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La violencia política como contracara del coronavirus. Por Rodrigo Aguilera Hunt

Seguramente ante el fonema “Coronavirus” se dispara visceralmente en cada persona una reacción singular, teñida de un sinnúmero de afectos y asociaciones mentales. Ante el escenario de saturación de información del cual somos literalmente víctimas, cual acoso informacional, es un bello desafío escribir algo sobre lo que se habla en todo el mundo con pertinencia y significatividad.

Mucho de lo escrito ha circulado por tres grandes ámbitos:

1- Desde la medicina (virología, epidemiología, inmunología, tecnología médica, farmacología, nutrición, antropología médica, protocolos hospitalarios, etc.)

2- Desde la política y la economía (teorías conspirativas, luchas entre potencias económicas como China y USA, especulación financiera, alcances ecológicos, recesión económica, funciones del Estado/público y del Mercado/privado, seguridad social, reflexiones sobre el futuro del capitalismo global, manejo estratégico de la crisis social, colapso de los sistemas de atención y abastecimiento, medidas excepcionales de política pública y sanitaria, restricción de las libertades cívicas por estados de excepción constitucional debidos a la catástrofe sanitaria, etc.)

3- La espiritualidad y la psicología (la posibilidad de crecimiento espiritual, mensajes meditativos, llamados a la unión familiar, actividades para la infancia, lecturas trascendentes del significado oculto de la pandemia, consejos para el manejo del stress, acompañamiento de personas enfermas, manuales de psicología de la salud y de psicología positiva, etc.) En este escenario se pretende compartir una reflexión con prisma psicoanalítico, tomando la realidad de Chile, e intentando iluminar el problema de la violencia política en relación a los efectos de la pandemia del Coronavirus (COVID-19), en consideración al contexto de crisis social sobre el cual se desarrolla la contingencia.

Ante todo lo que revela una pandemia de tal envergadura es la condición de fragilidad y vulnerabilidad estructural a la vida humana. Freud, en el emblemático texto “El malestar en la cultura” (1930), habla de las grandes amenazas para la vida humana y su felicidad. “El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos. Frente a la magnitud de estos poderes, no nos asombra que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, o de haber sobrevivido al sufrimiento”.

Es decir, más allá de todos los esfuerzos culturales por negar la fragilidad y generar artificios triunfales de omnipotencia, subyacen el dolor y la muerte como destino del cuerpo biológico, la naturaleza y el destino como imponderables, y la hostilidad intersubjetiva propia de los avatares y conflictos de la convivencia social.

¿Cuál es la relación entre estas amenazas y la política? ¿Cuáles son las coordenadas particulares de la sociedad chilena? ¿En qué campo social e institucional se despliega este virus como amenaza?

La política es ante todo el campo donde la alteridad cuenta; es decir, es aquella inscripción que señala que no existe un Sujeto sin el Otro. Otro con mayúscula, entendido en su sentido lacaniano como el registro simbólico del lenguaje, la cultura y su respectivo pacto o lazo social. ¿Qué sucede cuando el Otro se torna amenazante para la -integridad del yo- de la ciudadanía y sobre ese contexto adviene la amenaza de un virus mortífero? ¿Qué ocurre cuando las instituciones fundadas para proteger al colectivo se vuelven insuficientes y están severamente deslegitimadas?

Por ello es que podemos sostener que el Coronavirus es un fenómeno político que circula tanto por las vías respiratorias como por las vías institucionales: legales, financieras, discursivas, gubernamentales y simbólicas.

El virus se expande en organismos y en subjetividades, de allí que es simultáneamente una amenaza biológica y psíquica. Bajo la forma de la amenaza de muerte del soma proliferan fantasías persecutorias y angustias de contaminación. Por estos días, es menester de la atención clínica de pacientes escuchar el despliegue de múltiples relatos que intentan dar sentido a la experiencia. Dejo algunos ejemplos: “Estos son los costos de las manipulaciones biogenéticas”, “Esto debe haber sido obra de Estados Unidos para frenar el crecimiento económico chino”, “Estos deben ser los chinos y los rusos que con sus alianzas terroristas están tramando algo”, “En Europa están sobre-reaccionando para justificar los neofascismos nacionalistas anti-inmigrantes”, “El gobierno no nos puede decir lo que tenemos que hacer y atacar nuestras libertades”, “El gobierno debiera restringir las libertades de desplazamiento y reunión, ahora-ya”, “Este es un mensaje moral de la naturaleza, donde la fábula es cuidar la Pachamama y volver al equilibrio ecológico perdido”, “La gente se asusta, pero a mí esto no me va a tocar”, “La gente no se lo está tomando suficientemente en serio y niegan la gravedad del asunto”, “¿Qué va a pasar si estamos encerrados tantos días?”, ¿Será que tendremos vida, trabajo, dinero, plebiscito?, etc. Como verán, la gama de fantasías y discursos que surgen de la libre asociación son múltiples, pero sin duda representan esfuerzos por simbolizar una experiencia que deviene más traumática en la medida que no se la logra inscribir en alguna red de sentido.

