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Lo posible y lo incólume. El castigo a las Multitudes. Por Alejandro G. Lagos y Mauro Salazar J.

En los exultantes meses de octubre (2019), abundaron “textos de crisis” y momentos de insubordinación contra la racionalidad abusiva de las instituciones. En la marcha del 25 de octubre se alzaron multitudes que imputaron los mitos civilizatorios de élites sin accesos cognitivos. Nos interesa consignar el déficit de hermenéutica política bajo tres nodos que responden a una complicidad de aporofobias. En suma, los discursos elitarios han limitado la disidencia a “grupos de excepción”, parafraseando al Rector Peña, en alusión a elites fervorosas de futuro y deliberación pública. Octubre, y no Octubrismo –sufijo medial- con sus potencias y desbandes, ha sido tematizado para forzar un “consensualismo enfermizo”, limitando los flujos de antagonismo a un momento turístico. Un frenesí para disciplinar las muchedumbres y aplanar subjetividades indóciles mediante la informalidad de la vida cotidiana.

Una primera idea gravitacional, esperable por lo demás, consiste en la asociación definitiva del proceso iniciado en octubre del 2019 con una genética delictiva-pulsional. Aquí los grupos más conservadores gestionaron la sintaxis del “estallido delictual”, bajo el “imperio de la anomia” restringiendo el orden a una democracia de niños que deben ser alfabetizados. La energía argumental de esta tesis, tiene su centralidad en la destrucción de los bienes públicos, interpelando a sus audiencias con la idea de que, de avanzar este tipo de protestas, hizo colapsar la facticidad neoliberal y sus formas de vida. Con todo, tal argumentación es la forma acabada de múltiples formulaciones que se hicieron al comienzo de la crisis, las que fueron desde teorías de la conspiración que sugerían que soldados venezolanos fueron infiltrados en Chile para destruir la modernización exportada a la región, hasta el crimen organizado en una presunta alianza con sectores de izquierda para desestabilizar el país. En diferentes variaciones conceptuales subsistió la estigmatización del desborde provocada por “goces sádicos”. Entonces, se desvelaba que en el fondo el peso de toda la crisis era de exclusiva responsabilidad de los cuerpos anónimos que coparon el centro de la capital exigiendo transformaciones sociales.

Una segunda tesis, fuertemente promovida por los opinólogos del mainstream, sostiene que hubo una especie de crecimiento desproporcionado de las expectativas de la población joven, debido principalmente, al bienestar del modelo terciario. En suma, en Chile, el neoliberalismo fue presa de su propio éxito. Más allá de la mayor o menor sofisticación del argumento -la que se debe principalmente al expositor que lo lleve adelante ya través de qué plataforma lo exprese-, recordemos que el periodismo sociológico lleva varios años sosteniendo esta tesis, la que dan a conocer de diversas maneras dependiendo de la audiencia que tienen por delante. El argumento fuerza sigue siendo el mismo. Las expectativas inflacionistas de la multitud iliberal que buscó por todos los medios castigar, a través del desorden público, a la élite local. En este argumento los cuerpos anónimos de la multitud, son similares a los de la tesis anterior, sin embargo, tienen un marcador específico: la juventud.

Una tercera tesis, la que tiene una connotación más afirmativa, guarda relación con la urgencia por dar respuesta a las demandas que se expresaron en la calle durante el estallido social. Tal tesis, al igual que las anteriores viene desde la élite política, a saber, de no llevar adelante un conjunto de cambios en los que Chile está al debe, el estallido que ocurrió el 2019 podría volver, cual espectro, excedido de lorismos y barbaries. Acá la noción de amenaza latente enemizacion- opera como un motor argumental que busca, en última instancia, salvar las disposiciones de la articulación democrática bajo estructuración neoliberal. Es necesario hacer notar lo mucho que coincide esta tesis con la restauración conservadora y su pasión securitaria. A diferencia de la primera tesis, esta argumentación es la única que busca actualmente recuperar la hegemonía de manera efectiva, ya que mientras la primera busca aglutinar a la población frente al miedo, la desconfianza y el punitivismo, la segunda vive un extravío profundo, que la tiene plenamente incapacitada de proponer algo, debido a que el argumento central de “la anomía por juventud” difícilmente se sostiene, aunque sea expresada con total elocuencia por televisión abierta, ya que al momento de pensar la hegemonía, se deshace en una reprimenda generacional que desemboca en un extrañamiento tragicómico que es difícil de considerar seriamente para pensar la explosión social del 2019.

La heterogeneidad aquí expuesta –enmudecida frente a la violencia sexual, traumas oculares y todo tipo de vulneraciones-, tienen en común la unidireccionalidad en el establecimiento de responsabilidades sociales, ya sea porque la multitud estaba compuesta por delincuentes; o la multitud eran jóvenes; o la multitud está vigilante frente al accionar de la élite, y, por lo tanto, es una amenaza latente para la correcta administración del territorio local. Lo central es que aquí nos encontramos entonces, con “un actor plural” hablando desde arriba y con ansias por normalizar lo que fue tensionado, en ese sentido, estas hipótesis forman parte de una discusión táctica que se podría sintetizar con la fórmula “reforma o freno”, situación que se vislumbra con bastante claridad a cinco años de la crisis social más grande que ha tenido Chile desde el golpe de Estado. Adicionalmente, asistimos a la subjetividad beligerante del consumidor-deudor que, angustiado por la bancarización de la vida cotidiana, abrazó a las muchedumbres. Ciertamente, y también lo sabemos, el 2019 circularon demandas ciudadanas –genuinas- sobre nuevos derechos sociales desde una demografía que pedía cambios sociales, a saber, nueva Constitución, royalty minero, No + AFP, cese de los abusos del retail, las demandas de género, derechos feministas, y acerca de la privatización ominosa de los recursos naturales –el agua, por ejemplo–. El derrame de insurgencia se expresó en la calle como catarsis de una modernización sin subjetividad, sublevación popular que rechazaba la política institucional, los juegos de poder y la maquinaria de pactos. La ingobernabilidad de las multitudes –insurrectas– terminó pudor desactivar temporalmente la relación entre hegemonía y vida cotidiana.

La pregunta conservadora que asedia al estallido del 2019 guarda relación con las lecciones que deben extraer las “multitudes salvajes” sobre un proceso sin horizonte político. Con todo, las causas múltiples del estallido -que en palabras de los intelectuales mediáticos- no tienen relación alguna unas con otras, aún permanecen en vilo. Ya sea con la canasta básica, los sueldos inflados de políticos devenidos en académicos y los abogados expertos en el tráfico de influencias, el gran problema está ahí, incólume. En ese sentido, quizás sea posible que la multitud haya intuido, o al menos alguno de sus mil rostros, que si hay una próxima vez (si es que la hay), el proceso que se inicie debe llegar a su final.

Por fin, el informe PNUD 2024, ha dado cuenta de un conjunto de demandas frustradas, exponiendo una factualidad critica, que devela la materialidad igualitaria que aún sostiene la Revuelta del 19.

Alejandro G. Lagos
Mauro Salazar J. _Doctorado en Comunicación. _UFRO-UACh

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