En kioscos: Abril 2024
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

Los que no creyeron en el retorno de Dios. Por Ana Pizarro*

Primero se agitó el mar, el mar oscuro y frío, y una ola enorme se estrelló con ímpetu en las rocas, lanzando la espuma contra el cielo. Un ruido sordo y prolongado surgía de su interior como si fuese un monstruo estirándose. El viento se estremeció con vibraciones cósmicas y su silbido se transformó en ráfaga ensordecedora que fue a golpear la falda de las montañas volviéndose espesor, consistencia. A su paso envolvió las piedras, atrapó las rocas sacándolas de sus cimientos y precipitándolas desde lo alto, a la altura de la nieve, con estruendo hacia los valles. Entonces fue la lluvia fría y torrencial que empezó a inundarlo todo, y las olas alcanzaron las planicies mientras un estallido planetario surgió de los volcanes, hizo de la nieve fuego, modeló el rostro de la tierra y fue a depositarse al fondo de las aguas. Mientras crecía el mar por designio de Kai Kai, la culebra que habita en su interior, también se elevaban las montañas. Los mapuches se refugiaron en los cerros porque Treng Treng reside ahí y los aconsejó. Los que se quedaron abajo se convirtieron en peces. Los que subieron se protegieron la cabeza con cántaros de arcilla por la lluvia y el sol. Con sacrificios lograron calmar el agua y después bajaron de los cerros. Así nacieron los mapuches.

El hábitat primero fue el ámbito del trueno, del alerce, del raulí, el maitén y la araucaria, la selva austral de Sudamérica. Desde el río Maule -en el Chile actual- aumentaba la población hasta más allá del Toltén cuyo cauce arrastra en período de lluvias a la tierra, los árboles, las casas, los enseres, los animales y hasta los caballos con jinetes y todo. Existieron ya en los quinientos a seiscientos años a.c. y eran cazadores de guanacos, de huemules. Marinos avezados que recogían del mar los moluscos, las algas: cochayuyo, luche. De la tierra los frutos del algarrobo, el piñón de la araucaria. Eran diestros cazadores que se aventuraban en un terreno amplio, amos de la flecha y el silencio. Vivían en familias extensas, en poligamia bajo la autoridad del lonco, cacique que imponía la equidad y dirigía las relaciones con los demás grupos. La elección del toqui, jefe en tiempos de guerra, se hacía por acuerdo y era para aquellos que poseían la magnitud del relámpago.

Pronto atravesaron la Cordillera de los Andes y se instalaron del otro lado, en la actual Argentina, imponiendo su lengua, el mapudungu. Tomaban el nombre de puelches, gente del Este, conocidos por el lugar donde habitaban: ranqueles, salineros, pampas, manzaneros. Allí la naturaleza presenta un rostro diferente. Atravesando los bosques cordilleranos es generosa en lagos, ríos, bosques y valles para luego extenderse en las enormes llanuras desérticas de la pampa. En ese medio la choza mapuche, la ruca, se volvió toldo, habitación hecha de varas y pieles de guanaco -más tarde de caballo- cosidas con cuerdas que permitían los desplazamientos. Un día se escucharon los choroyes bajando del cerro en gran bullicio. Se reunió la gente y consultó a la machi, chamán del grupo. Ella subió por los peldaños del canelo tallado en forma de rehue para estas ocasiones, invocó a Nguenechén el de la alta sabiduría y anunció presagios funestos. Cuando llegaron los españoles los dominios mapuches se extendían ampliamente por sobre la cordillera entre las dos Aguas Grandes, del Pacífico al Atlántico. Eran quinientos mil sólo del actual lado chileno.

