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Los tres legados de José Aldunate. Por Álvaro Ramis y texto de Patricio López

Para quienes lo conocimos en el activismo cotidiano, el padre José Aldunate era simplemente don Pepe. Su figura longeva no nos privó nunca de su palabra, y mientras pudo, tampoco de su presencia. Don Pepe siempre llegaba, incluso cuando su ceguera y sus dificultades para desplazarse se hicieron crónicas. José Aldunate sabía que la cercanía, el estar en el tiempo y en lugar crucial y necesario, sin importar la “relevancia” aparente de cada causa, era una exigencia irreductible. Este elemento determinó toda su vida y podría unir los tres grandes legados que nos ha dejado.

Su primera herencia radica en la manera en que articuló su compromiso integral con los derechos humanos, y su vida personal. En la línea de Clotario Blest, don Pepe comprendió que la promoción de la dignidad humana le exigía asumir el rol del profeta, aquel personaje que no sólo habla con la palabra sino también con el testimonio. Cada una de sus prácticas, cada uno de sus pasos, se convirtieron en desafíos perturbadores para la conciencia de sus contemporáneos. La vida de don Pepe poseía una radicalidad que incomodaba, ya que no había forma de sentirse tranquilo al contemplar el tremendo coraje que desplegaba al enfrentar los dilemas propios de cada coyuntura.

Desde que se unió al movimiento de los Cristianos por el Socialismo, en 1971, decidió desplazarse social y geográficamente. Trabajador de Chuquicamata durante la UP, obrero del PEM en Pudahuel, poblador entre pobladores en El Montijo, cocinero en Villa México, en La Palma, en Estación Central, o en Villa Francia, compartiendo un destino de precariedad y austeridad extrema, que no podría haber sido más lejano a su posición de nacimiento y a las perspectivas que le ofrecía su itinerario académico.

Su segundo legado es la experimentación creativa de las posibilidades políticas de la no violencia activa. Como fundador del Movimiento Sebastián Acevedo don Pepe impulsó una práctica basada en desafiar radicalmente la facticidad del poder despótico, por medio de la legitimidad de la denuncia ética de la injusticia. El principal objetivo era visibilizar la realidad sistemática de la tortura, deliberadamente establecida, bajo los parámetros del terrorismo de Estado. Don Pepe asumió las enseñanzas de Gandhi, de Martin Luther King, de Rosa Parks, de las Madres y abuelas de Plaza de Mayo, y las tradujo a nuestra propia realidad, en los turbulentos años ochenta, en medio de un Chile dañado por el quiebre de las confianzas básicas y por la ruptura de las instituciones políticas y asociativas históricas, que configuraron nuestra sociedad.

Su tercer legado radica en su ejercicio de una absoluta libertad intelectual, académica y teológica. Don Pepe nunca calló ni dejó de manifestar su perspectiva ética respecto a la realidad. De esa forma su profetismo se prolongó más allá de la dictadura, y se amplió a reconocer y apoyar la extensión de los derechos humanos a esferas que no estaban explícitas en el orden jurídico y normativo internacional, y menos aún en los estrechos marcos del derecho canónico.No tuvo miedo de apoyar el matrimonio igualitario, la equidad de género, y en el fondo,la absoluta dignidad de las decisiones éticas de las personas, incluyendo la esfera de su sexualidad. Este respeto irrestricto al principio de autonomía radicaba en su formación como profesor de teología moral, que nunca tranzó ante las enormes presiones que la propia jerarquía de la Iglesia Católica desató permanentemente en su contra, atestiguadas por su expulsión de la Universidad Católica, las “denuncias” recurrentes que vivió desde la nunciatura, y su marginación de todo espacio eclesiástico de decisión.

Mientras en la Iglesia don Pepe se convirtió en un paria,como sospechoso de obispos y cardenales, ante la ciudadanía don Pepe se convirtió en un icono viviente, como protagonista de lo mejor del siglo XX: el descubrimiento de un humanismo liberador,que ha convertido el imperativo teórico de la dignidad humana en una agenda de derechos universales, exigibles, y justiciables, que debe concretarse en la experiencia material de las personas.

