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Los profesores a la intemperie: la antesala del veto presidencial. Por Valeska Venegas M. y Mauro Salazar J.

Si un bruto salvó a Roma, ¿cómo diablos no salvan a esta patria de tantos brutos? R.P. _ al Cesarista de Palacio.

Tras la coyuntura que remece al profesorado nacional hacia una nueva movilización -veto presidencial que incluye entre otros temas modificaciones al estatuto docente- existen algunas cuestiones previas que merecen ser examinadas. En el Chile actual presenciamos la contradictoria interacción entre los cambios generacionales, las nuevas tecnologías de la comunicación, el conformismo burocrático del Estado, y la crisis de la convivencia escolar que el magisterio ha representado en múltiples oportunidades. En medio de un Piñerismo siniestrado, abunda el agotamiento de las formas de socialización, crisis de comunidad y sub-cualificación del profesorado –capacitaciones en periodo de vacaciones y un sin fin de situaciones abusivas- que se arrastran desde varios decenios. Pese al vertiginoso cambio de matriz cultural referido a una ciudadanía liquida, que actúa esencialmente tras un reclamo de “gestionalidad” y “eficacia” (servicios educacionales), pero sin concebir las “dinámicas escolares” como un “espacio de encuentro” y esferas ciudadanas. Nos enfrentamos a consumidores reactivos y a un entorno hostil que cuestiona el quehacer del profesor asediado por el “estatuto docente”, mandatado a la administración de inmigración e indigencia simbólica, sin estar provisto de derechos, ni un diseño institucionalidad que cumpla las promesas de la modernización multicultural. Ciertamente, hoy irrumpe una “ciudadanía digital”, disciplinada en las “reglas del consumo” que ha ingresado en los imaginarios del emprendimiento (empowerment) y que agrava la distancia entre comprensión, rentabilidad (indicadores de logro) y régimen de lo público. Y así, la escuela ficciona un sentido de comunidad, una agravante precarización contractual y subjetiva del profesorado. Ello torna aún más problemática la coyuntura de los últimos días y sugiere un estado de fragmentación propio de las restricciones gubernamentales que presionan al profesorado con “evaluaciones docentes” sin proveerlos del diseño institucional –de los insumos del caso- que se haga cargo de los cambios socio-tecnológicos. A partir de este desfase constatamos un vacío institucional que se traduce en una desafiliación con la cultura educacional respecto de la convivencia colectiva –como crisis de comunidad- y espacios de reconocimiento. Ello tiene su corolario desde órdenes emanadas desde la autoridad gubernamental, sin considerar o reconocer a los y las docentes como actores fundamentales en este proceso.

En un libro titulado Modernidad Líquida, el conocido sociólogo polaco Zygmunt Bauman (2007), ha caracterizado al sujeto postmoderno como un “ciudadano líquido”; es decir, un sujeto “vaporoso” y hedonista en sus opciones culturales, éste no puede ser inscrito en los moldes normativos de la sociabilidad escolar, pues no responde a patrones culturales estables, sino más bien a los símbolos de una sociedad de consumos. Habitamos el tiempo de la incertidumbre, toda vez que no podemos establecer una relación de superación con el pasado, ni una relación de perspectiva con el presente. Todo sentimiento de incertidumbre, y fuerza libidinal es transformada en energía pulsional (consumo).

En suma, los patrones de “solidificación” distan mucho de la asociatividad que operaba en el marco de la escuela como producción de una ciudadanía integral. Para Bauman, la sociedad actual se caracteriza por “identidades nómades” que han alterado las formas secuenciales de concebir las distinciones entre infancia, juventud y adultez. Por ello, nociones como fluidez y volatilidad serían atributos del ciudadano millennial. En el caso chileno todo ello ha dado lugar a una verdadera “cultura de la impugnación”, que afecta a profesores –pues hace del colegio el espacio de violencias y catarsis, donde libremente cualquier actor se arroga el derecho a esquilmar la labor formativa que merece el profesorado en un contexto de precariedad y negación de sus derechos.

El “ciudadano líquido”, parafraseando a Zygmunt Bauman, alude a un malestar difuso contra la institucionalidad educacional, al tiempo que mucho más empoderado en la demanda por dinero sin inserción de empleabilidad (“emprendizaje”). Ello también se ha reflejado en la crisis de pertenencia de los estudiantes hacia la institucionalidad escolar y en un cambio en la cultura organizacional que tiene su escala de cambios en la aldea global. Dentro de la organización escolar, el “shock cultural” se traduce en un nuevo “empoderamiento” de los alumnos en términos de una reivindicación activa frente a la comunidad escolar. Ello permeado por una crisis de afiliación a las organizaciones. Tales cambios se t raducen en un nuevo código de los padres hacia el proceso educacional; a saber, unas actitudes reactivas de los padres en tanto cautelan reactivamente el proceso formativo dentro del colegio. En términos prácticos, piden información, explicaciones y exigencias a directivos en función de mejorar los rendimientos, porque establecen la analogía entre malos resultados y falta de logros socio-económicos (el reclamo por la movilidad social efectiva) donde el profesor deviene en un trabajador social. Esto significa que los hijos no están aprendiendo y ello devela la falsa promesa de movilidad social e ingreso formal a la estructura socio-ocupacional.

Tales cambios organizacionales no pueden ser concebidos bajo los criterios de jerarquización y racionalidad propios de la organización burocrática que representó una forma de modernización inclusiva promovida por el Estado Docente. El drástico cambio cultural, materializado en las últimas tres décadas, pese a las resistencias subjetivas, obliga a re-definir la organización docente (roles, funciones, jerarquías, evaluaciones, profesores, directivos). Por fin, a esto último se adicionan, los problemas inmediatos en materia de derecho y otros logros de los profesores que son parte del actual debate; titularidad docente y consagración legal de las vacaciones de invierno, eliminar la causal de despido por evaluación docente, liberar de la evaluación docente a los maestros que están próximos a jubilar, sin pérdida de bonos y resolver la situación de los Evaluados 2015, ajustar el estatuto docente de modo tal que permita establecer las condiciones laborales adecuadas a quienes forman el futuro de un país. Esos docentes con “olor a aula” que día a día luchan con sus propios recursos para sacar adelante generaciones. ¿No deberían ser los profesores actores protagónicos toda vez que el proceso formativo, social y ético que entregan no tiene calculo en las remuneraciones? Aquí nos enfrentamos al ineludible ítem de la rentabilidad social de la educación, a saber, el “problemático” retorno de externalidades en sociedades –como la chilena– que no están vertebradas desde una visión compartida del desarrollo humano. En suma, es el momento de asegurar las condiciones laborales óptimas para que los y las docentes del país puedan ejercer sus funciones dignamente.

Por fin el veto Presidencial abre otro flanco concentrado en el Piñerismo que solo agudiza el desfase entre cambio generacional, nuevas tecnologías de la comunicación, y fuerte depredación de los vínculos contractuales con el profesorado –la mutilación de los derechos del profesor- que solo estimulan un espiral de malestares que agravan la precarización de la creatividad y anulan todo tipo de formación integral.

Valeska Venegas M.
Magíster en Educación.
Doctorante en Comunicación. Universidad de la Frontera-Universidad Austral de Chile. Investigadora asociada al Observatorio de Comunicación, Política y Sociedad (OBC). UFRO

Mauro Salazar J.
Sociólogo.
Coordinador Observatorio de Comunicación (OBCS) Universidad de la Frontera.

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