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“Los filósofos y sus fantasmas: filosofar en tiempos difíciles”. Por Alex Ibarra Peña

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Introducción.

En el marco del I Simposio Internacional de Filosofía USS titulado “Ser y quehacer de la filosofía en la sociedad actual” junto a Luis Cordero B. Y Mariano Bártoli presentamos el libro de Eugenio Yáñez publicado por la Editorial de la Universidad San Sebastián. Las ideas allí expresadas son las que siguen a continuación.

Si la filosofía es el contenido que portan los filósofos, se puede aceptar la existencia de muchos fantasmas. Por muy homogénea que se le ha tratado de presentar, hay muchas concepciones filosóficas, a veces familiares y otras no tanto, al interior de su tradición. Siguiendo este planteamiento se podría decir que los fantasmas tienen existencia, de ahí que Marx sentenciara en el Manifiesto: “Un fantasma recorre Europa”. Por muy fantasmagórica que aparezca la filosofía no se puede, por ningún motivo declarar su muerte. A pesar de los escepticismos y relativismos se puede seguir filosofando, y tal vez de manera más imperiosa, en tiempos difíciles.

La demanda apologética -desde Sócrates- a favor de la filosofía, hoy aparece ligada a una defensa generalizada de las llamadas humanidades. Creo que ésta es la vía que sigue Eugenio Yáñez en este ensayo. Heredero directo de una de las tradiciones humanistas de mayor vigor, al interior de la academia, pero también en el espacio público, orbitando en aquella señera senda que dejara el maestro Jorge Millas, quizá el filósofo chileno más importante de la segunda mitad del siglo XX. La defensa de la filosofía supone una idea acerca de lo que es esta disciplina relacionada con un modo de pensar desde el límite, de ahí que cualquier escrito con pretensión filosófica implique aquella actitud que se juega en el riesgo. Filosofar, en tiempos difíciles, es, por cierto, asumir el riesgo. Claramente este libro no elude esta vocación. Téngase esto en cuenta, como un valor de éste.

En el contexto chileno caracterizado por una escasa reflexión consensuada acerca de lo que es la filosofía, en donde además persiste una definición bastante reducida, divulgada por los principales departamentos e institutos universitarios en que se enseña la disciplina, no son muy usuales las textualidades que se permitan ensayar autocomprensiones en las que aparezcan las convicciones de carácter más íntimo. Aquí, otra novedad ventajosa del libro.

La utilidad de la filosofía

La enseñanza de la filosofía ha venido por largo tiempo siendo amenazada -aparentemente por estos días estaría en terreno más seguro-, pero cuando se la pretende defender erróneamente aparecen intentos por esbozar argumentos a favor de su utilidad. En esto, claramente no hay consenso, de ahí que algunos trabajos más meditados desplacen una justificación en esta línea de sentido. Junto con este libro, han aparecido otros, como por ejemplo el de Carlos Peña titulado “Por qué importa la filosofía”, que sin desconocer la utilidad que la filosofía puede prestar a sociedades como las nuestras, postulan otro ámbito más genuino para su defensa. Escribe Yáñez: “Hacemos un flaco favor, si basamos su defensa en su utilidad, pero tampoco debemos desdeñarla, habida cuenta de que al menos de modo extrínseco, ella ha sido de gran utilidad” (p.11). De más está recordar, en esta presentación, la historia del reproche de Calicles en que le recomienda a Sócrates dejar aquella pasión que sería más propia de los jóvenes y no de los “hombres” dado escaso valor para la vida útil.

La filosofía encuentra su razón de ser en nuestros días en la urgencia de sobreponerse a la crisis ética dada la totalitaria visión de mundo reducida a la lógica economicista-financiera que señala el autor y que podría sentenciarse de neuroliberalizada, utilizando el neologismo de Hugo Biagini, que evidencia un ser social alienado “consumido por el consumo”. El reproche a los filósofos, tendría que ver más bien con esto, dado que la actual actividad filosófica profesionalizada se encuentra orientada por el exitismo que impone la normalización conicytista con la carrera por los financiamientos concursables, ante la cual hay escasa reflexión crítica generando un problema grave de conciencia para la tradicional figura del filósofo humanista. Como bien señala el autor estamos frente a un problema general de deshumanización consecuencia del totalitarismo financiero, me tomo de otra de las expresiones del libro: “Seamos claros, no puede haber vientos favorables, para quien no sabe a dónde se dirige y parece que la filosofía ha perdido su rumbo” (p.21).

Esta deshumanización que aparece como una debilidad de los filósofos es una provocación para su propio fortalecimiento. Diagnosticada la enfermedad se puede recetar el tratamiento para su sanación. La denuncia presentada en el libro no se queda empantanada en el desgano y tampoco asume sentencias apocalípticas que sentencien la insensatez acerca de la persistencia en la filosofía. No es la imagen del hombre frenético que llora en su lamento trágico la pérdida absoluta. Más bien se trata de un llamado propositivo, a mi modo de ver, cercano al mito del Pachakuti que releva la posibilidad para un futuro mejor. Recordemos que nuestras sabidurías ancestrales sólo han sido invisibilizados persistiendo en el subsuelo político que reúne distintas capas societales, como bien lo ha explicado el filósofo boliviano Luis Tapis en su libro “Política salvaje”.

El cambio del orden moral

La necesidad de cambio frente al actual orden ético regido por la lógica financiera ya ha sido diagnosticada. Colaborar en la superación de la crisis sería una tarea en la cual los filósofos deberían comprometerse. Pero, cómo hacer esta revolución si aún no hemos realizado el momento de la concientización. La buena respuesta del libro es la apuesta segura en la esperanza. Esta categoría de esperanza es la que con coherencia lleva a Eugenio Yáñez, convencido en la importancia de la experiencia propia, a colocarse en riesgo y jugársela por una apuesta en la filosofía cristiana. No se puede desconocer que lo que sabemos de la filosofía occidental aparece siempre filtrado por el prisma cristiano. Hablando desde mi propia elaboración teórica entiendo este recurso optimista de la esperanza -que no es sinónima a la pasiva espera- con rasgos de familiaridad hacia la utopía, en cuanto ésta es un programa de función ética-política transformadora.

No es muy políticamente correcto en nuestros días hablar del valor de la tradición cristiana, esto por razones justas dado los distintos abusos en los que se cae cuando se está en los lugares de poder según afirma una vieja y vigente tesis de la filosofía política. Admirable es la valentía del autor en su rescate de la filosofía cristiana. No me parece extraño esta relación entre filosofía y cristianismo, a mi modo de ver, es la visión filosófica que imperó por años en los departamentos de filosofía universitarios. Lo novedoso está en esta voz comprometida que aparece explicitando su convicción de que la filosofía cristiana resulta un aporte en la formación de ciudadanos, para lo cual habitualmente se suele citar a Juan Bosco: “Buenos cristianos, honestos ciudadanos”.

Sin mucho que refutar a las convicciones personales del autor, menos en materias que son cercanas al ámbito de la libertad de conciencia, destaco el hecho de que incluya el aporte de teólogos de la tradición protestante. Una filosofía, aunque sea cristiana, hace bien que se entienda desde una posición contextualizada, de ahí que para ésta sea un beneficio integrar la producción reflexiva, y a la vez la experiencia espiritual religiosas que marcan presencia en nuestra época. Un cambio de orden moral, en nuestros días incluye lo intelectual y lo espiritual. En este ámbito el cristianismo es una de las referencias que son parte de nuestra historia.

Alex Ibarra Peña.
Dr. Estudios Americanos.

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