En otros grupos étnicos de América la llegada del invasor respondió a la expectativa que surgía de una creencia mítico-religiosa. El pueblo azteca vio en Cortés y sus huestes el retorno de Quetzalcóatl, y Moctezuma le recibió como el “príncipe de hombres” que viene a recuperar su trono. Fue el caso también de Viracocha para el imperio incaico en el Cuzco que pensó que tal vez serían sus enviados y el documento de Ticu Cusi Yupanqui señala que “parecían viracochas”. En su sistema de creencias no existía el mito del retorno:1 Nguenechén era la fuerza superior; Pillán residía en los montes, los volcanes, las nubes, las alturas, allí en donde el espíritu de los guerreros sube para convertirse en trueno. Si bien los sorprendió, el conquistador no desestructuró su visión de mundo. Este fue identificado de inmediato como el enemigo que era. Los mapuches no creyeron en el retorno de Dios: lo enfrentaron en una guerra que duró doscientos sesenta años y en donde no pudieron ser vencidos. Luego de la Independencia su lucha fue también de defensa, pero ahora en contra de chilenos y argentinos.

En 1546 partió de Santiago del Nuevo Extremo el primer grupo de soldados españoles hacia el sur. Se iniciaba así una guerra increíble de la pólvora en contra de la astucia, del yelmo frente al sigilo, de la estrategia militar tradicional en contra de una lucha con caracteres de guerra popular en donde se iba redefiniendo la táctica y estrategia de acuerdo a las nuevas circunstancias. Los ataques mapuches no eran frontales sino en pequeños grupos y por sorpresa. Pronto incorporaron el caballo y sus picas de coligue admitieron el filo de las armas blancas. Lautaro aprendió la guerra al servicio del español para volver y enseñar a los suyos cómo atacarlo.

Pedro de Valdivia logró avanzar al sur, atravesar el Bío-Bío, construir algunos fuertes y fundar ciudades: Concepción, Valdivia, Villa rica. De allí soldados españoles cruzaron por los pasos cordilleranos y llegaron al lugar de Trepanada, actual Neuquén, el País de las Manzanas. Del mismo modo como en otros lugares de América los animó el mito de El Dorado, aquí buscaron la Ciudad de los Césares, el lugar de la riqueza paradisíaca. Mientras avanzaban a través de los raulíes, luchadores fantasmas seguían sus pasos por entre las lianas húmedas. La superioridad del armamento se enfrentaba al conocimiento del terreno, a la agilidad de los pies descalzos. Ser vencidos significaba para los mapuches la esclavitud de las encomiendas, el trabajo en las minas, la destrucción de sus rucas, el arrasamiento de sus familias, el servicio a los españoles, la pérdida del espacio y la identidad. Luchaban con la fiereza y los movimientos del puma, conociendo de antemano los pasos del enemigo, convirtiendo muchas veces sus retiradas en fuga. Las armas de fuego se imponían sin embargo y los dueños del territorio invadido veían proliferar los fuertes construidos por los intrusos. El español no fue un ejército victorioso y esta situación lo obligó al acuerdo llamado Paces de Quilín, en 1641. Allí se reconocía la independencia del pueblo mapuche en un territorio comprendido entre el Bío-Bío y el Toltén. Este fue el comienzo de una serie de acuerdos que redefinían la situación cada año porque la defensa mapuche no permitía nuevas invasiones. Comerciantes y misioneros circulaban sin embargo por entre la línea de frontera y a través de los pasos cordilleranos. Los mapuches cambiaban sal, semillas, vacas, ovejas, yeguas y ponchos por aguardiente. El poncho llegó a ser un símbolo de la relación posible, al punto que el gobernador Ambrosio O’Higgins lo prohibió: era subversivo. Los recolectores se habían vuelto, por necesidades de la guerra, ganaderos y tenían un comercio incipiente. Era la situación que existía en el momento de la Independencia.

La segunda etapa de su guerra centenaria fue de defensa en contra del avance del capitalismo agrario en Chile y la Argentina. Era la búsqueda de nuevas tierras fértiles respaldada por la ideología de “progreso”, por la oposición civilización-barbarie que veía en ellos a “salvajes que son una amenaza para el porvenir y que es necesario someter a las leyes y usos de la Nación” según la expresión de Julio A. Roca, el realizador de la llamada Campaña del Desierto, en la Argentina. El chileno Gregorio Urrutia por su parte, jefe de la empresa correlativa, la llamada Pacificación de la Araucanía en el país vecino, denunciaba en ellos a “bárbaros con sus instintos de robo y pillaje”. Fue una guerra en la que cada uno de los países temía que el vecino se le adelantara y las fronteras del Bío-Bío y el Río Negro fueron vistas como una amenaza. Sin embargo cuando hubo necesidad coordinaron el desarrollo de la guerra contra el bárbaro enemigo común.

