Militante de izquierda, hijo, padre, hermano y abuelo. Luis Sierra fue un economista heterodoxo, un amigo de corazón inigualable y un formador constante de nuevas voluntades para la transformación social. Vivió su primera infancia en Valparaíso y siempre guardó un pedacito del puerto en sus memorias, disfrutando cada vez que la vida le permitía salir de la asfixia santiaguina y volver a respirar una bocanada del viento del mar.
En su adolescencia comenzó su militancia política en el MAPU, adquiriendo el compromiso con la izquierda chilena y mundial que lo caracterizó hasta el último de sus días. Como muchos de su generación, fue un institutano orgulloso, hijo de una educación pública a la que respaldó y apoyó toda su vida, lo que muchos años más tarde lo llevaría a respaldar a los nuevos movimientos sociales que marcaron la década de 2010.
Como siempre se encargó de recordar, su primer semestre universitario estuvo marcado por la oscuridad de la represión. A los pocos días de haber entrado a la entonces Facultad de Economía Política de la Universidad de Chile, donde se anidaba el pensamiento económico de izquierda desde 1969, el golpe de estado de 1973 estremeció su vida. Entonces una niebla oscura, tan densa como el humo de los cigarrillos Lifes que consumía frenéticamente, cubrió el tráfago cotidiano de su actividad militante. Los más jóvenes escucharon y aprendieron su testimonio de consecuencia en los duros años 1970, cuando pensar distinto -la actividad favorita de Lucho Sierra- era considerado un crimen que le costó la vida a tantos amigos, hermanos y compañeros.
Además de trabajar en CEPAL y en el centro de estudios VECTOR -un espacio dirigido por importantes intelectuales socialistas como Ricardo Lagos E. y Enzo Faletto-, durante la década de 1980 comienza a madurar en Luis una de las ideas que lo acompañarían para siempre: el socialismo no es posible sin la democracia. Con su profunda conciencia libertaria, democrática y antiautoritaria, Sierra participó junto a otros socialistas en la ruptura definitiva con cualquier forma de autoritarismo, burocratismo y lealtad con formas de capitalismo de Estado. Quienes tuvimos oportunidad de conocerlo más adelante, recibimos como testamento de su crítica a los socialismos del este el libro “La historia de las luchas de clases en la URSS”, un texto de Charles Bettelheim que, sin abandonar el marxismo, denunciaba el capitalismo de Estado formado tras del muro.
Es esta convicción de un socialismo plenamente democrático la que lo lleva a convertirse en un importante militante de la renovación socialista, llegando a ser el secretario general de la Federación Juvenil Socialista. Como titulara Jorge Arrate uno de los primeros textos de la renovación, el proceso se trataba simultáneamente de rescate y renovación. Rescate para recuperar las ideas libertarias y latinoamericanas que fundan el socialismo chileno, con la pluma señera de otro institutano al que Luis siempre admiró, Eugenio González Rojas. Renovación para superar los elementos burocráticos y autoritarios enquistados en la práctica política y el dogmatismo. Renovación para abrazar una práctica política abierta a la pluralidad del mundo, donde múltiples movimientos sociales se desarrollan con autonomía, sin subordinarse a un partido o sus frentes de masas. Lucho no abandonaría jamás estas convicciones, fiel a sus ideas socialistas y a su convicción democrática. Por lo mismo, fue un decidido impulsor de la unidad socialista, pues en la conformación del nuevo bloque histórico que superaría a la dictadura era crucial -en su opinión- la presencia de un eje de izquierda fuerte, con capacidad de construir hegemonía e impulsar la marcha de las nuevas fuerzas en favor del pueblo. Que vigente sigue resultando su reflexión.
En 1990 entró a trabajar en el primer gobierno democrático junto a Gonzalo Martner, un amigo por el que mantuvo siempre un enorme respeto más allá de las diferencias. Luego aportó activamente en la conformación del actual SERNAC y siempre abogó por una institucionalidad fuerte, con capacidad de defender a los consumidores, convencido de que el capitalismo contemporáneo tendía a superponer el plano de la producción con el de la realización.
A fines de los 2000 decide abandonar definitivamente el Partido Socialista y, junto a otros compañeros, inicia uno de los trayectos más relevantes de la diáspora socialista, respaldando la candidatura presidencial de Jorge Arrate el año 2009. Su convicción de la necesidad de adaptar el pensamiento socialista a la nueva realidad del siglo XXI -con una mayor tecnificación del trabajo, proliferación de nuevas y viejas luchas sociales, así como un capitalismo dominado por el capital financiero, pero en crisis desde 2008- lo llevan a explorar nuevas vías políticas.
Participa en la formación de distintas iniciativas socialistas como el MAIZ, la Izquierda Ciudadana y otro buen número de organizaciones que poblaron el archipiélago izquierdo del espectro político. Como decía él, se trataba de la balcanización completa de la izquierda chilena. En ese mar de siglas, Sierra fue un predicador sin mucha audiencia al comienzo. Convencido de la necesidad de construir un Frente Amplio más allá de la izquierda -que incorporara, por ejemplo, organizaciones como el Partido Liberal o los regionalistas-, trabajó incansablemente por construir un espacio de izquierda potente, capaz de convertirse en el eje de un nuevo espectro político. En ese camino se encontró con la generación de dirigentes estudiantiles que remecieron Chile el año 2011. En un camino que no estuvo libre de asperezas, construyó primero Convergencia de Izquierdas, se integró al Movimiento Autonomista como parte de su dirección nacional y luego fue uno de los fundadores de Convergencia Social, la expresión orgánica más cercana a su propuesta unitaria.
Luis Sierra fue siempre una persona de corazón generoso, dispuesto a darlo todo por sus amigos, incluso cuando la política los ponía en bandos contrarios. Diestro político, Sierra fue un fiel bebedor de cafés, rey del tercer tiempo y las pichangas del fin de semana. Construyó con ello una amplia red de conocidos, amigos y cercanos, muchos de los cuáles hoy se consideran parte de su familia. Nunca abandonó su vocación de diálogo y encuentro permanente, de conversar y discutir. Nadie que haya conocido a Lucho Sierra lo conoció realmente si nunca tuvo una discusión con él. Nadie que haya conocido a Lucho Sierra lo conoció realmente si nunca recibió un abrazo y un beso apretado luego de una larga jornada de conversación.
Luis fue un maestro para muchas y muchos, un amigo y un militante de izquierda infatigable. Al fallecer cientos de personas escribieron sus testimonios, demostrando que fue un engranaje sigiloso pero eficiente de las organizaciones que ayudó a construir. En sus últimos momentos, entre el infarto premonitorio y el trágico desenlace, Luchito continúo haciendo planes, soñando y trabajando, imaginando su aporte a la campaña del Apruebo en el plebiscito. Con el optimismo de la inteligencia y el pesimismo de la voluntad, miraba el actual gobierno preocupado de fortalecer su horizonte de cambio, de aportar con su experiencia a una conducción transformadora.
A quien escribe estas palabras le tocó la oportunidad de conocerlo en 2012. En ese entonces, Luis Sierra nos invitaba a construir un movimiento de izquierda que se integrara en un Frente más amplio. Ese movimiento, en su análisis, se constituiría con la diáspora socialista, de la que él era parte, la entonces Izquierda Autónoma, la Unión Nacional Estudiantil, el FEL, la NAU y RD, junto a ciudadanos y ciudadanas sin trayectorias que confiarían en este proyecto. Ad portas de la unificación del Frente Amplio y a dos años de su muerte, podemos decir con orgullo que hemos seguido su camino.
Gabriel Rojas Roa es sociólogo.