Llacolén, Ópera de Victor Hugo Toro, composición y dirección musical, Gonzalo Cuadra, libreto Pablo Maritano, dirección de escena, Orquesta Sinfónica Universidad de Concepción, Coro Sinfónico Universidad de Concepción.
La ópera, palabra que proviene del italiano y que significa "obras” musicales teatralizadas, en cuya acción escénica se armoniza el canto con el acompañamiento instrumental y son parte de la tradición clásica de la música occidental europea, allí se unen la música (orquesta, solistas, coro y director), la historia, a contar bajo el género de la poesía (el libreto). En la ópera, están presentes otros géneros del teatro musical, las voces junto a la interpretación escénica, mediante la actuación, la danza o el ballet, las artes escenográficas, mediante la pintura de los telones y decorados, la arquitectura en los diversos niveles de las escenas, los vestuarios y el maquillaje junto a una iluminación precisa y los efectos especiales dependiendo del montaje y de la obra en cuestión. Más de veinte sub- géneros se dan cita en aquello que denominamos ópera, que van desde la ópera de cámara, ópera china, la gran ópera, el drama jocoso, la ópera bufa, por nombrar algunas, pero en todas se combinan las artes del canto coral, los solistas, la declamación con actuación y danza en el espectáculo escénico.
A fines de 1800 e inicios de 1900 se escribieron las primeras óperas chilenas: Siendo la más antigua; La Telésfora, Compositor: Aquinas Ried. Ópera heroica en tres actos 1847. La Florista de Lugano (1890), estrenada cinco años después por la empresa Salvati del Teatro Municipal estrenó la segunda ópera chilena de Eliodoro Ortiz de Zárate, escrita en italiano -como era la usanza de la época-, con texto de Tito Mammoli, esta pieza fue conocida también por su nombre en ese idioma, "La Fioraia". La historia transcurre en 1800 a orillas del lago Lugano, y narra un drama pasional que culmina trágicamente. Por esos años Ortiz de Zárate, desarrolla su Trilogía La Araucana. Lautaro, La Quintrala, Manuel Rodríguez. Primeras óperas con temas de la época colonial y la Independencia. Lautaro, la única obra que se conserva, y se estrenó en Santiago el 12 de agosto de 1902. Ese ha sido el destino de gran parte de las óperas chilenas, son escritas, pero no estrenadas o bien debe pasar mucho tiempo, y en algo más de un siglo se han escrito más de 70 óperas, ya no en italiano en el último tiempo, caben destacar; escrita en 1902: Caupolicán. Tragedia lírica en 3 actos y 8 cuadros del Compositor: Remigio Acevedo. Se estrenó íntegra el 11 de diciembre de 1942, o bien El Corvo, escrita en 1939 de Compositor: Remigio Acevedo y estrenada en Concepción 84 años después bajo la dirección musical del maestro Víctor Hugo Toro, y la dirección escénica de Gonzalo Cuadra, en el Teatro Universidad de Concepción. La Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción y el Coro Sinfónico de la Universidad de Concepción, óperas para niños: La Cenicienta1966, en tres cuadros. Compositor: Jorge Peña Hen. Y con el mismo nombre 18 años antes (1948), Pedro Humberto Allende, también había compuesto esta ópera para niños. Autores como Roberto Puelma, Juan Orrego Salas, Roberto Falabella, Luis Advis, Gustavo Becerra, Sergio Ortega, Eduardo Pinto Lagarrigue, Jorge Martínez, Alejandro Guarello, Patricio Solovera, Patricio Wang. Por nombrar algunos autores y una de las últimas escritas en 2011 Renca, París y Liendres. Compositor: Miguel Farías. Libreto de Michel Lapierre, a las que se viene a sumar Llacolén con libreto de Gonzalo Cuadra y régie de Pablo Maritano con trabajos de proyecciones, de mapping y de escena, con proyecciones y juegos de luces, Víctor Hugo Toro compositor de la música y dirección del Coro Sinfónico y Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción, y estrenada el 11 de junio del 2025. Hemos considerado con ciertas modificaciones de estilo la versión de Oreste Plath, que resume muy bien la leyenda –la cual posee variantes dependiendo de las comunidades que la conservan- se cuenta que, en la Laguna Chica de San Pedro, por ese entonces el agua y la tierra era indígena, y allí vivía el toqui Galvarino con su hija Llacolén, joven princesa mapuche de belleza extraordinaria, con largos cabellos castaños que se los batía el viento cuando corría en medio de la selva, o el agua se los distendía al nadar en la laguna. Siendo la hija predilecta del gran toqui y su estirpe estaba latente la gracia de la mujer araucana, que era arrogante en su andar y su espíritu pronto a estallar. El gran toqui Galvarino entró en conversaciones con el cacique Lonco, que tenía soltero a su hijo Millantú, mocetón como de bronce y ancho pecho, que se había distinguido por su valor en varias batallas, de allí que ascendencia y linaje comprometiera a Millantú con Llacolén cuyo orgullo y valentía sintió ofendida por la elección de su padre, ella habría gustado ser elegida y no convenida, sin embargo, acató la voluntad de su padre. No obstante, la guerra se mantenía en los bosques que se teñían de sangre, entre espadas y mazas, español y mapuche indomable. Llacolén, esperaba a su mocetón el día en que fue vista por un apuesto y gallardo capitán español que a las órdenes de don García Hurtado de Mendoza que se encontraba en estas nuevas tierras, el romance nació a primera vista, con