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Me duele ser mujer… o los caminos de la emancipación. Por Javiera Donoso A.

La causa pública de erradicar la violencia de género como pandemia social, es sin lugar a dudas un desafío complejo. Por ello, cuando constatamos que el mismo ministerio de la mujer, en tanto institución pública, que debiere velar por las mismas y trabajar en aras de producir políticas públicas en pro de la dignificación de sus derechos, es quien perpetra mensajes ambiguos y contraproducentes: estamos hablando de Violencia de Estado. Una violencia simbólica que precisamente sujeta todo maltrato físico, verbal, económico y sexual.

Sabemos en psicología y salud mental que una persona abusada desarrolla complejos mecanismos psíquicos que la hacen sentir desprovista de derechos, culpable por lo vivido, confundida en sus criterios y muchas veces identificada con su agresor. A su vez, toda situación traumática se ve agravada cuando quien debe proteger, no sólo se resta de hacerlo, sino que además coquetea con la complicidad con el agresor. A ello se lo conoce como desmentida, y su efecto es el desamparo y el redoblamiento de los efectos traumáticos en las víctimas.

Si no se tiene como centro ideológico una política del cuidado, con miramientos a la salud mental y a los enfoques de género, entonces el uso de recursos públicos ministeriales pasa a ser una verdadera propaganda del terror. Pues bien, de ello nuestro país sabe bastante a lo largo de su historia.

En este contexto de contingencia, donde un video es subido para ser bajado al día siguiente, se dirigen los cuestionamientos –ya no por los vínculos al pinochetismo- a las autoridades Macarena Santelices (Ministra) y más específicamente a Carolina Plaza. Macarena Santelices aseguró que la campaña fue encabezada por Carolina Plaza, directora del Servicio Nacional de la Mujer y Equidad de Género y lamentó la iniciativa que fue criticada –por múltiples agrupaciones feministas y colectividades de salud mental- por su enfoque en el agresor y no en las víctimas de violencia de género.

Una vez más se ve al gobierno errático y desmintiendo las agresiones que perpetra. No hace mucho tuvo que decir la vocera de gobierno Karla Rubilar, que el poder Ejecutivo sabe perfectamente el nivel de pobreza existente en la región metropolitana –esto en respuesta a las declaraciones del ministro de salud Jaime Mañalich que señaló unos días antes desconocer o no tener consciencia de la gravedad de tal situación.

Ante este desolador escenario, quisiera en tanto psicóloga que trabaja con mujeres en reparación psico-emocional, y en tanto ciudadana “proclamar una sensibilidad” y narrar un “coloquial testimonio” que seguramente representa a muchas:

Me duele el cuerpo, las horas de desvelo, el cansancio de los días haciendo todo, las noches sin dormir, las horas sin descanso. Me duelen tantos roles cumplidos a la vez y la culpa de no poder con todos.

Me duele desde niña, ya es parte de mi piel, de tanto repetirse se volvió permanente como un tatuaje.

La primera vez que lo sentí fue cuando a muy temprana edad tuve conciencia de las miradas de esos hombres en la calle, de esos mucho mayores que yo, que disfrutaban acosándome, robando mi inocencia, haciendo que me sintiera avergonzada de mi cuerpo, de mis labios, de mis piernas. Que me obligaban a agachar la cabeza para no encontrarme con sus miradas pervertidas, sucias de abuso.

El dolor de crecer en un entorno que en lugar de protegerme me vulneraba. No eran sólo los desconocidos en la calle también mis profesoras que en lugar de enseñarme a defender mis derechos me acusaron de mala conducta cada vez que quise levantar la voz y me llamaron conflictiva cuando no estuve de acuerdo o intenté enfrentar alguna injusticia.

Continuaba el dolor en mi casa, con mi padre y sus variadas formas de agredirme, a mí y a mis hermanos y otra vez el miedo que me impedía actuar. El miedo de saberse pequeña, frágil, de sentirse impotente. Ese miedo que con los años se convirtió en dolor de garganta, de cabeza, de estómago...ese miedo que se volvió un tumor y me enfermó de cáncer.

Me duele ser mujer cada vez que escucho historias de abuso como el que sufrí en la infancia, tantos relatos de mujeres que como yo fueron sometidas a malos tratos, vulneradas en sus derechos en la más grosera impunidad de una sociedad ciega y sorda a nuestro dolor. Una sociedad que nos enseñó a sentir culpa, vergüenza y miedo en lugar de rabia, firmeza y determinación para lograr defendernos.

