En kioscos: Noviembre 2025
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

Los irresponsables. Por Francisco Suárez

“Los irresponsables” es el título del último libro del connotado historiador francés Johann Chapoutot. Profesor de historia contemporánea en la Sorbona, Chapoutot es especialista en la historia del nazismo, de Alemania y de la modernidad occidental. En este libro, el distinguido académico ofrece elementos para desmentir una idea cada vez más arraigada en el imaginario colectivo: que los nazis conquistaron el poder por las urnas.

Ante esto, Chapoutot responde con claridad: los nazis nunca conquistaron el poder, se lo dieron. El argumento central que sostiene esta afirmación es simple pero contundente: en la última elección celebrada antes de su llegada al gobierno, el NSDAP sufrió una estrepitosa caída, perdiendo cerca de dos millones de votos. Aunque continuaron siendo la primera minoría, los nazis ya mostraban signos de retroceso tras una ascensión fulgurante. La izquierda moderada también venía a la baja contrariamente a la izquierda radical, que proponía una ruptura con el modelo económico imperante.

Mediante su investigación, el destacado académico muestra que la llegada de los nazis al poder fue en realidad el resultado de una serie de maniobras, apuestas y cálculos de los liberales autoritarios de la época, quienes, deseosos de que sus políticas —especialmente económicas— siguieran aplicándose, optaron por entregar el poder al NSDAP.

Fue precisamente Paul von Hindenburg, presidente de Alemania en ese momento, quien terminó nombrando canciller a Hitler el 30 de enero de 1933. Convencido de que podría controlarlo, Hindenburg terminó entregando las llaves del poder al nazismo. Pero esta idea no surgió de la nada. Varios personajes de la élite jugaron un papel decisivo, comenzando por el barón Ferdinand von Papen y el hijo del presidente, Oskar von Hindenburg, quienes lo persuadieron de nombrar a Hitler. Los aristócratas del Zentrum y los conservadores compartían una consigna: “antes los nazis que la izquierda”. En 1934, Hitler fusionó los cargos de Canciller y Presidente para convertirse en el Führer, poniendo fin a la República de Weimar. No es menos cierto que el régimen acarreaba dificultades desde sus inicios, aunque en sus últimos años experimentó un giro autoritario impulsado por los liberales y el centro político, empeñados —ya por ceguera, ya por cálculo— en aplicar sus políticas de austeridad.

El fin de la República de Weimar tiene como antecedente directo la crisis de 1929, que trajo consecuencias devastadoras para una economía alemana ya golpeada por la guerra y el Tratado de Versalles. La hiperinflación de los años 20 impulsó políticas restrictivas que trasladaron el peso de la crisis económica a las clases populares, mientras protegían a las élites.

El bloque del Zentrum y la derecha que lideraron la república en los años 30, compartían con el principal partido de la izquierda de entonces (el SPD), una adhesión a las políticas económicas en favor de los grandes capitales y las élites alemanas. No solo eso: también coincidían en su profundo desprecio hacia el KPD (Partido Comunista Alemán), a quienes acusaban de dividir a la clase obrera y ser demasiado maximalistas. Por último, cabe destacar uno de los aportes más significativos del libro: la reflexión del autor sobre los límites de la comparación histórica. Según Chapoutot, las similitudes con el presente son sorprendentes, pero no idénticas. Para el historiador, las situaciones son análogas. La actualidad chilena no es la misma que la Alemania de los años 30 claramente, pero existen ciertas resonancias. En este sentido, la fórmula del historiador es clarificadora: “no es porque la historia no se repita que los seres que la hacen —que la son— no estén movidos por fuerzas sorprendentemente similares.” No existe una igualdad -(A no es C)-, pero sí una relación de identidad -(A/B = C/D)-. Bajo esta perspectiva, el caso histórico del nazismo puede servir para analizar lo que todo parece indicar: la llegada de un gobierno de extrema derecha en Chile.

Elementos para una analogía

A seis años del estallido social, cabe reflexionar sobre cómo pasamos de una posibilidad de transformación profunda de las instituciones en el país, a la posibilidad concreta de un triunfo de una extrema derecha que propone una versión autoritaria y radical del modelo imperante, puesto que hacen parte de un mismo proceso histórico. Chapoutot identifica seis mecanismos que facilitaron el ascenso del nazismo. A continuación, se presentan para luego evaluar sus similitudes con el caso chileno:

1. Una Constitución que permite el autoritarismo del extremo centro, que se niega a respetar el resultado de las elecciones y cuyos cortesanos y asesores desprecian las ideas democráticas.

2. Una industria mediática que entra en pánico ante el “bolchevismo cultural” —una quimera inventada para designar todo lo que se relacione mínimamente con el progreso social— mientras difunde una ideología racista y antisemita propia de la extrema derecha.