una intensidad tal, que amor los empezó a abrasar y creció en ambos, distinto de aquel impuesto por la voluntad de su padre y la tradición. Cuando llega la noticia de que Galvarino, en singular combate ha caído prisionero y que el Gobernador García Hurtado de Mendoza ha ordenado cortarle las manos para atemorizar a los indómitos hijos de Arauco. Se cuenta que Galvarino soportó serenamente el atroz suplicio y aún más, alargó la cabeza al verdugo para que también le fuese cortada, sin embargo, terminado el castigo y puesto en libertad, amenazó a sus victimarios y corrió a juntarse con sus compañeros para continuar los combates. Estos, lejos de escarmentar ante las atrocidades españolas, al poco tiempo les presentan batalla, bajo el mando de Caupolicán y entre los combatientes se encuentra Galvarino, quien durante la lucha se batió valientemente a pesar de faltarle ambas manos, siendo después ahorcado junto con otros aguerridos, en los árboles más altos de un bosque vecino al campo de batalla. La hermosa Llacolén no supo entonces si amar u odiar a todos los invasores. La desazón y la duda la invadían. Con su alma atormentada y en la mayor desesperanza, fue a buscar la tranquilidad que le faltaba, en medio de la selva, junto a la laguna. Lentamente la noche descendía ocultándola, envolviéndola, hurtándola de su tragedia. Y apareció la luna, en ese momento la noche no sólo rompió el silencio sino también la paz, al galope en su caballo llegó el capitán español, que con palabras de amor y consuelo quería ahuyentar todo pensamiento perturbador de la mente de la joven, pero la tragedia estaba iluminada, y Millantú, desesperado, también buscaba a su prometida. Guiado por el instinto y la selva, penetró en la espesura del bosque y dio con ella. Los celos y la traición de Llacolén hicieron presa en Millantú, y obligó al capitán a entrar en violenta lucha. La espada y la maza se cruzaron innumerables veces hasta que, heridos de muerte, rodaron sobre la hierba los dos cuerpos sin vida, al tiempo que la luna se abría paso por el bosque llenando de amargura el rostro de Llacolén reflejado en la laguna, ella ya trastornada por el dolor de la muerte que guiaba sus pasos, encontró refugio eterno en las profundas aguas de la laguna que hoy lleva su nombre.
Mientras. Hace dos días, se estrenó la ópera Llacolén con la producción de la Corporación Cultural Universidad de Concepción, financiada por el Fondo Nacional de Desarrollo de las Artes Escénicas del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, al tiempo que Marianela Camaño estuvo a cargo de la escenografía y Paulina Catalán, de los vestuarios. Jacqueline Caniguan, profesora de lingüística de la Universidad de La Frontera, aportó con la traducción de algunos textos y comentarios sobre cosmovisión, elementos y vestimentas. Y como en el peso de la voz está en los solistas Llacolén, es interptetada por Marcela González, soprano, la mezzosoprano Francisca Muñoz en el rol de la Machi, el tenor Rony Ancavil como Millantú. El barítono Diego Álvarez en escena como Galvarino, el personaje del capitán español Juan Salvador Trupia, barítono español que remarca el acento peninsular, y en el papel de García Hurtado de Mendoza, el bajo Saulo Jacan.
Por ahora nuestra propia tragedia es que mantenemos el drama de la depredación de los océanos por la industria pesca industrial de arrastre y la maldición mortífera de las mineras en los fondos marinos, mientras tanto los Afganistanos deben abandonar Pakistán (casi 4 millones) donde las mujeres ya perdieron todos sus derechos y las niñas tienen la prohibición de recibir educación escolar por un gobierno talibán que se basa en la interpretación de la ley islámica (sharia) y que gobiernan con el terror al igual que Israel en Gaza desconociendo los derechos humanos y ahora bombardea a Irán, para “eliminar de Israel la amenaza de aniquilación”. dijo el ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Gideon Sa’ar, en Facebook, y en otra escala ocurre lo mismo –limpieza étnica- en California con los ataques de Tramp junto a la guardia nacional y los marines, al contrario de la Alcaldesa y el Gobernador, que intentan ser democráticos y respetuosos de las leyes del estado y de los derechos humanos, y ahora se expanden por otras ciudades, las manifestaciones contra las deportaciones y el exceso de celo policiaco de los supremacistas, que se quedarán sin mano de obra en los servicios gastronómicos y hoteleros, en la agricultura y especialmente en la construcción. Pero cerremos este artículo de opinión volviendo a Llacolén, y felicitando a los solistas, el coro y los esforzados músicos de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción, esta ópera sin duda recorrerá el mundo, porque posee el kimün de una cosmovisión mágica y legendaria, que compartió en hora buena Jacqueline Caniguan, por eso desde acá un gran afafan para Victor Hugo Toro, por su trabajo de composición y dirección musical, a Gonzalo Cuadra por el libreto, a Pablo Maritano en la dirección de escena, régie de Pablo Maritano con su gran trabajo y en especial por los efectos de iluminación, y sin lugar a dudas a la gran Orquesta Sinfónica, de Universidad de Concepción, y al Coro Sinfónico, de esa prestigiosa casa de estudios que en materia de arte cada año, nos sorprende.
Hans Schuster, escritor