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Mar para Bolivia. Por Aldo Torres Baeza

Fue tras la paz de Westfalia, hace ya varios siglos, cuando se comenzó a hablar de soberanía estatal. Y claro, esta tenía que ver con el perímetro que circunda a la tierra donde se constituye el estado. Pero también con la centralización del poder, con la cohesión de la gente, con toda esa telaraña de símbolos y tradiciones que forman lo que, varios siglos después, entendemos como estado-nación. Por eso resulta tan paradojal que levantemos la bandera de la soberanía en el tema del mar para Bolivia y la olvidemos cuando se reparte el mismo mar entre siete familias. O cuando se arrasa con el cobre, el litio o los arboles plantados como ejércitos. ¡No es, acaso, una violación a nuestra soberanía dejar que penetren en el país los criminales de Monsanto a infectar a nuestros niños con comida basura! La soberanía no es sólo mantener los límites del territorio, la soberanía, si un Estado Nación creemos ser, es cohesión, es ser sociedad.

“Razones de Estado”, también dicen. No puedo más que sonreír con esa insustancialidad de las razones de estado. Basta leer tres páginas de historia para entender que las razones de Estado son las razones de una pequeña elite integrada por un par de multimillonarios, políticos y militares, que luego solo chorrean una opinión que la gente toma y hace suya. Afortunadamente, no me ha dado por pensar como piensan los televisores. Y, más allá de las razones de la elite, más allá de los tribunales y las infectadas bayonetas, me quedo con la imagen de un niño o una niña frente al mar, y me importa un comino que sea chileno o boliviano, me quedo con su sonrisa, con su carita de felicidad en frente del agua, me quedo con sus castillos y sus huellas sobre el arena. Y que no me vengan con que opinar distinto es ser antipatriota, aunque si me lo dicen también me importa un bledo, pues creo en la patria que hace la gente y no en la irrealidad de los símbolos.

¿De quién es la razón de Estado?, me pregunto.

Será la razón de esa elite que mandó a morir a los rotos a la mal llamada guerra del Pacífico, que en realidad fue la guerra por el salitre. Al fin y al cabo, los únicos que ganaron con esa guerra fue la reina de Inglaterra y sus intermediarios chilenos, los mismos que no dudaron entre el pueblo o sus intereses en lo que culminó siendo la Matanza de Santa María, los mismos que prestaron su ayuda para invadir a nuestros hermanos argentinos en la guerra por las Malvinas. La razón de estado es la razón de ellos, es esa la razón que impone la fuerza cuando dicen que las cosas se hacen por “la razón o la fuerza”.

Yo creo en el mar para el pueblo boliviano. Sin dudas, para ellos es mucho ms importante el tenerlo que para nosotros no tener ese mísero pedazo en una gigantesca vastedad. Pero entiendo que para un político es impopular siquiera mencionarlo, por eso todos se alinean detrás de las razones de estado. Pero también entiendo que esto va más allá de soberanías o razones de estado, es un tema emotivo, que involucra sentimientos y una siempre latente sensación de estar mal emplazados en el barrio. En fin, lo que es yo, me quedo con la razón de los poetas y la gente sencilla, creo que ahí esta la verdadera patria. Por eso, me quedo con Lemebel que, como no, lo expresó mucho mejor que yo:

“Aun así, pequeño niño boliviano, te puedo contar cómo conocí la gigante mar, y daría todo para que esta experiencia no te fuera ajena. Incluso, te regalo el metro marino que quizá me pertenece de esta larga culebra oceánica. Tanta costa para que unos pocos y ociosos ricos se abaniquen con la propiedad de las aguas. Por eso, al escuchar el verso neopatriótico de algunos chilenos me da vergüenza, sobre todo cuando hablan del mar ganado por las armas. Sobre todo al oír la soberbia presidencial descalificando el sueño playero de un niño. Pero los presidentes pasan como las olas, y el dios de las aguas seguirá esperando en su eternidad tu mirada de llocalla triste para iluminarla un día con su relámpago azul”.

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