No deja de ser curioso que Javier Milei, quien sacó la primera mayoría en las primarias de Argentina, se apellide así y sea el epígono del actual fascismo neoliberal: el significante “Milei” porta una homofonía con "mi- ley". Yo soy yo, yo nadie más que yo, el individualismo al extremo, aquél que pone SU propia Ley y la de nadie más, "Mi-Ley". No hay común, no hay otros, solo "yo" y un conjunto de corruptos que intentan impedir el despliegue de mi libertad. Donde el término “libertad” es el término que el léxico neoliberal utiliza para decir “soberanía”, pero desde el punto de vista económico-gestional. “Yo” es igual a “libre”, pero en un sentido absoluto. Por eso, sólo el “yo” puede poner su “ley”. No ha de existir ningún organismo público que la dicte, pues todo lo público es inmediatamente asimilado en él a “coacción” y, en este sentido, identificado como una fuerza que impide la libertad. Porque el individuo que, en cuanto “yo” es capaz de poner su ley, es aquél que se erige en soberano y, en esos términos, deviene el exacto reverso del mundo que critica: la soberanía estatal-nacional es combatida por la soberanía económico-gestional del individuo que instaura su Ley. En este marco, el neoliberalismo, incluso en su forma autoritaria como aquella que nos ofrece Milei –o Kast en Chile- es otra forma de violencia mítica, toda vez, que solo modifica el lugar de la soberanía y no desarma a la soberanía misma. Al haber desplazado la noción de soberanía desde lo estatal-nacional a lo económico-gestional, la deriva autoritaria del neoliberalismo no debe ser vista como una anomalía, sino como la expresión de su constitutivo nudo mítico, la forma misma desde la cual éste se desplegó planetariamente. El actual autoritarismo simplemente muestra al desnudo la violencia soberana que ya no necesariamente se anuda al Estado sino a su desmaterialización en la forma del Capital. Su autoritarismo se vuelve así, en el autoritarismo del Capital. No hay mediaciones, no hay filtros. Todo es transparente: el Capital mismo es su Ley y, a su vez, no hay más Ley que la del Capital.
En estos términos, Milei puede ser “Mi-Ley” precisamente por erigirse en “soberano” y, de esta forma, perpetuar la violencia mítica y sus máquinas hasta el extremo desmaterializado del Capital. En rigor, el mundo del fascismo neoliberal es un mundo “gnóstico”: dividido entre el "yo" (bueno) y el “mundo” (malos), entre los “mejores” (apuesta aristocratizante) y los “corruptos”, entre quienes tienen un proyecto de vida individual y quienes no porque están enquistados en el Estado. Frente a la maldad constitutiva del mundo público, no puede haber una Ley legítima. Toda Ley que provenga del Estado ha de ser ilegítima por definición, en la medida que está articulada por la coacción que debe imponerse desde el punto de vista estatal. En cambio, “Mi-Ley” es única y libre. Porque en ella el “yo” y la “libertad” devienen dos nombres para una y la misma soberanía. Por este motivo, no deja de ser cierto aquello que pronosticaba Pier Paolo Pasolini en los 120 días de Sodoma cuando uno de los ministros decía: “los fascistas son los verdaderos anarquistas”. Verdaderos anarquistas porque sólo el fascismo hace del nudo excepción y ley su máquina predilecta donde la arbitrariedad de la voluntad reinan. Así, fascismo es la palabra para designar el devenir excepcional de la ley o, si se quiere, la aceleración sistemática del Capital.
Sea que su voluntad pueda encarnarse en la “nación” o la “raza” como en el fascismo estatal-nacional clásico, sea que pueda cristalizarse en la “individualidad” más estrecha y la noción de “libertad” en el fascismo económico-gestional contemporáneo. Así, en Milei, la ley es nada más que la de su arbitrariedad, de su individualidad única y absoluta. En otros términos, la Ley de Milei es Mi-Ley.