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Miguel Enríquez en su laberinto – a 50 años de su muerte en combate. Por Enrique Pérez Arias

Salvador Allende fue afectado por el laberinto institucional en que cayó su mandato presidencial del cual no pudo desembarazarse. Hasta el último momento intento en las negociaciones con la Democracia Cristiana (DC) llegar a un acuerdo para superar los conflictos y la confrontación política.
Ante la negativa de la directiva DC dirigida por Patricio Aylwin, se decidió a convocar un plebiscito para dirimir la contienda política. Era demasiado tarde. El anuncio lo haría el 11 de septiembre de 1973, el día que los golpistas de las FF.AA. habían programado el golpe militar.

Miguel Enríquez, a su vez, fue afectado por el laberinto revolucionario en que se embarcó desde el comienzo de su vida política. Por la idea equivocada de que el camino a la revolución socialista chilena iba a transitar por una dirección preestablecida hacia el poder sin considerar que la vanguardia revolucionaria que promovía era un proyecto en ciernes.

La apuesta de Enríquez fue generar “un atajo histórico” y para esto “correr contra el tiempo”, puesto que para transformarse en vanguardia de la revolución chilena era necesario disputarle la conducción del movimiento obrero y popular a los así denominados tradicionales partidos reformistas de izquierda.

El primer diseñó de este «atajo revolucionario» se basó en acciones de propaganda armada de expropiaciones a bancos, a fines de los años 60, con la idea de que estas acciones “producen saltos cualitativos y cuantitativos en la acumulación de fuerza revolucionaria, logran en poco tiempo lo que al crecimiento molecular le llevaría años alcanzar» (Pascal Allende 2003). En un documento aprobado por el Comité Central del MIR en febrero de 1972, se señala, además: «Seríamos capaces de ganar la carrera contra el tiempo en la acumulación de fuerza revolucionaria como para sobrepasar la conducción reformista y tomar la iniciativa en el enfrentamiento directo al golpismo, logrando el triunfo, o al menos, una continuidad de la lucha revolucionaria en condiciones de mayor equilibrio de fuerzas político militares» (Ídem, 2003). Es una frase gramaticalmente interesante puesto que está escrita en forma condicional, aunque hubiera sido aún más reflexiva haberla escrito, en ese momento, como una interrogante.

“Correr contra el tiempo” es también una frase que está en el primer documento emitido por la Comisión Política del MIR en diciembre de 1973, tres meses después del golpe militar. El documento redactado por Miguel Enríquez, explica los acontecimientos ocurridos en el periodo 1970-1973 y llega a la conclusión de que la organización no estuvo a las alturas de los requerimientos. Esa titánica tarea revolucionaria Enríquez se la propondrá realizarla bajo la dictadura militar.

Uno de los grandes aportes de Enríquez y de la comisión política del MIR fue la definición del periodo que se abre con la elección de Salvador Allende en 1970, como “un periodo prerrevolucionario”, en que estaba en disputa el poder. Así lo explican: “El periodo abierto desde el 4 de septiembre, lo caracterizamos como un periodo prerrevolucionario que lo caracterizó Lenin fundamentalmente como periodos en los cuales la agudización de la lucha de clases toma determinadas formas específicas… que permiten hacer “madurar” a una situación “revolucionaria” entendiéndola como aquella que posibilita “el asalto al poder”. Sería para nosotros, un periodo como el que estamos viviendo. Elevación de sus niveles de conciencia (del pueblo) y de sus niveles orgánicos que le abren a la “vanguardia política” las posibilidades objetivas de ganar la conducción de por lo menos la clase motriz”.

El MIR plantea correctamente que lo que está en disputa en ese periodo es la lucha por el poder del Estado. Que esta lucha necesariamente se va a definir por una confrontación militar. Esta definición estratégica es la que explica la política del MIR que se puede resumir en una frase: hacer la revolución socialista. Esta definición, sin embargo, requiere de una vanguardia establecida legitimada por el movimiento popular, no en ciernes y en construcción como era el caso del MIR.

