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Los monederos falsos, o cómo el poder defiende su virus inefable. Por Hans Schuster

La literatura suele traer historias o imágenes que en la cultura occidental generan realidades más allá de los sueños, pero al igual que, con las culturas indígenas, la literatura pone de manifiesto ciertas energías que dan cuenta de los cambios de época o bien, siguiendo el correlato indígena son parte de la sanación y de la vida.

De modo que tomar como pre-texto Los Monederos Falsos de André Gide (publicado en 1925- y ganador del Nobel de Literatura en 1947) es una excusa necesaria para hablar del Chile de hoy a más de seis meses del calentamiento social y en plena cuarentena del virus coronado.

Lejos de una narración en línea clásica, Los Monederos Falsos, contienen una serie de narraciones múltiples y variables, donde los narradores se funden en una ambigüedad constante, frente a los tres personajes principales de la historia; que en su anécdota central Bernard y Oliver, jóvenes estudiantes dan cuenta de sí junto al tío Édouard, que es quién escribe una suerte de diario íntimo denominado Los Monederos Falsos.

Paso entonces a establecer la analogía considerando a Bernard, como el representante de los politicastros de turno quienes rompen al igual que el personaje, todo contacto con la realidad y su familia de origen (Un buen ejemplo es el concejal RN de La Calera Karim Chahuán, saqueo y tráfico –como buen representante de derecha- la Senadora de la UDI Jacqueline Van Rysselberghe con su copita en cama absteniéndose de votar, no así de beber en su jornada laboral), ambos en cargos de elección ciudadana, orgullosos del clientelismo, como buenos y tradicionales políticos que a ratos intentan ayudar a quienes están en problemas, pero no entienden lo que sucede a su alrededor y por lo mismo rara vez lo que realizan resulta bien: como es el caso de la mayoría de los Diputados y Senadores que aprueban leyes del carajo en cada período legislativo, no teniendo en cuenta a sus propios electores, sino más bien, dejándose llevar por los inefables que se hicieron con engaños dueños del dinero (Derechos mineros, de aguas, de pesca y otros menesteres que alimentan la codicia) y como buenos legisladores se resignan con muchas genuflexiones ante quienes tienen el poder del dinero y se dejan seducir, cuando no, comprar, por quienes han levantado una república a costa de leyes que resguardan sus privilegios.

En tanto Oliver, es como los jueces, personajes centrales aunque no principales, que como todo post adolescente, dado que se terminó de implementar la Reforma Procesal Penal el día 16 de junio de 2005, durante el gobierno del ex presidente Ricardo Lagos Escobar (que al igual que Sebastian Piñera no pagan contribuciones, así de descarados son, al igual que el Servicio de Impuestos Internos o los respectivos municipios que no los fiscalizan por temor a lo inefable), pero volvamos a Oliver, como todo adolescente tímido, sensible y ante la grave falta de amor que busca en la “justicia” se deja llevar y está enamorado de su tío, el Estado, al quien defiende porque se ha dejado seducir por su falsa condición de estabilidad y escasa seguridad social. Como lo que le comenzó a pasar la cuenta al ministro de salud Jaime Mañalich Muxi, quien en su soberbia gerencial, privilegia la mascarada del sistema económico –no hay mascarillas suficientes en la salud pública, ni respiradores, porque hace tiempo que a la ciudanía le falta oxigeno- ante la anestesia de un capitalismo que finge estar a tono con el universo de pacientes que van cayendo, gracias al virus de su política tendiente al privilegio por lo empresarial, de modo que los insaciables disfrazados de demócratas puedan lucrar con la epidemia y la salud del pueblo.

Volviendo a Oliver, y esa noción de justicia que enraizada en el amor busca desesperadamente. Hasta la fecha nada se sabe de los juicios a policías y de tanto delito cometido en pantalla durante las jornadas de calentamiento social, hoy bajo cuarentena, entre tanto un nuevo decreto le aumentó la asignación a las fuerzas armadas mediante un bono que los beneficia al igual que a las policías, y el presidente se va a posar bajo la estatua de Baquedano, para fotografiarse justamente en la estatua que dice Fuera Piñera, en plena Plaza de la Dignidad, desafiando todo tipo de pandemias.