Álvaro Ramis, Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano

http://www.academia.cl


José Aldunate: la sotana contra la opresión por Patricio López

“Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo
de su carne y ardió por Chile entero en las gradas
de la catedral frente a la tropa sin
pestañear, sin llorar, encendido y
estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo
veo al inmolado”.

“Solo veo al inmolado”, decía Gonzalo Rojas en un poema. Y efectivamente esa imagen, la de Sebastián Acevedo, el padre prendiéndose frente a la Catedral de Concepción, el 11 de noviembre del 1983, en protesta, denuncia y angustia por la detención de sus hijos a manos de la CNI, se convirtió en un hecho que remeció la conciencia nacional, incluso en momentos en que la violencia era cotidiana y hacía perder la capacidad de asombro del país.

Esa conmoción era también la de la Iglesia Católica forjada por Raúl Silva Henríquez, que venía, desde su acto fundacional de donar tierras a la Reforma Agraria en la década del 60, expresando su opción preferencial por los pobres, como pregonaba la doctrina surgida desde el Concilio Vaticano II. En esa generación de sacerdotes se fraguó el jesuita José Aldunate, quien tal como el padre Antonio de la canción de Rubén Blades “no funcionaba en el Vaticano, ente papeles y sueños / de aire acondicionado; y fue a un pueblito, en medio e’ la nada / a dar su sermón”.

Resultó natural y ejemplar de una época, entonces, que el “Pepe” con sus hábitos religiosos fuera una de las caras visibles del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, grupo de activismo pacifico que nació para denunciar los centros de tortura y los abusos de la dictadura.

Hace más de un siglo, en 1917, había nacido José Aldunate Lyon en una acaudalada familia santiaguina. Recordó de sus primeros años que aprendió a hablar inglés antes que castellano y que su hogar estaba lleno de institutrices. A los 10 años partió con su familia a Londres y fue matriculado en un colegio jesuita. Destacó en el rugby y en las notas como el mejor del curso, periodo que según confesó forjó su carácter y que culminó abruptamente con la crisis mundial conocida como la depresión de 1929. De vuelta en Chile, entró al Colegio San Ignacio para continuar su formación bajo la influencia jesuita.

Luego de ordenarse sacerdote en 1946, su primera tarea en Chile fue sumarse como ayudante a la tarea que el padre Alberto Hurtado llevaba a cabo en la ASICH, la Acción Sindical Chilena. En esa tarea cotidiana se forjó su compromiso de por vida con los sindicatos y la organización popular. Uno de sus propósitos fue confrontar el legado del futuro santo con la imagen punta roma que se pretendió construir de él. En su recuerdo y opinión, “llegó un momento en que el Padre Hurtado comprendió que lo decisivo no era la caridad, la bondad, hacer el bien. Lo decisivo era la justicia. La sociedad debía ante todo buscar la justicia, que está más allá de la caridad. Hay que ser justo en primer término y después pensar en ser caritativo. Un empresario debía pagar salarios justos y después podía hacer la caridad”.

Hay que considerar que, por procedencia socioeconómica y sólida formación intelectual, Pepe Aldunate tenía todas las condiciones para hacer carrera en la Iglesia Católica y convertirse en purpurado. A la muerte del Padre Hurtado, le sucedió en la dirección de la revista Mensaje, antes de asumir una serie de cargos directivos, entre los que destacaron el de provincial de la compañía jesuita, la coordinación en el Centro Bellarmino, y más adelante la de secretario de la Conferencia de Religiosos, Conferre.

Pero su origen fue aristócrata y su destino obrero. Lo que, tal como en los ’50 le unió a Alberto Hurtado, le hizo encontrar luego en el camino a Esteban Gumucio, Mariano Puga y otros que desde parroquias y capillas se interpusieron en tiempos de dictadura entre las fuerzas represivas y los perseguidos, junto a la Conferencia Episcopal de esa época. Hay que recordar que en el contexto del colaboracionismo de la Iglesia Católica española con el franquismo y de la argentina con la junta militar que gobernó ese país entre 1976 y 1983, resultaba una particularidad el compromiso que tomaron en Chile los curas y obispos. La acción de aquel grupo de corajudos sacerdotes fue magistralmente retratada por el documental de Patricio Guzmán En nombre de Dios (1986), que tomó su nombre de la última prédica del obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, quien antes de morir asesinado en 1980 dijo a los militares: “Les ordeno en nombre de Dios ¡cese la represión!”

