“Yo soy como el tambor de cuero duro y porfia’o,
mientras más me ataca el palo,
más profundo yo he canta’o ”
Osvaldo Torres
Estar en vigilia es esperar, quitándole horas al sueño, es una espera dura, una en la cual estamos en entera disponibilidad para la aparición de la otredad añorada, perdida, ausente. Es también una angustia ante el vacío y la incertidumbre con lo que no solo estamos sino que somos vigilia y al serlo lo hacemos con vigor. Entonces es una acción, no es desesperanza. Es a eso a lo que non invita “La Vigilia” del gran Osvaldo Torres, ante el horror de la desaparición forzada que otros no se atrevieron a contar o que no pudieron en aquellos oscuros tiempos. Fue en 1979 cuando la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos hizo un llamado público a los artistas populares para que estos contribuyeran y ayudaran a la asociación, a través de la creación artística. Numerosos fueron los creadores que se sumaron a esta idea que motivaba e impulsaba la lucha contra el apagón cultural de la dictadura. Pero, la obra de Torres la cantó y la contó en medio de la tristeza y de la represión de una nueva realidad inaugurada por las dictaduras de los años 80 en América Latina, la de los desaparecidos. No es que antes no los hubiera. Con Pinochet se convierte en política de Estado.
“La Vigilia”, es eso precisamente, es el relato desgarrador de una espera, tal vez sin esperanza:
“Sola entre los muros
sola en mis recuerdos
al acecho el cruel invierno
y me faltas lucerito
Y me faltas amor mío”.
Es una pieza poética musical fiel al canon de Osvaldo Torres y que tiene que ver con la tradición oral de la que tanto se ha nutrido, y que incorpora en sus voces a los indios latinoamericanos, integra la figura de la paloma tanto en su fragilidad como en sus fuerzas. Torres sabe beber muy bien de la antropología del norte de Chile, de la sociología regional, y sobre todo de su historia, historia de un combativo movimiento obrero.
“La Vigilia” es una cantata en voz de mujer. Torres rompe el monopolio de los hablantes masculinos que cuentan la historia. Cambia el eje discursivo y le otorga la voz que la Rigoberta Menchú reclama para sus hermanas. Son los aires de los 80, aires que marcan el protagonismo de la mujer. Son los años en que los indígenas piden la palabra. Y por lo general, se la arrebatan a los dueños de la misma.
La obra fue grabada clandestinamente y en condiciones muy precarias. Felizmente la agrupación de familiares asumió su distribución y así fue como quedaron vestigios de este trabajo del cual más tarde algunos artistas nacionales como Isabel Aldunate y el grupo Illapu grabaron algunas canciones individuales de este trabajo.
Si volvemos al presente, a este aciago año de los cincuenta del recuerdo del terror, nos obligamos a agradecer al autor este potente y significativo ejercicio de memoria. Pues la memoria no es un estanco, no es un dato, es un proceso de memorización, en el que los ciudadanos nos apropiamos de eventos, personajes, vivencias, sentimientos con los que redescubrimos el pasado, ese pasado que no pasa.
Es una actualización, desde nuestro presente, de la trama de acontecimientos que van configurando la historia. Es ante todo acción por lo que requiere involucrarnos, entregarnos, ser uno con el otro en su ausencia. Es una construcción que le da sentido a memorizar, pues no es repetir; es una creación, nuestra creación.
Por ello, “La Vigilia” no solo nos enseña, sino que también nos ilumina ese pasado doloroso, lejano, abstracto para algunos. Es una iluminación que tiene un objeto preciso sí, es para realimentar este presente, es para construir comunidad, es para “vigiliar” nuestra vida, es para vigiliarnos a nosotros.
Pudimos experimentar justamente eso cuando la presenciamos en Sala Master de Radio Universidad de Chile el 24 de octubre recién pasado, con el siguiente elenco: Autor compositor Osvaldo Torres. Coproducción y dirección de coro: Silvia Balducci. Solistas y Coro: Isabel Aldunate, Silvia Balducci, Verónica Calderón, Norma Medina, Cecilia Concha Laborde. Actriz: Camila Chascona. Pianista: Ernesto Gonzales Greenhill, Cantante: Francisco Villa. Guitarra, Quena, Charango: Rodrigo Geraldo.

Crédito de ambas fotos: Maricela Ramírez