En kioscos: Abril 2024
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

No a la transacción. Por Juan Pablo Cárdenas S.

Al menos en política, siempre debieran provocarnos desconfianza los ponderados y nunca condescender con las posiciones eclécticas. Es cuestión de observar la historia para concluir que los que marcan huella son los empecinados, los irreductibles en su propósitos e ideas. Los países suben a sus pedestales a los grandes líderes, a los que se juegan la vida por sus valores. Raramente a los que buscan ser admirados por su ecuanimidad, tratando de ser bien vistos y tratados por las derechas e izquierdas, más allá de los cargos que muchas veces obtienen en su afán acomodaticio y oportunismo. La independencia de Chile y de América se consiguió con el arrojo de cada uno de nuestros libertadores. La mayoría de las veces tachados de temerarios y extremistas porque se manifestaban renuentes a contemporizar con los opresores, a poner por encima de sus convicciones libertarias la concordia con los enemigos y los timoratos que siempre se oponen y le demuestran pavor a los cambios. Incluso los grandes líderes religiosos de la humanidad fueron mucho más intransigentes de lo que se les supone. Ahí están Cristo, Mahoma y los empecinados patriarcas del judaísmo. Así como la historia reciente reconoce a un Churchill que les ofreció a los ingleses “sangre, sudor y lágrimas” como condición para vencer a Hitler y al nazismo. En efecto, las vidas ejemplares siempre destacan a los rebeldes e insurrectos. En el Chile de hoy se apela hipócritamente a la necesidad de dialogar para darle satisfacción a las demandas del pueblo mapuche, de los trabajadores explotados y reprimidos, como de un pueblo harto de no acceder a una vivienda digna, a la salud y la educación. Muy demostrado está que los retardatarios apelan a los acuerdos con la intención de aplazar lo más que se puedan las transformaciones y la auténtica paz social, es decir la que siempre es hija de la justicia y no tolera la impunidad. Se nos dice que el país está muy dividido y tensionado por las profundas diferencias. Que es conveniente ponerle freno a las demandas populares porque ni un gobierno de derecha o izquierda va a poder administrarlas. No es que se opte necesariamente por el centro político, sino por ponerle sordina al descontento, ejerciendo, incluso, la violencia policial para reprimir las marchas y movilizaciones populares. Se dicta ahora el estado de emergencia para “pacificar” nuevamente a la Araucanía; sin embargo, con los militares, tanques y armas ya operando en la Región se intensifican las tomas de terrenos y las quemas de camiones y maquinarias forestales. Porque nunca ha sido ventajoso apagar con fuego los incendios, renunciando a buscar soluciones que puedan aparecerles revolucionarias a los que quieren proteger sus intereses amagados por el descontento y la protesta popular. Lo peor de todo es que ni derechas o izquierdas aparecen ya consecuentes cuando, pasada la efervescencia electoral, unos y otros terminan concertándose y dispuestos a repartirse el poder y medrar de consuno en los cargos públicos. No bastó que un ochenta por ciento de los ciudadanos se mostrara de acuerdo con dictar una nueva Constitución y voceara las reformas sociales para que ahora los eclécticos de siempre (que también los hay en la Convención Constitucional) empezaran a practicar una apacible condescendencia hacia las minorías, en la cándida disposición de consensuar poco menos que cada una de las disposiciones de la nueva Carta Magna. Porque les parece ahora poco democrático que los ganadores hagan prevalecer sus ideas sobre las de los derrotados, es decir sobre los que han hegemonizado largamente el poder en un país cruzado por las desigualdades e injusticias. Todo el peso de la Ley se nos proclama contra los manifestantes que delinquen en las calles. Muy de acuerdo con ello si no fuera porque en el propio palacio de la Moneda permanece el principal de los delincuentes del país, uno de los facinerosos que más daño le han hecho al erario nacional y a la población, mediante sus espurias empresas, escandalosas evasiones tributarias e ilícita concurrencia a los llamados paraísos fiscales. Solo que estos delincuentes son de cuello y corbata. Consideración especial se le pide a los jueces y a la prensa respecto de los generales cuatreros que ahora en Carabineros y la policía civil, como antes en las tres ramas de las FFAA, se hicieron de los gastos reservados y salieron a retiro con millonarios botines: ¿de guerra, acaso? Qué duda cabe que, por mucho menos, existen gobiernos que hasta han condenado al cadalso a aquellos oficiales tentados por el narcotráfico o la codicia. Porque los delitos de estos sin duda son peores y más abusivos que los que cometen los civiles comunes y corrientes. Qué horrible es el doble estándar practican los gobernantes de toda la casta política chilena cuando nos convocan a “celebrar” el 18 de septiembre como efeméride de una Independencia que solo se lograra con las guerras contra España solo cuatro años más tarde de aquella Junta de Gobierno provisional. Que ahora la prensa uniformada y ese conjunto de desvergonzados políticos concuerden en que el 18 de octubre del 2019 solo puede ser “conmemorado”. Porque las armas y la violencia de los patriotas solo después de doscientos años les parecen legítimas, pero las barricadas y piedras de los jóvenes y abusados de hoy deben ser severamente impugnadas, además de encarcelados o exterminados sus ejecutores. ¿Es que Chile perdió el sentido común? ¿Puede creer alguien que, abogando por el entendimiento, se va a lograr que el Estado reconozca como justa la demanda mapuche y actúe en consecuencia? ¿Puede alguien en su sano juicio pensar que las AFPs les van a pagar a los jubilados una pensión justa después de tantas décadas en que se han apropiado y obtenido tan lucrativo rédito de sus cotizaciones? ¿Se podría confiar en que los empresarios lleguen al convencimiento de que deben pagar a los trabajadores un salario justo si se quiere aspirar a la paz social? ¿O que las isapres, por una prodigiosa decisión, convengan espontáneamente en un sistema público de salud, renunciando a los enormes beneficios que les proporciona su actual administración privada? “A Dios rogando, pero con el mazo dando” decía el cardenal Raúl Silva Henríquez cuando decidiera crear la Vicaría de la Solidaridad en tiempos de la Dictadura y cuando las víctimas ni siquiera estaban en posibilidad de demandárselo. “El pueblo no se debe dejar acribillar”, dijo Allende antes de su muerte, pero al mismo tiempo advirtió, que más temprano que tarde, de nuevo se abrirían las grandes alamedas por donde pasen el hombre y las mujeres libres, para construir una sociedad mejor.

Compartir este artículo