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Los principios Joinet. Por Pedro Celedón

El pasado 22 de septiembre ha muerto Louis Joinet (1934-2019), magistrado francés que aportó por más de seis décadas con principios (o fundamentos) que apoyan marcos jurídicos para vivir en forma justa y equitativa, globalmente.

Es posible imaginar que su visión de la justicia (que influyó positivamente en Chile) la fuera forjando al menos desde mediados de los años 50, cuando de su Nevers natal llega a París y trabaja como educador de calle, es decir con jóvenes que viven fuera del sistema de educación e incluso de sus hogares, siendo muchas veces víctimas de las drogas y de temperamentos violentos, labor en la que participa junto a su compañera de vida Germaine Joinet Durif, con quien pocos años después se traslada a Argelia en el momento de su guerra de independencia (de los franceses).

En 1961 regresan a Paris e inicia su formación en la Escuela Nacional del Poder Judicial , egresando en1966 y participando dos años después en la fundación del primer sindicato de jueces, Sindicato de la magistratura (SM), entidad profesional entre cuyos principios destaca la búsqueda de independencia de los jueces en su trabajo.

Sus vínculos con Chile se inician en 1972 cuando recibió del gobierno del presidente Salvador Allende la invitación para participar en un seminario con jueces chilenos. Joinet propiciaba principios legales para los estados que vivían en un régimen de transición, sosteniendo que en definitiva son los jueces quienes interpretan la Ley, ya que ésta por su naturaleza deja espacios.

Es necesario recordar que Allende tenía minoría en ambas cámaras y que la única ley significativa aprobada por mayoría, fue la nacionalización del cobre. Todas sus otras propuestas legales para producir un cambio social le eran rechazadas, y la Constitución tampoco le ayudaba a transitar a la “vía chilena hacia el socialismo”. En ese contexto la visión de Joinet era esperanzadora en dar una orientación para buscar legalmente y teniendo como parámetro la norma jurídica internacional, el apoyo a los cambios que los políticos le negaban.

Meses después de su visita a Chile se producirá el golpe de estado y según recuerda Joinet (en entrevista que le realicé hace un poco más de un año), “algunos de los jueces que habían participado en el seminario, serán detenidos y muertos”.

Su vida se verá posteriormente vinculada a la de los refugiados latinoamericanos exiliados por los golpes de estado que se sucedían en nuestra región, participando fuertemente en la legalización internacional de la figura de la “desaparición forzada”, lo que le daba un estatuto jurídico a las víctimas que por muerte o secuestro estaban desaparecidas, habiendo intervenido en su privación de libertad agentes del estado. Esto permitirá que en muchos países, como en Chile, se pudiera iniciar un camino jurídico (figura del detenido desaparecido) basado en los principios imprescriptibles de los crímenes de lesa humanidad. Su trabajo dejará también huellas importantes en la conocida “doctrina Mitterrand”, (discutida hasta hoy) que establecía el principio de que si él o la integrante de un grupo armado renunciaba a la violencia política, no sería extraditado de Francia pudiendo encontrar un sitio en el tejido social, lo cual fue especialmente significativo para los ex integrantes de ETA.

Terminado el gobierno de François Mitterrand (1981-1995) en el cual fue Consejero de derechos del hombre y justicia por algo más de 10 años, la ONU (donde trabaja por 25 años), le encarga visitar más de 100 lugares en donde habían presos de conciencia en diferentes regímenes del mundo, instancia en las que no solo va a terreno y denuncia las violaciones, sino que además debe en ocasiones convencer a los Estados a participar, aunque estos saben que pueden terminar siendo sancionados.

Sus principios lo llevan a interesarse en la legalidad internacional sobre manejo de la información. Será uno de los pioneros en reaccionar jurídicamente contra el poder que adquirían las instituciones al manejar los datos personales de amplios segmentos de la población, siendo uno de los principales redactores de la ley sobre computadoras archivos y libertades (1976). Posteriormente (1980) es co-fundador de la Comisión nacional de informática y las libertades, que presidirá intentando velar por el cómo y quién maneja los archivos de información de los ciudadanos. Sus ideas las transmitió en diversos foros, pudiéndose visionar en youtube el registro de una asamblea de 1979 en la que participa con Michel Foucault.

En el plano de las artes sus huellas son también fáciles de rastrear. Según sus propias palabras, “en mi operaba la óptica de ayudar al interior (gobierno) a comprender y reaccionar sobre lo que se debate al exterior (sociedad civil), la cual conoce mal el funcionamiento del Estado, por lo que se necesitan puentes que apoyen la interconexión”. Ejerció entonces de puente en el diseño institucional de actividades culturales tan relevantes como las leyes que regirían a las artes de la calle y del circo, fundará el Conseil National des Arts de la Piste, instancia en la cual será su presidente. Apoyó en Francia las actividades del Museo Internacional de la resistencia Salvador Allende y participó en las gestiones para enviar sus obras a Chile a inicio de los 90. Ha sido por décadas amigo y apoyo de grupos de teatro significativos como Théâtre du Soleil, Royal de Luxe y Teatro del Silencio.