Justamente en los universos de sentido donde cada persona intenta inscribir la experiencia, es donde nuevamente se hace presente lo político. Considerando a Foucault en su abordaje del problema Bio-Político, podemos sostener que la relación que los sujetos particulares tienen con su cuerpo está atravesada por las tramas de poder y los discursos hegemónicos epocales. El neoliberalismo y el capitalismo cultural operan como un mandato inconsciente a desplegar cuerpos omnipotentes: fálicos, productivos, rendidores, independientes y non-stop way of life. Pues bien, el Coronavirus opera con la topología lacaniana estructurada como inmixión de otredad. Si el virus hablase nos susurraría al oído: “Eres frágil, no hay corona que valga, estás abierto al mundo, tu piel es un límite puramente imaginario respecto de la alteridad”. Este no es un hecho puramente micro-biológico, sino ante todo discursivo e inconsciente. De hecho, proliferan los resfríos histéricos (de etiología psíquica) y la tos nerviosa, que satisfacen sumisamente la demanda transitoria del Otro de la cultura en el registro de la fantasía.

El psicoanalista inglés Donald Winnicott hablando de pediatría y desarrollo psíquico infantil sostuvo que los seres humanos nacemos en estado de prematurez biológica y psíquica, lo que nos deja en total dependencia e indefensión respecto de los cuidados del ambiente primario. Ante la pandemia y las angustias de contagio se produciría un fenómeno de regresión a la dependencia, poniendo en jaque el proyecto de autonomía individualista de occidente liberal: Hoy somos conscientes de que estamos vinculados tanto en los cuidados como en los descuidos respecto de la comunidad. Si la alteridad, las instituciones, el discurso y el Coronavirus están entramados, ¿Qué factor ocupa la violencia política?

Seamos directos y puramente descriptivos. En Chile las clases altas con trabajos profesionales, independientes y gerenciales pueden trabajar desde casa, el teletrabajo es una opción bastante llevadera. Por su parte, las clases medias y bajas suelen trabajar en oficios que requieren de la presencia del cuerpo tridimensional. En un contexto de catástrofe declarada e inclusive bajo estado de excepción constitucional dada la gravedad de la emergencia, podemos preguntarnos: ¿Qué la cuarentena sea una opción y no una prescripción universal, no es acaso un modo de violencia, bajo la forma de la discriminación económica de clases sociales? De todos modos estamos ante una paradoja compleja ya que si la resolución fuere decretar cuarentena obligatoria universal, esto sumiría a sectores de la población que salen a la calle a encontrar los recursos para vivir en el -día a día- ante un gran peligro. De ahí el problema de la violencia estructural del modelo económico segregativo: o se expone a la clase trabajadora al riesgo del virus o al riesgo del hambre y la pobreza extremada. En ambos casos está en juego lo primario: la sobrevivencia. He ahí la ética anti-vida de la obscena desigualdad y concentración de la riqueza. En este punto se añaden todas las vulneraciones económicas propias de la precarización laboral: desempleos masivos, reducción de salarios, incertidumbre y exposición a climas laborales inadecuados, falta de protección y garantías mínimas de salubridad en los puestos de trabajo, amenazas de penalización por ausentismo laboral, etc.

Una escena ilustrativa de estos indeseables fenómenos del modelo económico puede graficarse en: “están los colegios y universidades cerradas por prevención, pero el mall sigue abierto”. ¿Será que el mall, es el rostro metafórico del mal? De mala gestión, de deshumanización y de predilección por el capital, la productividad y la rentabilidad por sobre la vida humana. Por su parte, el escenario de crisis financiera internacional y de recesión económica genera las condiciones para el aumento de las brechas de inequidad en la distribución de la riqueza, puesto que en la bolsa de valores y en la compra de acciones, quienes poseen capitales e información privilegiada pueden invertir para luego obtener ganancias en el efecto pivote de la recesión o en su defecto poseen fondos de reserva cuantiosa para sortear la crisis. Distinta suerte corren las pensiones, los salarios, el costo de la vida y los pequeños ahorros del grueso de la población que sufren una depreciación sin efecto pivote posible.

