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Lo sabíamos desde hace 50 años: Estados Unidos y el derrocamiento de Allende. Por Gustavo Gac-Artigas

Yo lo sabía, usted lo sabía, mi vecino lo sabía, mi hermana lo sabía, mis compañeros de curso lo sabían, todos lo sabíamos, sin embargo nos dejaron vagar por este mundo repitiendo lo que todos sabíamos sin que dieran crédito a nuestra palabra, pero eso también lo sabíamos.

Hace 50 años nos condenaron. No fue por el cobre, aunque era por el cobre; no fue por nuestro poderío militar, aunque las armas nos las vendía el imperio, y si bien ínfimos, éramos parte de ese jugoso mercado; no fue por nuestra ubicación geográfica, aunque estábamos en el Finis Terrae, lo que en buen chileno se traduce por “allá donde el diablo perdió el poncho”.

Lo supimos cuando en octubre 26 del 1970 asesinaron al comandante en jefe del ejército, general René Schneider; cuando en octubre del 72 las compañías norteamericanas lograron el embargo de un cargamento de cobre en Francia, y luego en enero del 73 de un segundo cargamento en Hamburgo; cuando pusieron en el mercado parte de las reservas estratégicas de cobre de los Estados Unidos para hacer caer su precio hasta el nivel del costo de producción, y recordemos: “el cobre era el sueldo de Chile”; cuando maletas repletas de dólares circulaban en las calles de Rancagua para mantener a los mineros de El Teniente en la huelga del 41%, vergonzosa época en la historia de los mineros del cobre. La guerra económica fue y es un arma terrible en manos del imperio, ¿cobre, petróleo, alimentos?

Con el pasar del tiempo –50 años no es nada– el saber se fue olvidando, las voces apagándose, ello es mejor para algunas conciencias. La historia se ocultó en cajones hasta que del Archivo de Seguridad Nacional de los Estado Unidos se comenzó a sacar a la luz documentos inéditos. Aquello que se sospechó, pero no se pudo probar, estaba en esos documentos: la responsabilidad de los Estados Unidos en el derrocamiento de Allende.

Nos derrocaron “por el ejemplo”. Éramos un buen ejemplo y por ello nos derrocaron; una voz que se alzaba independiente era mala para el imperio, alguien podía tentarse, el “socialismo por la vía democrática” destruía una estrategia de dominación, la justificación de las agresiones.

Desde el fin del mundo, el ejemplo de un país de allá donde el diablo perdió el poncho podía fructificar no solamente en nuestro continente, podía atravesar las grandes aguas y expandirse como un viento de libertad por el viejo continente.

Incluso si lo pensamos a la distancia nuestro éxito habría podido reflejarse en vientos libertarios más allá de la cortina de hierro; Checoslovaquia estaba fresco en mi memoria, en el 68 me encontraba en Praga justo antes de la entrada de las fuerzas del Pacto de Varsovia. Ese año, durante la Primavera de Praga se intentó el camino hacia un socialismo con mayores derechos para los ciudadanos, un socialismo con democracia, con rostro humano. Entre dos imperios, Chile era un mal ejemplo.

“Creo firmemente que esta línea es importante con respecto a su efecto en la gente del mundo”, le dijo Nixon a Kissinger en una conversación telefónica en noviembre de 1970, según los papeles que ha publicado por primera vez el Archivo de Seguridad Nacional: “Si [Allende] puede demostrar que puede establecer una política marxista antiamericana, otros harán lo mismo”, expresó el presidente estadounidense. Kissinger estuvo de acuerdo: “Tendrá efecto incluso en Europa. No solo en América Latina”.

Durante años se tergiversó la historia. Blancas palomas, durante años afirmaron que el gobierno norteamericano había alimentado la oposición a la Unidad Popular, pero ello en vistas de las futuras elecciones, del golpe nada sabían.

¡Nada sabían!, aunque usted, yo, mi hermana, mi vecino, mis compañeros de curso, sabían, todos sabían que el imperio había decidido nuestra suerte “por el ejemplo”.

Hace 50 años el mundo miró hacia el fin del mundo, ¡qué orgullo! Fuimos ejemplo, fuimos esperanza, fuimos sueño y canción, fuimos muros espejo de la historia, luego, tres años más tarde, un 11 de septiembre, el mundo miró con horror hacia el fin del mundo y tendió sus brazos para abrazarnos, para protegernos.

En el norte el imperio se lavaba las manos. Años más tarde comenzaron a desclasificar documentos, poco a poco fueron sacando las cajas de la vergüenza, los documentos, testimonio escrito que ratificaba que lo que decíamos era cierto: fue “por el ejemplo”.

En 1973 comenzaron a torturar, “por el ejemplo”, otra vez “por el ejemplo”, esta vez para mostrar lo que les sucedía a los que creyeron en un mundo mejor.

Lo denunciamos y no daban credibilidad a nuestras voces, escucharon los gritos, pero se taparon los oídos. En Chile también quedan cajas por abrir para que se sepa lo que se sabía, lo que usted sabía, lo que mi hermana sabía, lo que mi vecino sabía, lo que mis compañeros de curso sabían, lo que todos sabíamos.

Hoy, los archivos norteamericanos sacaron a la luz nuevos documentos de una historia que se conocía: se nos derrocó “por el ejemplo”, se nos torturó “por el ejemplo”.

Durante 50 años los documentos se ocultaron, nuestras voces fueron acalladas, no nos creyeron, nos ignoraron, intentaron cambiar la historia, lavarse las manos, pese a que lo sabían, que usted lo sabía, que mi hermana lo sabía, que mi vecino lo sabía, que mis compañeros de curso lo sabían, que todos lo sabíamos.

El autor, Gustavo Gac-Artigas es escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Reside en Nueva Jersey, EE UU.

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