Me duele mi adolescencia cuando quise explorar y expresar mi deseo y me llamaron "fácil" o "suelta" castrando el erotismo y robando la alegría de esa exploración. Me duelen los adjetivos de "loca", "tonta" en mi juventud y el recuerdo de haber sido castigada con desamor y abandono.

Me duele ser mujer cada vez que me doy cuenta del gran esfuerzo que hacemos, pero aun así se nos hace más difícil alcanzar nuestros sueños en un mundo gobernado por hombres, si señores, donde ustedes solo precisan lidiar con su humanidad, mientras nosotras cargamos el peso del mundo sobre los hombros, intentando cumplir con todo lo que supone es nuestra obligación para por fin recibir un trato justo.

Me duele ser mujer y siento rabia por ese dolor, en especial al ver tanta impunidad amparada por un gobierno cómplice que lanza una supuesta campaña de prevención de la violencia de género, pero que no informa, no muestra la realidad país, no entrega ninguna señal o gesto de garantía para tantas mujeres que están hoy durante cuarentena encerradas con su agresor, probablemente sufriendo de abuso psicológico, económico, sexual y físico.

Me duele que la justicia no llegue, que seamos nosotras las que tengamos que salir a defendernos a través de funas en redes sociales, uniendo voces en la calle para ser escuchadas y que a pesar de que el pasado 8 de Marzo cantamos un himno mundialmente viralizado, llenamos el estadio nacional y la plaza de la Dignidad, no hay dignidad para las miles de víctimas de la violencia de género. Y me pregunto, ¿Hasta cuándo este dolor? ¿Por qué tiene que doler? ¿Qué necesito para poder disfrutar el ser mujer?

Necesito ser vista, reconocida, validada, valorada y escuchada. No porque sea insegura, tampoco porque no confíe en mi poder, basta de culparnos a nosotras, no nos falta nada de nada. ¡Ni autoestima, ni confianza, ni un carajo! Simplemente lo necesitamos porque es lo justo, porque así tiene que ser, porque este mundo está en deuda con cada una de nosotras.

Este mundo de hombres está en deuda con esa niña que fue abusada, violentada y pasada a llevar por su padre, su tío, abuelo o profesor. Le debe a esa joven que ha sido juzgada por desear, por querer vivir su sexualidad, por atreverse a ser dueña de su cuerpo. También a esa mujer trabajadora que tiene que aguantar condiciones laborales desiguales aún cuando le entrega a su trabajo la vida entera, sacrificando las horas con sus hijos y sus tiempos de descanso. Con todas las mujeres que eligen no ser madres y tienen que soportar ser públicamente juzgadas y tratadas como homicidas. A tantas mujeres que a diario son descalificadas, golpeadas, violadas y asesinadas.

A todas nosotras, este mundo de hombres nos debe respeto. Mientras esto no ocurra, disfrutar el ser mujer seguirá siendo una utopía. Sin duda esta situación es compartida por todas las disidencias sexuales de la comunidad LGTB+ quienes sufren violencias físicas y simbólicas propias de esta cultura de violencia machista.

Continuaremos la lucha desde el anonimato, hasta ser miles, millones las valientes que como ese grupo de estudiantes diremos "basta ya de aguantar" y por fin alzaremos nuestra voz tan alto que resonara en cada rincón de esas casas y calles hasta ahora sordas. Seremos tantas que las Instituciones se verán obligadas a responder, a nunca más minimizar, relativizar o justificar el problema de la violencia de género.

Confío en que no estaremos solas, serán cada vez más los hombres que se sumarán a nuestra causa, porque esta pelea es también para ustedes, para la reivindicación de sus madres, hermanas, hijas y compañeras de vida. Esta lucha es para liberarnos a todos del estigma del machismo y el patriarcado. El respeto llegará de la mano de la sanación de nuestras heridas, porque sanar es un acto de resistencia. Sanar la culpa, enfrentar el miedo, dejar atrás la vergüenza es lo que nos dará la fuerza para nunca más rendirnos, para dejar de callar y obedecer.

Me declaro una activista, estoy profundamente comprometida con esta causa; en mi casa como madre y pareja, en mi rol profesional y en mi desarrollo personal. Es mi responsabilidad hacer algo con este dolor porque sueño con un mundo donde las mujeres disfrutemos y nos sintamos orgullosas y agradecidas de ser mujeres.

Javiera Donoso A. es psicóloga clínica

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