En entrevista realizada en 2013, el documentalista Guzmán afirmaba que bajo el sustento doctrinario de la Teología de la Liberación “hubo una gran organización de base que la Iglesia Católica tenía en América Latina para ayudar a las masas populares, apoyados por las mejores inteligencias del Brasil y de muchos otros países. Eso yo lo vi con mis propios ojos porque conocí personalmente a todos esos teólogos. Es extraño decir esto, pero el papa Wojtyla era mucho más anticomunista que católico. Y Ratzinger fue su ejecutor. Y para qué hablar de Chile: la iglesia chilena era una maravilla, después de la brasileña, ésta era una cantera de tolerancia y los obispos no eran pechoños, eran hombres de Estado, que pensaban en el país y no en su credo, eran impresionantes y por eso Allende también tuvo en ellos un apoyo importante”.

En 1975, y recogiendo su experiencia previa en la revista Mensaje, Aldunate fundó la revista clandestina No podemos callar, que más tarde pasó a llamarse Policarpo, en recuerdo del obispo del siglo II despedazado por los leones del circo romano. Esta publicación, que circulaba entre las comunidades cristianas de la época, difundió detallada información sobre la represión e instaló el debate sobre los tipos de dilemas éticos que se producían en ese periodo de excepción. Se editó hasta 1995 y años después, el padre Aldunate donó la colección completa al Museo de la Memoria.

Recordando su rol en dictadura, Aldunate afirmó al sitio web de Villa Grimaldi que “al principio tuve alguna actividad en meter la gente en las embajadas, el llamado empuja potos por encima de la muralla, la gente para sacarlos de circulación, pero lo de Sebastián Acevedo, eso fue… en realidad es la historia de un grupo. Yo fui vocero de un grupo de esos que a veces nombran o conocen más. Como yo era un poco mayor y siendo también sacerdote, tenía más respaldo porque es un grupo clandestino, entonces tenía que salir a la luz pública y hacer grabaciones y dar a conocer el movimiento a los extranjeros y todo. Así es que eso me tocó a mí”.

En este caso, tal como en el momento inicial de su inserción en el mundo obrero, Aldunate insistió en la importancia de la acción, del testimonio. Del valor que tiene vivir los problemas sociales y no solamente hablar de ellos.

Resulta decidor que un ser humano que para muchos es un santo se haya convertido, en la última etapa de su vida, en una figura incómoda para la cúpula de la Iglesia Católica. El arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, fue objeto de duras críticas el año 2014 cuando se supo que había enviado un expediente al Vaticano sobre Aldunate, Mariano Puga y Felipe Berríos, debido a que sostenían una posición “conflictiva y crítica a su conducción” en temas como la reforma educacional, el aborto, el matrimonio homosexual y la desigualdad.

Ezzati dijo que no acusó, que solo envió información. Sutilezas semánticas aparte, Aldunate afirmó, a sus entonces 97 años, que “el liderazgo del Papa Francisco ha sido muy importante, y sería bueno que se reprodujera en el liderazgo de la Iglesia chilena. O sea, que nuestro cardenal Ezzati pudiese concordar con la actitud del Papa”.

El enorme legado de José Aldunate lo pone a la estatura de los seres humanos más virtuosos que la Iglesia Católica chilena ha aportado al país. Y nos deja también una reflexión para el país del presente y del futuro: “La sociedad está exigiendo transformaciones y cada vez más profundas. Algunos dirán, bueno ahora hay democracia y antes había dictadura, pero ¿esta democracia es la que realmente queremos o necesitamos? Una democracia en que reina el dinero, donde ricos tremendamente ricos y hay personas muy pobres. Un modelo que es simplemente el liberalismo sin frenos, en que sólo los que poseen recursos pueden acceder a todo lo que quieren. Entonces hoy en día se va mucho más a fondo que antes que cuando luchábamos contra la dictadura. Esta democracia no es la que tendríamos que tener”.

Seguiremos escuchando la voz de Pepe Aldunate.

Patricio López, director Radio Universidad de Chile, 28 de septiembre 2019

https://radio.uchile.cl

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