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Mireya Baltra, presente ahora y siempre. Por Oriana Zorrilla

Mireya Baltra Moreno agarró vuelo y partió a recorrer los caminos inescrutables y desconocidos del universo. Va “aperada” con un megáfono, banderas rojas, con ese vozarrón fuerte y claro que decía verdades, sus improperios que sonaban divertidos, y aplicados con sensatez en el momento más adecuado.

Cómo no recordar sus hermosos ojos reidores y la sabiduría acumulada por el contacto directo con su pueblo, y en las aulas universitarias al estudiar y titularse de socióloga cuando ya contaba con hartos años.

Enamorada por siempre de su “Reycito”, Reynaldo Morales, su compañero de toda la vida a quien aplicaba la misma mano dura respecto de la fidelidad que cuando defendía a combos sus posturas políticas. Y no era de extrañar que Mireya supiera de boxeo porque fue su padre quien le enseñó para defenderse en el duro oficio de suplementera.

¿Cómo describirla para quienes no tuvieron el privilegio de conocerla?

Ella fue una destacada vecina de la población Juan Antonio Ríos, dirigenta de los suplementeros, regidora, diputada y ex ministra del Trabajo en el gobierno del Presidente Salvador Allende. Peleadora en el exilio y a su retorno clandestino a la Patria de donde no lograron sacarla nuevamente porque resistió para continuar sus luchas por conquistar pan trabajo y libertad para Chile.

Mireya Baltra dio su primera conferencia de prensa al entrar clandestina a Chile, junto a la senadora Julieta Campusano, en Amunátegui 31, la casa de los periodistas. Para devolvernos la mano, nos invitó a realizar un “mitin” por la libertad de expresión. Una desconexión hizo que solo llegáramos ella y yo: nada la detuvo, llevaba su megáfono subió a una jardinera que había en aquellos tiempos en el Paseo Ahumada y me hizo una presentación “de película”. Yo, a mi vez, la invité a intervenir y se armó una fastuosa manifestación impensada, aplauso y vítores: “libertad de expresión para toda la Nación”, interrumpida naturalmente por las fuerzas especiales, zorrillos y guanacos. Cada cual tomó su camino por el centro de Santiago y la tarea estaba cumplida con creces.

Sus anécdotas son cientos porque era una mujer efusiva, intensa. Mireya Baltra, junto a César Godoy Urrutia, “el capitán veneno” y Orlando Millas Correa, “la monja alemana” extraordinarios dirigentes de su época dejaron el Partido Socialista para ingresar al PC. Siempre fue una “allendista” de tomo y lomo y una comunista de primera línea al igual que sus compañeros de ruta.

Sindicalista e impulsora de leyes en favor de los trabajadores y especialmente de las mujeres, como la primera ley de salas cuna. Fue miembro de la Comisión Política y del del Comité Central del Partido Comunista y su sello de clase fue distinguido durante muchos años.

Aunque morir es parte de la vida, no es fácil conjugar el verbo sin agregarle dolor, nostalgia y soledad. Hoy, que Chile se debate entre la desesperanza y las expectativas, entre construir y deformar para que todo continue sin cambios, mujeres como Mireya Baltra son indispensables, y seguro que existen y seguirán sus pasos.

Tal como dicen los muros de la calle, en el que se lee mucha sabiduría, “nuestra venganza es ser felices” y “nuestro homenaje será la victoria”.

Mireya Baltra presente, ahora y siempre.

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