Ya, a fines de 1972, se escucharon voces críticas dentro del MIR acerca de la caracterización del periodo y la necesidad de promover un frente unitario con toda la izquierda. Enríquez, sin embargo, no cambió nunca su análisis. No escuchó las opiniones críticas y si las escuchó, las aplastó con repetitivos argumentos.

No cabe duda del papel de líder político que Miguel Enríquez ejercía en el MIR. Lo ejerció desde el comienzo en Concepción. Tuvo las mejores condiciones sociales y medioambientales para transformarse en un líder. Proveniente de una familia de clase media ilustrada, con valores liberales y modernos, y en un medio universitario exultante, pudo demostrar sus cualidades como estudiante, dirigente estudiantil, y líder político en formación. Allí se formó el núcleo central de lo que sería el MIR a partir de 1967. Con ellos se tomó el Congreso de ese año y fueron elegidos en la Dirección Nacional y él mismo como secretario general a los 23 años.

Lector empedernido, estudioso de las revoluciones triunfantes, discípulo de Lenin, admirador de Fidel Castro y Ernesto Guevara, tuvo siempre claro sus fuentes de inspiración. Los que lo conocieron personalmente siempre admiraron sus cualidades personales y su calidad de dirigente. Era abrumador en el debate y en explicar los caminos de la revolución chilena. Exigente consigo mismo y con los demás, confundió su propia voluntad con las capacidades que la organización iba creando.

Es tanta la rigurosidad que Miguel le imprime a la organización que entra en conflicto con Marco, su hermano mayor, porque este no tiene todo el tiempo para dedicarle a la organización y más tarde en 1972, lo expulsa porque este planteaba ir unidos al resto de la izquierda en las elecciones a rector de la universidad de Concepción. De allí que la opinión de Marco sobre la personalidad de su hermano sea la de que “era brillante pero muy déspota” (Lozoya López, 2020: 232, 233).

También era autocrítico con el desarrollo político de la organización, pero no al punto de tener que cambiar sus propios puntos de vista. Realizaba múltiples tareas: organizaba, dirigía, polemizaba, estudiaba, diseñaba la táctica y la estrategia de la organización, escribía los documentos políticos, se reunía con los líderes de la izquierda chilena más afines, reflexionaba con los dirigentes cubanos, impulsaba el trabajo de la Comisión Política y del Comité Central.

Creaba redes de apoyo con Beatriz Allende, Laura Allende, Mirian Contreras, todas cercanas al presidente Allende. Se reunía personalmente con periodistas, captaba militantes, resolvía problemas políticos con frases contundentes o con chistes. Ya en la época de la dictadura, andaba retomando puntos de contacto, distribuyendo recursos e intentando recuperarlos cuando se corría el riesgo de perderlos. Se reunía con personas importantes de la oposición a la dictadura. Se arriesgaba innecesariamente. Sobrevaloraba las circunstancias políticas favorables a la resistencia e hizo un análisis equivocado de la caracterización de la dictadura militar y de sus proyecciones. Un análisis de corto plazo.

Mantuvo una relación cordial, pero no exenta de dificultades, con Salvador Allende. Durante algunos meses después de ser elegido Allende, el MIR se hizo cargo de su seguridad personal. En 1971, esta guardia personal fue encargada al Partido Socialista. Entonces se produjo el primer roce serio con Allende puesto que los miembros del MIR de la guardia personal recibieron la orden de llevarse las armas. Eran las armas que el MIR tenía cuando ocurrió el golpe militar. Allende nunca disculpó este acto. Y le planteó a Fidel Castro que no entregara armas al MIR, un acuerdo que Castro siempre respetó.

En el fragor del conflicto de clases en octubre de 1972, el gobierno de la UP no vetó una ley de control de armas que el Congreso aprobó. Ley que fue utilizada en 1973 para allanar poblaciones, fundos, sindicatos, y mantener a los revolucionarios en guardia. Lo que puso a la defensiva a todo el movimiento popular.

