El pasado 1 de agosto entró en vigor la Ley 21.643, también conocida como Ley Karin, cuyo principal objetivo es poner fin al acoso laboral, sexual y la violencia en los espacios de trabajo. Tal vez, al igual que yo, ha notado que muchas masculinidades han reaccionado con incomodidad, miedo o incluso agresividad ante esta normativa. La razón parece estar en que la antes mencionada ley toca una fibra sensible en los hombres relacionada con la forma en que el patriarcado nos ha socializado.
Según el sociólogo Allan Johnson, el patriarcado no se refiere a un grupo de hombres en particular, sino a un sistema social que otorga privilegios a los hombres, estructurado en torno al control y la opresión de las mujeres. En este sistema, los hombres no solo disfrutan de ventajas, sino que también se ven forzados a cumplir con ciertos mandatos: debemos demostrar constantemente nuestro poder en términos económicos, sexuales, intelectuales y políticos, como si nuestra masculinidad dependiera de ello.
La antropóloga argentina Rita Segato llama a esto "Pedagogía de la Crueldad", un proceso por el cual los hombres somos educados desde pequeños para reprimir cualquier emoción que pueda considerarse como una señal de debilidad, como la tristeza o la ternura. Esta represión emocional nos impide crear vínculos profundos con otras personas y nos deja atrapados en una constante demostración de poder.
En una sociedad centrada en el individualismo y que enseña a los varones a competir en todos los espacios, la pedagogía de la crueldad forma a los hombres para tratar a las otras personas como objetos dispuestos para satisfacer nuestras necesidades. En consecuencia, las masculinidades nos relacionamos cosificando, ridiculizando, denigrando y abusando de quienes nos rodean. Esta normativa enfrenta a las masculinidades a una realidad incómoda: todas las actitudes y conductas descritas son violencias normalizadas, prácticas en las que el patriarcado nos educó y moldeó como hombres, y que hoy la Ley Karin busca erradicar.
El caso de Karin Salgado
La Ley Karin lleva este nombre en memoria de Karin Salgado Novoa, una trabajadora de la salud que se quitó la vida en 2019 después de haber sufrido acoso y violencia laboral en el Hospital Herminda Martin de Chillán. Lo impactante de su historia es que el maltrato que sufrió provino de otras mujeres, lo que nos lleva a una reflexión importante sobre el patriarcado: no es un sistema exclusivo de los hombres, sino que permea toda la sociedad. Tanto hombres como mujeres participamos en este sistema, y ambos géneros pueden reproducir estas conductas violentas.
No nos confundamos. Aunque el patriarcado se ha asegurado de que el maltrato no sea un asunto únicamente del género masculino y existan casos de mujeres que también violentan, esto no justifica nuestro actuar agresivo, ni resta gravedad al hecho de que somos los hombres los principales protagonistas de actos violentos a nivel mundial.
La transformación necesaria
La promulgación de la Ley Karin nos invita a cambiar nuestra forma de entender las relaciones de poder y género. Es hora de abandonar los eufemismos y reconocer que lo que muchas veces hemos llamado "bromas" o "malentendidos" no son otra cosa que violencia. Este es el primer paso para construir una sociedad más equitativa y justa.
Este proceso no será fácil ni inmediato. Los hombres debemos aprender a identificarnos con emociones como el dolor, la vergüenza y la vulnerabilidad. Solo así podremos desprendernos de las máscaras de poder que nos ha impuesto el patriarcado y comenzar a construir relaciones más humanas y respetuosas.
En conclusión, la Ley Karin no solo representa un avance en la protección contra la violencia laboral, sino que también viene a interpelarnos como hombres para que miremos de manera crítica nuestra masculinidad, nuestra hombría. Nos desafía a buscar formas de relacionarnos que no se basen en el control y la dominación.
Entonces, compañeros varones… ¿Estamos dispuestos a aceptar el reto?
David Rojas, académico Educación Física UCSH