Basta encender el televisor o la radio en la mañana, para enterarnos de los cotidianos “portonazos", robos, homicidios, ajustes de cuentas, “sicariatos” y un largo etcétera de delitos e incivilidades que pareciera se han tomado las calles de nuestro país. La respuesta de la elite mediocre y simplista chilena es la de siempre: mano dura, que se traduce en más policía, mayores penas, represión indiscriminada, cárcel eterna para todos.
Los “bukeles” chilenos rápidamente tienen todas las respuestas y soluciones simplistas a mano, queriendo empatizar con la atemorizada población, que busca soluciones mágicas a problemas complejos. Retomar la pena de muerte, detener por sospecha a los tatuados, extranjeros y mal vestidos sería muy bien visto por las mayorías; luego detengamos a los “flaites”, los mapuches, los revoltosos y mandémoslos a una isla solitaria, un gulag criollo para que trabajen.
Eso sí, siempre que los delincuentes sean pobres, marginales o extranjeros (no todos los extranjeros, sino los “latinos”), cuando el malhechor es de clase pudiente o uniformado, miremos para otro lado. Así los corruptores, pedófilos, ladrones, traficantes de alto vuelo, evasores de impuestos, chantajistas, ladrones de madera y otros y otras preciosuras de la elite, se victimizan y gracias a defensas corporativas de los amigos del colegio, quedan libres como blancas palomas y ellos mismos piden mano dura para los delincuentes (los otros claro).
Más que una crisis de delincuencia, (que por supuesto que existe y hay que atacar), vivimos una crisis moral, no como la que acusaba la iglesia en los 80 y 90, sino una de doble moral: la de los unos contras “los otros”. A los otros las penas del infierno; cero respetos por sus DD.HH., el debido proceso y los valores fundamentales; a “los unos” comprensión, abogados, buena prensa, presunción de inocencia y las bondades del sistema.
Que puede aspirar un niño de 12, 13 o 14 años de una comuna marginal; la escuela pública municipal le enseña cosas que no le sirven, en los posibles y escasos trabajos le pagan el mínimo con suerte. Jornada completa 44 horas a la semana y no se puede salir de la marginalidad, mientras los soldados narcos pasean en vehículos de alta gama, los delitos de cuello y corbata quedan impunes y la sociedad premia a los ganadores.
La solución a la violencia nuestra de cada día, no es mágica; hay que reprimir, perseguir y castigar el delito y los delincuentes, pero no sólo con recetas únicamente represivas sino con políticas públicas integrales. La crisis moral más que “mano dura”, necesita “mano justa”, firme y enérgica, pero justa e igualitaria, a todos por igual. Los problemas del sistema democrático se superan con más y mejor democracia, no con recetas autoritarias, facilistas y demagógicas y sobre todo oportunas, el problema es hoy, pero las consecuencias durarán muchos años, sino reaccionamos civilizadamente.
Daniel Recasens Figueroa
Periodista