Este “enamorado de la justicia” como se le conoce en Francia, muere justamente en el mes en que en nuestro país la relevancia de los Derechos Humanos asumen su más alto grado y su evocación es ineludible, tal como viene de experimentarlo el actual gobierno, que traspasando la barrera de la primera semana en el más absoluto silencio, pretendió en voz de su Ministro del Interior que el día 11 “era un día normal” en el cual trabajarían como en cualquier otro, sin participar en conmemoración alguna, porque, “lo hemos hecho con anterioridad cuando vemos que han sido lapsos de tiempo o periodos de tiempos que son significativos”, vale decir, 40 o 45 años, según las propias palabras de Andrés Chadwick.

El punto de vista expresado contiene al menos dos “principios” que retratan de cuerpo entero a quien lo dice y plausiblemente al sector que este representa: por una parte, evidencia la conciencia de que el no acoger oficialmente su conmemoración, alimenta al apetito voraz del olvido, debilitando su memoria. Por otra, instala la versión discontinua de su conmemoración, sacándolo del calendario anual (solar o lunar) donde han instalado sus ritos todos los pueblos desde tiempos inmemorables, haciéndolos así participar del ciclo pleno de la vida.

Debemos reconocer como uno de los principales nodos sociales de nuestra comunidad, el hecho de que compartimos una memoria que arde en el dolor y que da señales claras de que no será posible sanar en una sola generación. Ese dolor es de quienes, por sus ideas y las circunstancias se transformaron en víctimas en manos de quienes igualmente por ideologías y circunstancias se transformaron en victimarios. En tanto que todos los demás, de uno u de otro lado, hemos sido sus cómplices, mas, o menos, pasivos.

Sabemos racionalmente que a los acontecimientos del pasado no podremos volver para sembrar la fértil Paz en medio de la histeria bélica, pero sí al principio de recordarlos (re-cordis), haciéndolos volver a pasar por el corazón. La Memoria, según Pierre Nora (filósofo y académico francés), es una de las principales herramientas que posee una comunidad para reconstruirse. Es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual. Su naturaleza es de carácter afectivo, emotivo, abierto a todas las transformaciones. De allí que principios como el de re-visitar, re-visar, re-vivir, sean ejercicios eficientes en la reconstrucción del tejido social, en tanto que esos que inspiran a “dar vuelta la página”, manifiestan su condición de metáfora fallida de una aspiración escapista que en la medida que avanza este siglo, deja de ser solo políticamente incorrecta demostrando su total inutilidad.

Ciento noventa y tres países del mundo, entre ellos Chile, han firmado Convenios de la ONU en los cuales se especifica entre otras cosas que, “para un pueblo la historia de su opresión forma parte de su patrimonio (…) y, por ello, se debe conservar adoptando medidas adecuadas (…) Esas medidas deben estar encaminadas a preservar del olvido la memoria colectiva y, en particular, evitar que surjan tesis revisionistas y negacionistas”.

No conmemorar (recordar) es fomentar la Impunidad, delito que la ONU tipificó desde la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en la década del 90 y cuyo cuerpo jurídico se conoce como los “principios Joinet”, compuestos fundamentalmente del derecho que tiene en forma inalienable todo ser humano a saber la verdad sobre lo que aconteció en tanto que víctima, a que se haga justicia y al derecho a la reparación. Estos principios trabajados por Joinet con personas de la altura de Félix Guattari (sicoanalista y filosofo) dilucidan una cuestión delicada tras los periodos de violencia estatal: la diferencia sustancial entre víctima y victimario.

A la inversa de lo intentado este año por nuestros gobernantes, pareciera ser mucho más productivo decidirnos en Chile a declarar septiembre como el mes de los Derechos humanos, y desde las reflexiones emanadas ir construyendo un punto de vista social sobre ellos, no solo el ideológico y partidista que se prioriza hoy en día. Esto ayudaría a mirarnos en el espejo de otras naciones que desde distintas ideologías en el siglo XX sufrieron fracturas profundas. Podría incentivar el análisis del cómo abordaron y luego mitigaron su dolor. Inscribir a los Derechos Humanos en un calendario simbólico nacional (como lo hiso Uruguay el año pasado) apoyaría al reconocimiento de que estos articulan principios éticos y coherentes surgidos de almas como la de Joinet, quien nos heredó herramientas para luchar por una sociedad mejor.

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