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Los calzoncillos de Carolina Huechuraba

Los calzoncillos de Carolina Huechuraba Por Luis Sepúlveda*

En realidad la señora alcaldesa de Huechuraba se llama Carolina Plaza, pero a veces las informaciones que llegan desde Chile son tan extrañas que los periodistas europeos se confunden, sobre todo cuando sujetos como Sebastián Piñera sueltan, evacúan, perpetran declaraciones de tal cinismo, que resultan sencillamente increíbles.

Desde Italia me preguntan si los calzoncillos de Carolina Huechuraba son:
a.- una fritanga típica como los calzones rotos
b.- se trata de una heroína de la guerra del Pacífico y
c.- una demostración de sabiduría popular semejante al “no importa si el gato es blanco o negro, el asunto es que cace ratones”.
Me veo entonces obligado a revisar la prensa chilena y descubro que doña Carolina Plaza, alcaldesa de Huechuraba, asegura que la cuestión de fondo en la próxima segunda vuelta de las elecciones presidenciales “no es si tienes calzoncillos o calzones”, reduciendo, mediante esta proeza intelectual, la importancia de que una mujer pueda ser elegida por primera vez Presidenta de Chile.

Al hablar de una mujer, y de todas, estamos hablando de más del 51 por ciento de la humanidad, de una mayoría segregada, con sus derechos más que notoriamente reducidos o sometidos a la opinión dominante del que lleva los calzoncillos. Lo que doña Carolina Plaza, que así se llama y no Carolina Huechuraba, ignora, no lo sabe ni puede saberlo porque si lo supiera no estaría en la UDI ni sufriría en silencio por los reiterados reveses de su General, es que el camino seguido hasta que dos mujeres –primero Gladys Marín y ahora Michelle Bachelet- postularan a ocupar la primera magistratura, marca todo un hito en la historia política de Chile, siempre dominada por los que llevan los calzoncillos. También ignora doña Carolina Huechuraba, perdón, Carolina Plaza, que la cuestión de los sexos debe ser importante, toda vez que hasta ahora uno sólo, el de los que llevan calzoncillos, ha sido el que ha conducido los destinos del país. El otro sexo, ese cuyo único mérito según la señora aludida es el de llevar calzones, jamás ha tenido la ocasión de plantear su propuesta de presente y de futuro en el cargo institucional más alto. Esa propuesta significa también una interpretación ideológica del mundo y de la sociedad, ideológica y no sexista, pues el feminismo es mucho más que el simple acto de reivindicar el uso de los calzones, y toda mujer inteligente –Michelle Bachelet ha dado pruebas más que suficientes de su inteligencia y capacidad- o es también feminista, o no lo es.

Negar importancia a la cuestión de los sexos ha llevado a la formación de esperpentos como Margaret Tatcher o Condolezza Rice, señoras muy orgullosas de sus calzoncillos mentales.

La señora Plaza hizo estas declaraciones calentando a la galería de un acto político, cuyo plato de fondo era el futuro derrotado Sebastián Piñera, hombre de rigurosos calzoncillos, que muy suelto de cuerpo (sinónimo de “antes de cagarla”) ha declarado que no puede pronunciarse respecto de la reforma al odioso sistema binominal que impide el comienzo de la transición a la democracia plena, porque tal proyecto no existe. Pero, ¿no es el mismo Sebastián Piñera el que calienta a otras galerías blandiendo su crítica al sistema binominal? ¿No está dentro de su oferta terminar con esa odiosa situación? ¿Es que él tampoco tiene un proyecto y sus intenciones no son más que la clásica demagogia de la derecha chilena? Y si lo tiene, ¿por qué no lo ha presentado como iniciativa legal apadrinada por su partido?

Es evidente que el anuncio de Lagos en este sentido llega tarde y huele mal. Tuvo tiempo y posibilidades para hacerlo, lo que le faltó como a todos los gobiernos de la concertación se llama voluntad política, valor, coraje cívico y civil. Así como Piñera algún día debe aclarar de qué manera fue a parar a su patrimonio la Línea Aérea Nacional que era propiedad de todos los chilenos, también Aylwin, Frei y Lagos deberán explicar por qué no terminaron con el nauseabundo binominalismo, y por qué no llamaron a la formación de una Asamblea Constituyente que dotara a Chile de una Constitución civil, y civilizada.

Consciente de que a ningún candidato o candidata se le puede entregar un cheque en blanco, y que se debe terminar con el chantaje político de votar por la Concertación para que no gane la derecha –recuerdo que por Aylwin la izquierda votó con legítimo asco-, creo sin embargo que Michelle Bachelet representa una posibilidad de cambio real, tal vez no tan rápido como muchos deseamos, pero real.

El fracaso de la última reunión de la Organización Mundial de Comercio pone en jaque a los TLC, pues está claro que ni los Estados Unidos ni la Unión Europea quieren terminar con las subvenciones a sus agriculturas, y se pedirá en consecuencia mayor “liberalización de los mercados”, es decir precios más bajos para los productos que se exportan. Así, para que una empresa lechera argentina pueda vender mantequilla en China (la gran ilusión de los “tigres de las exportaciones”), esta deberá ser más barata que la ofrecida por la sobre producción europea o norteamericana, y ya sabemos sobre quienes recaen los “ajustes de costos de producción”. Lo mismo ocurrirá con las manzanas y los kiwis. A Michelle Bachelet le corresponderá encabezar una gran pregunta colectiva: la de la sustentabilidad del modelo económico imperante.

El cambio climático más que evidente a escala planetaria, obligará a plantearse la cuestión ambiental con la seriedad que hasta ahora no ha existido. El Estado chileno no puede entregar el futuro que es patrimonio de la generaciones venideras, a inversores como los del proyecto Alumysa, que sin ni siquiera un miserable estudio de impacto ambiental trataron de pervertir el ecosistema de Aysén, que entre otras virtudes posee una de las mayores reservas de agua dulce del planeta. A Michelle Bachelet le corresponderá asumir la reconquista de la soberanía, que es algo más que una cuestión de límites.

Son muchas las tareas que le esperan, y ellas se harán evidentes dada la rapidez de los cambios globales y sus incidencias en las realidades locales. Se merece entonces el apoyo de la izquierda, pero un apoyo crítico, fiel a esa cultura política de izquierda que debemos recuperar.

Le guste o no, señora Carolina, lo que está en juego es mucho más que un problema de calzones y calzoncillos.

*Luis Sepúlveda es adherente de ATTAC y colaborador de Le Monde Diplomatique

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