Hay un ejemplo más dramático acerca de las debilidades y las carencias de los líderes de la izquierda para actuar en el terreno militar. Cuando los marinos antigolpistas descubren los planes de los oficiales golpistas, ya en 1973, piden reunirse con los dirigentes de los partidos de izquierda. Los líderes del MIR, del PS y del MAPU, aceptaron la invitación. El PC no acuso recibo. No quisieron recibirlos (Magasich, 2008).

Los marinos tenían un plan de tomarse los cruceros antes de que se inicie el golpe. Para eso necesitaban coordinarse con fuerzas militares exteriores que podrían coordinar los líderes de la izquierda. Estos líderes no confiaron en que los marinos fueran capaces de una acción tan osada y de maniobrar los cruceros. Propusieron esperar a ver qué ocurría con el golpe. Los marinos sabían que en ese caso no tenían ninguna chance, porque entonces la jerarquía de los oficiales decidiría los acontecimientos. Las reuniones se filtraron. Los marinos fueron detenidos antes del golpe. Sus pronósticos se cumplieron, incluso antes de tiempo. El gobierno se quedó mudo. El PC no quería saber nada del asunto. (Ibid, 2008). Y ese fue también un antecedente claro para todos los militares que se oponían al golpe de andar con pies de plomo, no llamar la atención, ni actuar sin saber las consecuencias. Obviamente se replegaron.

El tema de las armas es un capítulo en sí de la historia del MIR. Cuando se produjo la asonada militar el 29 de junio de 1973, Miguel no aceptó un camión con armas que un grupo de militares de la FACH ofreció, con el argumento de que no quería provocar de nuevo al presidente Allende y distanciarse aún más. Este es un ejemplo de una cierta vacilación en Miguel Enríquez y una cierta confusión en la dirección nacional del MIR, que explica la falta de respuesta militar frente al golpe. No se decidieron nunca qué tipo de estrategia y táctica militar aplicar.

Tampoco dejó la responsabilidad del uso de las armas de la llamada Fuerza Central en sus propias manos, de allí la inoperancia de estas fuerzas que se quedaron esperando órdenes para combatir. Esto explicaría que la Fuerza Central del MIR no combatiera el 29 de junio ni el 11 de septiembre. Y lo más extraño, es que, en la zona cordillerana de Panguipulli, los militantes del MIR, incluidos los de la Fuerza Central no tuvieran armas el 11 de septiembre para haber reducido el retén de carabineros del lugar. Tuvieron que escapar, siendo posteriormente detenidos y fusilados (Bize Vivanco, 2018).

Las armas entregadas por Max Marambio (2007) desde la embajada cubana en Santiago, algunas semanas después del golpe militar, así como las entregadas por militantes del partido socialista al MIR se convirtieron en un dolor de cabeza para sus miembros, puesto que no contaban con escondites subterráneos para protegerlas.

Las apreciaciones sobre el dirigente político con las apreciaciones sobre la persona en Miguel Enríquez no siempre van de la mano y dependen de quién las exprese y de las simpatías mutuas que se tuvieran. No cabe duda que si en algo se complementaban era en la capacidad que tenía como dirigente y en la alta apreciación de sí mismo, que se puede vislumbrar en sus cartas personales. Esto que parece no tener mayor importancia tiene, sin embargo, una trascendencia enorme el mismo 11 de septiembre. Miguel Enríquez, en algún momento de la mañana de ese día, le propuso a Allende rescatarlo de la Moneda y llevarlo a alguna población para resistir. Una idea ilusoria. Según diversos relatos, Miguel se comunicaba con la hija de Allende por teléfono. Cuando Beatriz le lleva el recado al presidente que es su padre, la respuesta de Allende a Miguel es: “Ahora es tu turno. Hagan lo que puedan” (Vidaurrazaga, 2021).

¿Cómo interpreta el máximo dirigente del MIR, esa frase del presidente? ¿Cómo siente la responsabilidad de que el presidente le entregue el compromiso de asumir la resistencia? Por las apreciaciones que hay sobre su personalidad no cabe duda de que lo asumió como una responsabilidad histórica. El dirigente, en ese momento acuciante, no podía fallar frente a la historia. Desde el mismo día del golpe, se dedicó a organizar el partido y no se detuvo hasta el día de su muerte, en el enfrentamiento del 5 de octubre de 1974.