¿Dónde está el Estado? pareciera ser la pregunta tácita. El Estado está eclipsado por el Mercado, y ello decretado constitucionalmente bajo la figura del Estado subsidiario. Ya no hay ciudadanos, hay consumidores y productores. No obstante, el estallido social chileno emergente en el despertar del 18 de octubre del 2019 ha puesto en tensión estas dinámicas y axiomas del capital. Se ha vuelto a hablar de pueblo, se ha vuelto a hablar de participación política, se ha vuelto a hablar de educación y salud públicas, se ha puesto en jaque la democracia representativa, se han revelado todas las formas de violencia económica, simbólica, étnica y de género que hacen parte del escenario cotidiano de nuestro pacto social. Por ello es que no es infrecuente leer por estos días comunicados de movimientos sociales que revelan el sentimiento de desamparo respecto del Estado – “estamos solxs, debemos cuidarnos entre nosotrxs”-. Esto atestigua la falla política y la fractura radical entre el campo social y el institucional, que es precisamente el contexto en el que el Coronavirus visita nuestras tierras. A nivel subjetivo, la vivencia es de un Estado -encarnado en el gobierno y en las desafortunadas intervenciones de Piñera y Mañalich- que opera cual madre/padre negligente ante la vulnerabilidad acrecentada de su pueblo. Es justo señalar que desde la oposición política parlamentaria y extraparlamentaria han surgido propuestas y proyectos de ley que apuntan al resguardo de garantías mínimas para la población con miramientos a evitar despidos durante la crisis, condonar deudas, flexibilizar las jornadas laborales, fijar precios de insumos básicos y servicios para evitar someterlos a la ley de oferta y demanda, entre otros puntos sensibles.

Aún en Chile no estamos ante un escenario pandémico lamentable en términos de muertes masivas, no obstante el panorama es incierto. La reacción individual va desde el polo de la negación (meditar, comer sano, vibrar espiritualmente alto, amarnos y no pasará nada ya que esta es una exageración mediática para controlarnos, someternos y asustarnos) hasta el polo de la paranoia (hagamos lo que hagamos vamos a contagiarnos y probablemente morir). ¿Y qué hay de las reacciones políticas, sociales y económicas? Parecen estar marcadas por la psicopatología de la vida cotidiana: ¿Acaso no presenciamos una bolsa de valores paranoica, un Estado depresivamente débil, una prensa sádica y morbosa, un sistema de salud en colapso psicótico, un mercado perverso y voraz, unos consumidores ansiosos y narcisos, un sentido del humor maniaco, etc.).

Este campo discursivo tiene efectos domésticos: sin duda la convivencia con las familias y con la soledad son una posibilidad potencial para darle profundidad y densidad a los afectos, la espiritualidad, los vínculos y las reflexiones; no obstante, también es caldo de cultivo de ambivalencias en al menos dos cuestiones. La soledad y el -no hacer- pueden despertar núcleos depresivos de la personalidad que pueden estar latentes y tapados por el fulgor del hacer cotidiano. Por otra parte, la convivencia familiar, puede llevar a la expresión más radical de las violencias políticas patriarcales y machistas, que van desde la distribución desigual de roles en labores domésticas y de crianza, hasta el abuso y el maltrato intrafamiliar. Todos estos son temas políticos y de salud pública tan potentes y peligrosos como el COVID-19.

Es de esperar que los estados de excepción constitucional no se vuelvan recurrentes y se naturalicen en nuestra vida democrática, no obstante, las coordenadas del mundo social y natural apuntan a tiempos difíciles de permanente excepcionalidad. En el debate de ideas políticas el filósofo esloveno Slavoj Zizek apunta a que el Coronavirus ha destapado la realidad insostenible de otro virus que infecta a la sociedad: el capitalismo y sus ideologías concomitantes. El dilema es que mientras muchas personas mueren y sufren, la gran preocupación de los estadistas y empresarios es el golpe a la economía. Esto revela una inconciliabilidad o al menos una tensión difícil de resolver entre la salud mental ciudadana y la salud ecológica planetaria respecto de la salud del sistema capitalista financiero neoliberal. ¿Podemos superar el consumismo, el individualismo, la explotación inescrupulosa de recursos naturales, etc. sin atravesar por recesiones económicas y crisis institucionales profundas?

En este sentido, quizá podremos viralizar el pensamiento acerca de una sociedad alternativa que se actualice con valores comunes como la inclusión, la solidaridad global y la cooperación. Este desafío supone además de rediseñar las instituciones y la economía, una suerte de alquimia cultural. Léase, desde la atomización social –transitoriamente radicalizada por cuarentenas- hacia el tejido de lazos sociales que den lugar a la fragilidad, la mutua dependencia y la intimidad.

Los escenarios imaginativos son radicales: o se producen catástrofes por la explosión de mega asteroides, depredación ecológica, calentamiento global, sequía, política de apartheid y guerras civiles por la sobrevivencia o dicho freudianamente: ¿Hemos de comenzar a amar para no enfermar y así hacer triunfar la obra de Eros?

Mg. Psicología y psicoanalista Rodrigo Aguilera Hunt

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