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Mi 11 de septiembre. Por Gustavo Gac-Artigas...

Mi 11 de septiembre. Por Gustavo Gac-Artigas

A mi pueblo.

Caí en cuenta de que el golpe había llegado cuando el 11 de septiembre salí de la casa de huéspedes en el mineral de Chuquicamata y me encontré con el vacío.

La noche del 10 de septiembre mi grupo teatral, el Teatro Experimental del Cobre, TEC, había presentado por última vez “Libertad, Libertad”, fresco sobre el fascismo en donde, sumándonos al llamado de Neruda, llamábamos a oponerse al golpe.

El grupo estaba conformado por trabajadores, hijos de trabajadores, mujeres de trabajadores del mineral El Teniente, ubicado 1639.7 kilómetros al sur de donde me encontraba mirando el vacío dejado por el bus que nos transportaba en esa, nuestra última gira.

Sabíamos dónde comenzaba la gira, no sabíamos dónde terminaría, sabíamos que el golpe de Estado venía, no sabíamos cuando vendría.

El espacio vacío donde debía encontrarse el bus para llevarnos a las salitreras, próxima etapa de nuestra gira, me indicó que el golpe había llegado.

Entendí que había llegado el momento de bajar del escenario y cederlo a quienes asumirían el rol principal, había llegado el momento de dar un paso atrás en el escenario y un paso adelante en la historia sumándose a luchar contra los golpistas.

Los bellos parlamentos se enfrentaron con los actores, se enfrentaron con el director, se enfrentaron con el escritor, había adaptado la obra a nuestra irrealidad, ¿y ahora, Marco Antonio?, ¿enfrentarás a Brutus?

Cabizbajo me dirigí a la sede, no sé si de los sindicatos, del Partido o a las oficinas de David Baytelman, el gerente de la mina. Era otro personaje en busca de un autor, de un director que me ayudara a encontrar mi personaje.

A la mina, hay que defender la mina, es el sueldo de Chile. ¿Quiénes tienen preparación militar?, preguntó un estratega. De los míos, Gualterio un carpintero convertido en actor, Manolete, un estudiante convertido en actor, y emulando al sastrecillo valiente, añadí: yo, aunque ha decir verdad no había matado ni una mosca. ¡Si hasta las moscas me dan pena!

Había combatido en Bolivia defendiendo el gobierno de J. J. Torres con un viejo fusil de la época de la guerra del Pacífico, pero sin manivela ni balas, no fuera a matar a alguien.

“De dónde has sacado tú

soldado que te odio yo”

¿Qué me da el derecho a matar?, de mentirillas, sí, teatralmente, sí, en mis versos ..., ni siquiera en mis versos, hay palabras que se esconden en mi mente y se niegan a salir a caminar hiriendo a otros.

Regresé a la casa de huéspedes, frente a su puerta el bus, inútil nave encallada en la cordillera, el camino estaba cerrado, estábamos atrapados sin salida, además un actor jamás abandona de buen grado el escenario, y nuestro escenario era la mina.

El chofer había regresado sin decir palabra, quizás atraído por los hermosos ojos de una de mis actrices, hija de minero, estudiante de secundaria convertida en actriz, moderna Elena conquistando corazones.

Éramos 25 en la hora 25, 25 actores y actrices enfrentando su destino, sus temores. Les pedí permanecieran en la casa de huéspedes, no fue fácil, la joven sangre ardía en sus venas, sus jóvenes pechos querían servir de coraza protegiendo a su público, sacrificio de actores un día de estreno.

Eran valientes, pero eran actores así que desperté su ego, tres iremos a ver el escenario y luego regresamos, Gualterio, Manolete y el directorcillo valiente.

La mina abría su boca para tragar a los mineros, rudos hombres de la tierra dispuestos a dejar la vida. Las noticias corrían como rumores, el general Prats resiste, marcha desde el sur sobre la capital, Salvador Allende resiste en La Moneda, el palacio presidencial, y esto no era rumor, era deseo convertido en realidad.

Una radio a pilas dejó escuchar el último discurso de Allende, hasta las piedras guardaron silencio, tras el discurso llegó la orden, no hay que dejarse masacrar, abandonen la mina y mézclense con la población.

Por el camino subían los soldados, en la casa de huéspedes volvimos a ser 25, la noche caía sobre Chuqui, la noche caía sobre Chile, miré el reloj, marcaba la hora 25.

El resto, el resto es historia.

Gustavo Gac-Artigas es escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Reside en los EE. UU.

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