Y allí entramos entonces en Édouard el tío perverso del Estado que no puede escapar de la realidad, aunque la maquilla todo el tiempo con sus proyectos de ley enfermos por mantener el statu quo, o la avaricia de quienes ostentan el poder enfermando a su propio pueblo, imponiendo leyes como la de aguas, pesca, anti encapuchados –justo ahora que la población debe cubrirse la cara- y los paladines de la política nacional hacen lo que sea que les permita mantener los abusos gracias al cohecho y las coimas de las cuales profitan y se aprovechan bajo la lógica republicana de una nación que excluye a otras naciones y se solaza con desregular aquello que de suyo, sería su mandato principal: proteger al pueblo de los abusos del poder. Pero ellos no sólo son el poder, sino que pertenecen a la casta de insaciables abusadores cuya codicia envenena códigos y protocolos, por eso la policía se convierte en sus sicarios y saca los ojos del pueblo para mantenerlos en el imperio oscuro del 1% de la población, dueños del dinero y donde hasta los derechos humanos los han convertido en mercancía para beneficiarse con las crisis.

Es claro que el lenguaje literario nos da las licencias de las analogías y Los Monederos falsos bien pueden ser considerados en la supuesta discusión constitucional del rechazo para cambiar (como las volteretas de Andrés Allamand, que dice querer cambios para que nada cambie), dado que o son profundos o no son, y así como él, otros tantos monederos falsos terminan por rasgar la fe pública y el decoro, al igual que obispos protestantes y católicos, la población de Chile percibe y con razón que lo que dicen (al menos los obispos casto-licos que ni siquiera utilizan el lenguaje de señas, en señal de que no hay moral para estos tiempos) es parte de la faramalla para defender las sociedades anónimas que poseen con burbujas de opinión para sacar ronchas o desviar la atención, porque sus propias vejigas de poder les revientan en la cara de la codicia, ante el descaro de la ausencia de autocrítica, como si todos fueran funcionarios de la contraloría general de la república y pasan piola las declaraciones de intereses de ministros, subsecretarios, asesores, entre tantos personajes que están allí y la contraloría no controla nada entre esbirros del fiscal general, que tapan el sol con el dedo índice como lo muestran en pantalla a la ciudadanía mientras sonríen como lo hacen en sus fallos los privilegiados miembros del tribunal constitucional, y las ignominias todas, de lo más bien ante el abucheo como piedras en los festivales estivales con el veranito del fútbol que se dejó sentir en todo el territorio nacional y en las encuestas los desacreditados salen sonrientes en pantalla, porque los monederos falsos suelen defender sus propias inmundicias, mientras los más violentistas piden condenar la violencia, venga de donde venga, y no me toquen otra estatua porque los mato. Así de drogados por la ira de perder sus privilegios están las aves de rapiña que han abusado del estado (Paco Gate, Milico Gate y otras cositas pocas dependiendo de la rama de defensa nacional) en el terreno baldío de la conciencia país, que acumula la basura y la contaminación de la codicia ideológica entre tanto monedero falso que dijo un día que se bajaría los sueldos y a pesar de corona del virus que enciende las alarmas, bien gracias, ellos son los primeros enfermos en la epidemia de la codicia con que la explotación del miedo y el mal manejo de políticas públicas dejan de manifiesto sociedades que se consumen por virus de la voracidad con que se visten nuestros actuales gobernantes.

Los monederos falsos, son una buena alegoría de que, entre otras cosas, la salud pública está en manos de la avaricia humana y sólo favorece a los que ya son prósperos, los demás estamos condenados a los dichos y acciones de quienes tienen la epidemia de la codicia con la que defienden sus mercados.

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