Al conmemorarse cincuenta años del golpe de Estado civil-militar de 1973, se hace indispensable incorporar en ese deber de memoria el aporte de un conjunto de intelectuales que desde nuestro país, realizaron una significativa contribución al desarrollo del pensamiento crítico latinoamericano, uniendo teoría y praxis política, a fin de formular alternativas de superación de la adversa coyuntura sociopolítica que enfrentaba el capitalismo dependiente en la región y su subsecuente saga de marginación y subdesarrollo. Lo anterior fue el directo resultado de un proceso de creación, intercambio y debate que encontró un abrupto término con el inicio de la dictadura. Así, el ecosistema intelectual configurado desde mediados del siglo XX en Santiago de Chile, se diluyó como resultado de la forzada diáspora de académicos e intelectuales chilenos y extranjeros que se dispersó hacia diversos espacios que les brindaron acogida y el reconocimiento, diluyendo con ello, la centralidad que hasta ese momento tuvo nuestra capital en la maduración de un pensamiento socioeconómico propio para superar la transposición mecanicista de modelos interpretativos europeos.
Uno de los asuntos centrales que convocó a generaciones de académicos fue la búsqueda de alternativas al rol de histórica subordinación de América Latina al poder del mundo de las potencias y su subsecuente lastre de miseria y subdesarrollo producida a partir de esta. Ello configuró una tradición de pensamiento que otorgó nuevo dinamismo a la cultura en el continente en su condición de permanente epicentro de las luchas políticas y espacio de diversas “sedimentaciones históricas”(1) que han permitido contribuir la experiencia de conocimiento de nuestros pueblos. Este enfoque contribuyó a formar y a otorgar un carácter propio en las ciencias sociales latinoamericanas, en especial, para fortalecer su capacidad para crear nuevos paradigmas de análisis sobre las complejas problemáticas de orden estructural existentes en la región. Por su parte, la idea de crisis en nuestra región operó como un verdadero fermento para la definición y configuración de tales modelos ante la urgente necesidad de contar con recursos epistemológicos que favorecieran su abordaje mediante una relación dialéctica con la realidad, contribuyendo a la elaboración de nuevas alternativas de transformación.
Esta perspectiva implicó la asunción de una nueva óptica para abordar los conflictos de asociados con el subdesarrollo y ha sido considerada como “una de las intervenciones teóricas más importantes en la historia de las ciencias sociales en la región”(2) cuyo punto culminante fue la publicación de “Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica” (1969)(3) , del brasileño Fernando Henrique Cardoso y del chileno Enzo Faletto, un análisis que buscó determinar, entre otras problemáticas, la naturaleza de los vínculos y “la articulación entre los grupos externos y la dinámica interna de las sociedades latinoamericanas”(4). Teniendo como objetivo esencial establecer “al nivel interno de los sistemas locales de dominación y en su relación con el orden internacional”(5).
Este amplio y denso campo intelectual tuvo en las universidades un espacio predilecto para desarrollar sus tareas asociadas con la docencia y con la investigación dentro de este ámbito. Así, en 1965, se fundó el Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) de la Universidad de Chile al alero de la entonces Facultad de Administración y Economía, organismo en cuyo núcleo se encontraban Ruy Mauro Marini, Teothônio dos Santos, Vania Bambirra, intelectuales y militantes brasileños exiliados después del golpe de 1964 en su país, a los que se sumó el economista alemán André Gunder Frank, el argentino Tomás Vasconi y los chilenos Orlando Caputo, Sergio Ramos y Roberto Pizarro. Sus investigaciones se divulgaron a través de los “Cuadernos del CESO”, publicación que sistematizó sus trabajos en medio del vértigo generado por una contingencia que transitaba entre la vehemencia y el dramatismo propios de aquellos años. Por su parte, en la entonces Universidad Católica de Chile, bajo la rectoría de Fernando Castillo Velasco, se funda en 1967 el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) en respuesta a las críticas surgidas al modelo formativo existente en la mencionada casa de estudios a partir del movimiento de reforma universitaria iniciado en 1967. Fue desde aquí, en donde se nucleó dentro de esta institución a un conjunto de cientistas sociales reflexionaron, entre otras temáticas, en torno a la articulación de perspectivas de convergencia entre cristianismo y marxismo, uno de los asuntos que abordó Frank Hinkelammert en su obra “Dialéctica del desarrollo desigual” publicada en 1971. Como contrapartida del planteamiento dependentista de Cardoso y Faletto, estos académicos asumieron una perspectiva crítica y de carácter estructural, que plantea que el subdesarrollo no obedece solo a la existencia de retrasadas prácticas productivas, especialmente en el mundo rural, por el contrario, su carácter estaba indisolublemente ligado a “un modo de desarrollo capitalista dependiente de uno global” (6). Por lo anterior, esta corriente no asumió como una posibilidad la idea de introducir reformas en la práctica capitalista aplicada en nuestra región y planteó una alternativa de ruptura con este modelo, basándose en la evidencia levantada desde la imposición del dominio colonial, mediante la incorporación de la dialéctica marxista. Esta corriente, denominada como Teoría Marxista de la Dependencia (TMD), la que alcanzó su madurez como un cuerpo analítico hacia los inicios de la década de 1970, época en el que el espacio entre el mundo académico del político, adquirió un carácter permeable, transformándose en el nexo que vinculó ideas y acción ante los postergados desafíos de la revolución en América Latina. Sin embargo, la controversia antes señalada, no concluyó aquí abriendo nuevas discusiones a partir de la experiencia del exilio, mientras el neoliberalismo configuraba gradualmente un nuevo escenario destinado a desindustrializar nuestras economías para arraigarla, de manera dramática, a una nueva fase de dependencia al capitalismo financiero posfordista.
Este nuevo escenario, no eliminó en modo alguno el trascendental aporte que los dependentistas desarrollaron en el intenso tiempo histórico, cuyo compromiso intelectual y político debe hoy ser recuperado como un punto culminante en el pensamiento en nuestra región. Como ha señalado Martín Arboleda, “Si bien el dependentismo vivió su auge y declive entre las décadas de 1960 y 1980, hoy no cabe duda de que ha sido la tradición intelectual latinoamericana de mayor impacto en las ciencias sociales globales”(7) y hoy, tiene cada vez más sentido, recuperar toda la intensidad de su memoria.
1) Grimson, A. (Comp.) (2004).” La cultura en las crisis latinoamericanas”. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2004, p. 9.
2) Funes, P. (2014). “Historia mínima de las ideas políticas en América Latina”, México: El Colegio de México, p. 160.
3) Cardoso, F.H., Faletto, E. (1969), “Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica”, México: Siglo XXI de México Editores.
4) Funes, P., op. cit. p. 160.
5) Ibidem.
6) Sotelo V.A. (2002) en Tareas, N°111, Panamá, p.1680.