras que no sea sólo una fiesta adulta. Es familiar ante todo. La tarima principal es para el espectáculo mayor, con esos artistas que hacen bailar y cantar a una masa de personas que parece tumultuosa, pero que en realidad flota en el espacio. Es la importancia de una fiesta que se estira en un solo plano y no dividida en laberintos.
Es algo más de lo distinto. La vendimia de Peralillo no es un fiesta fragmentaria, dado que se realiza en un ágora como lo es el parque municipal, cuadrangular, a cielo abierto, donde se ven a sí mismos tendidos en el pasto compartiendo botellas y copas vinos, con comida en mano recién salida en las cocinerías, como si estuviesen a propósito creando un anfiteatro humano que está allí para ser degustado. No es la vida huasa en tenida típica montada a caballo, sino más bien es lo que habría señalado alguna vez el empresario gastronómico Patricio Salinas (Parrilla Candil), que si hay algo que define la identidad del pueblo colchagüino, es su afición por compartir y comer a lo grande (es una causa común en aquella provincia que simboliza el patrimonio humano, como señalarían escritores y periodistas). Y agregaría de mi propia cosecha, que gustan extender la sobremesa con vino y conversación, hasta bailárselas y cantar por la madrugada.
Esa fiesta de vendimia, la de Peralillo, un retrato compartido de todo eso, del valle y sus familias, las cuales nunca se han visto en la necesidad de exagerar su propia existencia.
Agradecimiento: Concejal Sebastián Fuentes.