Los hostigamientos comenzaron temprano con la República y se llegaba a acuerdos de neutralidad con el establecimiento de donativos: yerba, azúcar, tabaco, aguardiente. Los mapuches devolvían a los cautivos. Del lado argentino la campaña comienza en 1879. Del chileno el plan del coronel Cornelio Saavedra se había iniciado en 1860. A esa altura algunos levantamientos han marcado el desplazamiento de gran parte de la población mapuche entre el Malleco y el Bío-Bío, y la usurpación de sus tierras. Se trata ahora de la colonización en su versión moderna. Los caciques son prontamente informados de la nueva ofensiva y el cuerno, que es señal de peligro, suena entre los distintos grupos mapuches del lado chileno, arribanos, abajinos, costinos. Comienza a correr entre ellos el mensajero. El werquén lleva en su muñeca el hilo rojo cuyos nudos anotan los puntos del mensaje, los días que faltan para la

reunión, la junta de los loncos. Se buscan alianzas del lado argentino y accede Calfucura, cacique de los pampas. Es un momento en que circulan profusamente de uno y otro lado, cuidando los pasos cordilleranos. La capacidad guerrera adquiere nuevo ímpetu frente a la agresión, los combatientes se concentran, tensan el cuero de las boleadoras y se diseña la nueva estrategia. Pero se trata para la República de una lucha de expansión que tiene carácter de guerra total y del lado chileno algunos periódicos denuncian la “guerra de exterminio” que lleva a cabo el ejército, su carácter inmoral: se está arrasando con haciendas y familias enteras. Los colonos utilizan el apoyo de la guardia nacional para las usurpaciones, mientras las carretas y el ferrocarril avanzan fundando fuertes y pueblos. El gran malón, la insurrección se da en el año 1881 en el lado chileno. Pero el ejército, que ha vencido en el Perú, es ahora diferente: es un ejército moderno y usa el rifle de repetición. Del lado argentino la resistencia se da en términos similares y tiene carácter simbólico: antes de entregarse los indígenas rodeados se lanzan al precipicio en Choique Mahuida en 1879. La capitulación es dura.

Cuando realizan acuerdos con los nacionales los caciques deben entregar un hijo como señal de promesa. En el parlamento indígena de 1883 deciden pelear hasta la muerte. Pero el ejército argentino termina venciéndolos: es la obra de los fusiles de repetición, el telégrafo, el ferrocarril.

Terminada la guerra llegaron los topógrafos, los agrimensores, los ingenieros, los abogados y se les asigna terrenos por comunidades: reservas o reducciones que harán de ellos campesinos pobres, marginales y discriminados. De los diez millones de hectáreas que poseían en Chile quedaron reducidos a medio millón. En 1960 se estima que había dos hectáreas por persona. Entre tanto entre 1883 y 1885 el Estado entregaba a treinta mil colonos europeos lotes de quinientas hectáreas o más, según las investigaciones de Jacques Chonchol. En 1885 está terminada la Campaña del desierto, en 1883 se habrá dado por terminada, con la ocupación de Villarica, la Pacificación de la Araucanía.

A fines de los años 60 del siglo XX hubo un proceso de levantamiento del pueblo mapuche en el sur de Chile, al sur del río Bío Bío, cuyo sentido era la recuperación de las tierras usurpadas por los chilenos. Terminó, como todo el movimiento social del país , con el golpe militar de Pinochet.