3. Figuras políticas y mediáticas que condenan “los extremos” y demonizan a una supuesta “extrema izquierda”, mientras que la extrema derecha goza de cierta respetabilidad.

4. Un “círculo de la razón” autoproclamado, que impulsa una política de austeridad decididamente probusiness, agravando las desigualdades y socavando la economía nacional.

5. Una izquierda socialdemócrata desorientada, que apoya esta política con el pretexto de “evitar lo peor”.

6. Una propaganda belicista y una política de poder, que combina expansionismo e imperialismo territorial.

Similitudes con el caso chileno

De estos seis mecanismos, tres (3, 4 y 5) parecen extrapolables al caso chileno. Otros dos (1 y 2) son asimilables, aunque con ciertos matices. El último, en cambio, requiere una reformulación.

Chile tiene rasgos imperialistas en su historia, aunque de alcance más limitado. La ocupación de las islas del Pacífico, de la Araucanía y la reivindicación del carácter tricontinental del país son ejemplos. Sin embargo, en la actualidad, el nacionalismo -una de las caras visible del imperialismo-, no se manifiesta en claves expansionistas, sino en un discurso xenófobo contra los inmigrantes —principalmente venezolanos—, aunque se evite nombrarlos abiertamente por cálculo electoral. Esto ha sido un trampolín para la extrema derecha. La izquierda moderada no ha combatido estas ideas, dejando así, prosperar a la xenofobia.

Constitución e industria mediática

La Constitución de 1980, aún vigente, presenta en sus fundamentos elementos autoritarios. A pesar de las reformas, sigue siendo extremadamente conservadora y profundamente neoliberal. Ella configura un régimen en donde la figura del presidente solo se ve mermada por el poder del mercado. El proceso destituyente que podría haber cambiado esto fue frustrado: primero por la clase política —con Gabriel Boric firmando a nombre propio el acuerdo del 15N—; luego por la pandemia.. La historia probablemente retendrá que el actual presidente fue uno de los principales artesanos de los dos procesos fallidos y por su confusa conducción política, uno de los principales responsables del eventual triunfo de la extrema derecha en Chile. En cuanto a los medios, la principal diferencia son las víctimas del racismo. En Chile, el racismo histórico y sistémico se ejerce en contra de los pueblos indígenas: víctimas de genocidio en el siglo XIX, son, desde entonces, continuamente despojados de sus tierras. El asesinato de Camilo Catrillanca y el reciente caso de Julia Chuñil ilustran cómo los medios retratan a las víctimas según su origen: según se trate de ricos y colonos blancos, o pobres e indígenas. En ambos casos, la causa mapuche y la defensa del medio ambiente son temas invisibilizados o rápidamente evacuados por los medios con el eufemismo de “violencia en la araucanía” o en su versión derechista que habla de terrorismo en la región.

El “círculo de la razón”, los “extremos” y la socialdemocracia desorientada

Frente a la crisis del modelo chileno, se ha formado un bloque que va desde un sector del PC hasta Johannes Kaiser para defender el modelo neoliberal, con matices claramente, pero al fin y al cabo todos comparten el mismo paradigma. Lejos parece el tiempo (2021) en que Gabriel Boric declaraba que Chile sería la tumba del neoliberalismo. Hoy su gobierno reivindica haber logrado restaurar el orden neoliberal previo al estallido, fortalecer el sistema de las AFP, y renovar la concesión del litio a SQM.

Por otra parte, la izquierda radical, se encuentra atomizada. Esta es desacreditada y marginada por la nueva izquierda institucional que ha cerrado filas en torno al “sacrosanto círculo de la razón”. Todo parece indicar que la estrategia del Frente Amplio consiste en replegarse y esperar: la nueva ley de los partidos dificultará la aparición de nuevos partidos de izquierda y el tiempo hará lo suyo con la ex Concertación.

El rescate de figuras como Aylwin o Piñera ha ido desplazando a Allende. La política del “al mismo tiempo” radical pero moderada ha sido reemplazada por una integración plena de las políticas neoliberales y autoritarias del Estado, justificadas con el “otra cosa es con guitarra”. La militarización de la Araucanía es un ejemplo en este último punto. El FA y una parte del PC parecen haber renunciado a cualquier horizonte de ruptura. Lo cierto es que la moderación en tiempos de crisis equivale a más de lo mismo, lo que favorece a una extrema derecha que se presenta como antisistema. Por último, cabe recordar que el acuerdo del 15N, fue posible gracias a las movilizaciones masivas como “la marcha más grande de la historia” y al sacrificio de miles dentro de los cuales se cuentan 464 víctimas de trauma ocular que hoy sufren del abandono del Estado y la indolencia de un gobierno que parece haber olvidado completamente que fue gracias al estallido que llegó al poder.

Compartir este artículo