Era evidente que era una cuestión de tiempo para que lo localizaran. Fue la DINA la que extendió las tenazas para cazarlo. La casa donde vivían dos altos dirigentes del MIR con sus compañeras y las hijas la ocupaban desde diciembre de 1973, vale decir durante diez meses. La Comisión Política percatándose de los riesgos decidió que el secretario general dejara el país, se replegara. No lo hizo. La situación entonces era tan grave que Miguel y Carmen Castillo decidieron asilar a sus hijas el 14 de septiembre. Allí, en la calle Santa Fe, murió combatiendo Miguel Enríquez, el líder el MIR, junto a su compañera. El mito viviente se cimentó con su muerte, la de un héroe revolucionario romántico.

En el discurso de homenaje del Partido Comunista de Cuba leído por Armando Hart el 21 de octubre de 1974 destacan las cualidades del dirigente: “Miguel Enríquez no había dado de sí todo lo que era capaz de dar. Si se le mide por lo que ya era, su estatura revolucionaria es de por sí grande. Si se le mide por lo que hubiera podido llegar a ser, hay que destacar, sin temor a que el sentimiento o la emoción nuble el razonamiento, que en Miguel Enríquez despuntaba un jefe de revolución”.

La razón deja al descubierto que los líderes revolucionarios no se forman en algunos años. Se forman durante un largo periodo de intervención política. La muerte de Miguel fue prematura. El ejemplo heroico de su caída en combate no sirve para procrear otros líderes, como lo demuestra la historia del MIR. Con él se acaba una etapa histórica. Concluye el ciclo abierto desde que fue elegido secretario general. También la época de máximo desarrollo político y orgánico del MIR.

Ese proyecto en ciernes se abortó por el apresuramiento en construir la vanguardia revolucionaria, por pretender hacer un atajo histórico. El legado político De Miguel Enríquez para una nueva generación de revolucionarios chilenos fue inmenso. Sin embargo, la derrota político-militar en la lucha contra la dictadura, la desconfianza, las sospechas y el trabajo de infiltración de los servicios de inteligencia militar durante la dictadura militar, cancelaron las posibilidades de proyectar en el tiempo una alternativa revolucionaria.

Referencias

Bastías Rebolledo, Julián: “La primavera del MIR. Luciano, Bauchi y Miguel”, CoLibris Ediciones, 2022, Santiago, Chile.

Bize Vivanco, Cristóbal: “El otoño de los raulíes. Poder popular en el complejo forestal y maderero Panguipulli (Neltume, 1967-1973)”, Tiempo Robado Editoras, 2018, Santiago, Chile.

Documentos del MIR, 1968-1970. “Con todas las fuerzas de la historia», Serie Experiencias, digital, Ediciones Segunda Independencia.

Lozoya López, Ivette: “Intelectuales & Revolución. Científicos sociales latinoamericanos en el MIR chileno (1965-1973)”, Ariadna Ediciones, 2020, Santiago, Chile.

Marambio. Max: “Las armas de ayer”, La Tercera, Debate, Random House Mondadori, 2007, Santiago, Chile.

Palieraki, Eugenia: “¡La Revolución ya viene! El MIR chileno en los años sesenta”, Jaime Menéndez Álvarez traductor, LOM Ediciones, 2014, Santiago, Chile.

Pascal Allende, Andrés: “El MIR chileno. Una experiencia revolucionaria” Cucaña Ediciones, 2003, Argentina.

Magasich A, Jorge: “Los que dijeron ‘No’. Historia del movimiento de los marinos antigolpistas de 1973”. Volumen I y II. LOM ediciones, 2008.

Vidaurrazaga Manríquez, Ignacio: “El MIR de Miguel. Crónicas de Memoria”, Libro 1 y 2, Negro Editores, 2021, Santiago, Chile.

Enrique Pérez Arias es autoir del libro ¿Qué fue lo que pasó? La derrota estratégica de la izquierda chilena en 1973. Editorial Santa Inés, 2023.

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