En nuestros días y lentamente, las voces mapuche se han hecho escuchar. Por una parte a través de sus poetas y profesionales : maestros, abogados, mostrando una visión de mundo que evidencia otra relación con el mundo, como en el poeta Jaime Huenún:
“Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo, pellín
e hualle, tineo e lingue nudo a nudo amáronse
amantísimos, peumos
bronceáronse cortezas, coigües mucho
besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor despertar
de las aves ya arrulladas
por las plumas de sus propios
mesmos amores trinantes.”

Pero también se han ido haciendo escuchar a través de un movimiento social que tiene aristas diferentes. Algunas de ellas aparecen hoy y cada vez más con violencia inusitada, que sitúa l a conflictualidad de los enfrentamientos que se han dado en el sur de Chile como un problema mayor para el gobierno: hay quemas de camiones y equipamientos agrícolas y forestales., cierre de caminos, ataques armados. La respuesta del gobierno es clara : nombra de Ministro del Interior a un exalcalde designado por Pinochet.

Las demandas mapuche del siglo XXI tienen que ver con la situación de los pueblos aborígenes a nivel internacional y en donde Chile ha quedado rezagado. Ya no se trata solamente del tema histórico de la recuperación de tierras, en su mayoría en manos de latifundios o empresas madereras. Se trata de su reconocimiento como pueblo frente a un Estado que no los ve sino como “etnia”, lo que limita su estatus jurídico. Esto lleva aparejado también una serie de formas en las relaciones culturales que los disminuyen, en un trato discriminatorio de la población nacional que les atribuye el estatus de barbarie frente a una población chilena ilusoriamente blanca, que no se reconoce como mestiza y privilegia la imagen de la inmigración europea. En ese sentido la reivindicación mapuche apunta también al rescate y difusión de su cultura. Si bien es cierto que en los últimos dos decenios ha habido pequeños avances en este último sentido, la situación está lejos de ser lo que debiera.Es por esto que ellos asientan su reivindicación en el Convenio 169 de Naciones Unidas, sobre Pueblos Indígenas y tribales, suscrito y en vigencia en Chile desde 2009, que los reconoce y respeta en su alteridad.

En este marco de relaciones se ubica entre otros el asesinato del comunero Camilo Catrillanca en 2018 en donde Carabineros obstaculizó la investigación hasta llegar a la evidencia de la culpabilidad de uno de sus integrantes, gracias a la presión del movimiento ciudadano que lo demandaba. El gran estallido social de octubre de 2019 en las calles del país puso en evidencia el avance de la conciencia chilena en este sentido, a través de un despliegue inusual e innumerable de banderas mapuche.

Es necesario valorar también un avance reciente en donde el machi (chamán) Celestino Córdoba, condenado a 18 años de presidio por un incendio con consecuencias de muerte, fue autorizado a participar en un ceremonial de su comunidad luego de una prolongada huelga de hambre y antes de entrar a una institución carcelaria. Esto es producto de la movilización social y pone en evidencia, en un primer paso que la Convención 169 es una realidad en la que es preciso avanzar con aproximaciones y diálogo en condiciones de equilibrio. Del mismo modo como la pandemia que nos acosa -y lo ha hecho con mayor fuerza en los sectores populares e indígenas -ha puesto en evidencia que la ciencia , el conocimiento institucional está lleno de incertidumbre allí en donde nosotros creemos que hay respuestas certeras. Que hay modos diferentes de pensar y formas del conocimiento que no tienen que ver solamente con la racionalidad sino con la sensibilidad, la emoción, el imaginario o la perplejidad, que necesitamos aprender a valorar en las culturas no occidentales.

Hoy, en una demostración de la historia como transformación, del movimiento, del transcurso, de que, como dice el personaje central de Guimaraes Rosa , la sociedad cambia porque “ainda nao estamos terminados”, la convención que construye la nueva constitución del país, es decir, su futuro, será presidida por una mujer mapuche. El futuro se abre a expectativas de mayor justicia en el país.

1 Ercilla documenta la creencia muy inicial en los españoles como seres sobrenaturales, pero ella desaparece rápidamente.

*Dra. en Letras de la U. de París y profesora e investigadora en literatura y cultura de América Latina del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.

Compartir este artículo