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"¿Máquinas al mando? El desafío de preservar lo humano en la era de la inteligencia artificial". Por Pedro Salinas-Quintana

"Con nosotros comienza el reino de los hombres con las raíces amputadas. El hombre multiplicado que se mezcla con el hierro y se alimenta de electricidad. Preparemos la próxima identificación del hombre con el motor."
—Filippo T. Marinetti, Manifiesto Futurista (1910)

Estas palabras, escritas hace más de un siglo, anticiparon con una mezcla de entusiasmo y fatalismo un futuro en el que la humanidad estaría entrelazada de manera irreversible con sus máquinas. En aquel entonces, Marinetti exaltaba esta simbiosis como una liberación de las ataduras del pasado, de las raíces que, según él, limitaban al ser humano. Sin embargo, desde nuestra perspectiva contemporánea, ¿fue esa identificación con el motor una promesa de emancipación o un preludio a la alienación y decadencia de lo humano?

Súbitamente, con el siglo XXI, nos hemos sumergido en la era de la inteligencia artificial (IA) y las máquinas pensantes: un sueño utópico para algunos y una pesadilla distópica para otros, que hoy se ha vuelto una realidad inquietante. Lo cierto es que, cada vez más, nuestras vidas están mediadas, e incluso determinadas, por algoritmos y sistemas autónomos que toman decisiones en ámbitos tan fundamentales como la salud, la educación y la economía. ¿Acaso este avance tecnológico alberga algún tipo de amenaza? ¿Qué sucederá cuando el ser humano abandone por completo sus raíces, sus formas, sus modos, su vínculo con la naturaleza, su lenguaje y su cultura en favor de un completo dominio de la técnica?

Martin Heidegger, en su texto Serenidad, ofreció una perspectiva tremendamente lúcida para abordar esta relación del ser humano con la técnica. Aun cuando fue escrito en 1955, su texto resulta pasmosamente actual al poner en cuestión el hecho de que la tecnología moderna tiende a reducir el mundo y al ser humano a un objeto más entre una colección de otros objetos. El pensador de la Selva Negra llamó pensamiento calculador a una forma de pensar que se afana por el resultado, la utilidad, la ganancia y la funcionalidad inmediata, mientras que denominó pensamiento meditativo a una forma reflexiva y pausada, ajena a la urgencia de lo cotidiano, que busca responder a las cuestiones esenciales de la existencia.

Sin embargo, Heidegger creía que el pensamiento meditativo no era una oposición a la técnica, sino más bien una cualidad que nos permitiera reflexionar sobre, por ejemplo, ¿qué significa que nuestras máquinas, diseñadas para servirnos, comiencen a redefinir nuestras prioridades y valores?

Si bien el progreso técnico ha sido una promesa consciente de eficiencia y comodidad, Heidegger nos advirtió que, sin un pensamiento meditativo que equilibre al calculador, corremos el riesgo de perder nuestra capacidad de cuestionar las condiciones de nuestra existencia y de optar por una creencia ingenua en una libertad duradera.

Hoy en día, la tecnodependencia humana es un hecho constatado. No podemos vivir sin las máquinas, al punto de que necesitamos un smartphone o un ordenador incluso para las tareas más rutinarias: llegar de un lugar a otro, preparar una comida, recordar un número telefónico o buscar una palabra cuyo significado hemos olvidado.

Marinetti imaginaba un "hombre multiplicado", fusionado con el hierro y alimentado por electricidad, como el ideal de una humanidad transformada. Pero en este proceso, ¿qué sucede con aquello que hemos definido como el reino de “lo humano”? Pensadores contemporáneos como Byung-Chul Han y Michel Nieva han reflexionado sobre este riesgo desde diferentes ángulos.

Han, en Psicopolítica, señala cómo la tecnología, en su afán de optimización y control, no solo organiza nuestras acciones, sino también nuestra forma de pensarnos a nosotros mismos. Bajo la lógica de la productividad, el ser humano se convierte en un engranaje más de una maquinaria global, perdiendo su capacidad para la contemplación y la introspección. Por su parte, Nieva advierte sobre la colonización de nuestras imaginaciones por narrativas tecnológicas que presentan la fusión con las máquinas como un destino inevitable, marginando cualquier alternativa que priorice el desarrollo integral del ser humano.

Si seguimos por este camino, podríamos convertirnos en "seres humanos multiplicados" que han perdido contacto con su finitud, su creatividad y su capacidad de cuestionar. En este escenario, sin embargo, no hay que ser ingenuos y pensar que un mundo así sería un apocalipsis en términos visuales, pero sí, como ya lo constatamos de sobra, un mundo existencial y espiritualmente empobrecido.

Frente a este horizonte de posibilidades, las humanidades, a menudo despreciadas por su supuesta falta de utilidad inmediata, aún hoy nos ofrecen herramientas para reflexionar críticamente sobre nuestra relación con nosotros mismos, el mundo y la tecnología. Nos permiten recordar que el ser humano no es solo un "motor" eficiente, sino un ser provisto de una innata capacidad para pensar el sentido de las cosas y su trascendencia; un ser capaz de imaginar futuros alternativos, de crear nuevos mundos y de resistir narrativas que lo reducen al rol de un funcionario servil de la técnica.

Mientras que una facción de las ciencias ha cultivado un pensamiento predominantemente calculador, son las humanidades las que aún sostienen la promesa de un pensamiento meditativo, esencial para equilibrar el avance tecnológico con una visión ética, crítica y creativa de la vida. En la educación, en las políticas públicas y en el diseño de nuestros modos de habitar, es crucial que esta perspectiva sea desarrollada y priorizada. Sin ella, corremos el riesgo de delegar decisiones fundamentales a sistemas que, por muy inteligentes que parezcan, carecen de la capacidad de comprender las complejidades de lo que significa ser humanos: seres que procrean, poetizan la existencia y sostienen formas plurales y organizadas de gobiernos.

Marinetti celebraba las “raíces amputadas” como un signo de progreso. Ahora, la pregunta es si podemos permitirnos ese corte radical con el conjunto de prácticas, usos y conocimientos que han definido lo humano. ¿No es, acaso, nuestra conexión con esas raíces lo que nos permitiría imaginar un futuro en el que la tecnología esté al servicio de la vida y no la vida al servicio de la tecnología, como pensaba Heidegger?

Creo que el desafío de nuestra época no es rechazar las máquinas, sino aprender a convivir con ellas en una disposición serena de pensamiento. Pero esto exige identificar los derroteros del pensamiento calculador y fortalecer el meditativo para equilibrar la eficiencia técnica con la profundidad artística, ética y filosófica de la vida.

De este punto de encuentro dependerá que nuestras creaciones no nos esclavicen ni nos colonicen, sino que nos enriquezcan y nos permitan superar los problemas que hemos enfrentado como especie desde siempre: el alimento, la protección, la seguridad, la preservación, la relación con la naturaleza, el amor y la vida.

El futuro está en nuestras manos, pero solo si nos tomamos el tiempo de reflexionar sobre qué tipo de humanidad queremos preservar. El "hombre multiplicado" de Marinetti, el robot, el cyborg, la inteligencia artificial, pueden ser ideales seductores, pero también un recordatorio vivo de que, sin raíces, estamos condenados a perdernos en la inmensidad de una técnica que destella en el horizonte con la fuerza de mil soles capaces de dejarnos en la ceguera eterna de la noche del mundo.

Dr. Pedro Salinas-Quintana
Académico Universidad Central de Chile.

Pedro.salinas@ucentral.cl

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