“No, no es verdad”. Esta fue la tajante respuesta que el presidente del directorio de CODELCO dio ante una pregunta clave: dadas las implicancias de la explotación del litio en el salar de Atacama para el país, ¿no era mejor adjudicar el contrato mediante una licitación en vez de un acuerdo “entre cuatro paredes”? La respuesta, seca, está sin embargo cargada de un contenido que vale la pena desmenuzar.
Este momento, digno de archivo para los futuros historiadores interesados en la crisis multidimensional que atraviesa el país, ocurre en una conversación con el conocido periodista Daniel Matamala. En su programa “Lo que importa” (E16T2; minuto 47:57), el comunicador (a todas luces liberal) entrevista al director de CODELCO designado por el Presidente Gabriel Boric mediante decreto.
El entrevistado se esfuerza en justificar, ━desde una perspectiva técnica, económica y jurídica━ el acuerdo que intenta implementar el gobierno con SQM. Poco a poco, percibe que la estrategia de seducir con la racionalidad de un “homo economicus” a quien conduce el programa no resulta del todo exitosa. La desesperación se hace palpable cuando recurre a un argumento de autoridad.
Ante la pregunta, bastante en sintonía con los preceptos (neo)liberales del libre mercado, sobre si “la licitación no es la mejor manera para que el mercado funcione”, Máximo Pacheco Matte responde: “No está inscrito en ningún texto de economía”, para luego agregar: “Mire, yo tengo 50 años de experiencia en el mundo empresarial, principalmente en la empresa privada”. Y finalmente concluye, como argumento de fondo, que “las empresas privadas también hacen eso”. Como si eso fuera garantía de confianza, éxito, transparencia, asertividad, probidad e integridad. Sobre todo, considerando con qué empresa privada se está realizando el acuerdo: aquella que hasta hace poco figuraba en la lista de militantes de un partido del gobierno, el PPD.
Las insuficiencias de la economía economicista
Sin embargo, estos argumentos no logran convencer al periodista, quien insiste de manera oportuna y lúcida en un punto esencial: más allá de los tecnicismos, CODELCO es una empresa pública, y por ende, no se rige por las mismas reglas que una privada. En efecto, como propiedad de todos los chilenos, debe responder al interés y a la confianza de la sociedad. Algo que no ocurre, por ejemplo, con la ANFP, que aunque detente un bien precioso para los chilenos —los clubes de fútbol profesional y el “equipo de todos”— puede decidir de forma autónoma y sin injerencias el nombramiento de su directorio. Con los resultados y perversiones del “libre mercado” que ya conocemos.
En fin, lo destacable de todo esto es la incapacidad de la perspectiva técnica para desplazar lo que a todas luces es una cuestión política. Esto evidencia la desconexión de la economía economicista con la realidad tangible, es decir, con la realidad social, histórica y ecológica del planeta. (La llamada “permisología”, en la jerga neoliberal, ilustra bien este punto, donde el impacto ambiental y social se percibe como costo y/o traba a la inversión).
La concepción economicista de la realidad se construye sobre una base teórica —la teoría del valor marginal— que descarta la realidad social e histórica, o la reduce a un enfoque institucional donde prima el individualismo metodológico. Dicho más simple: sus preceptos reducen la sociedad a un espacio abstracto llamado “mercado”, y las relaciones sociales a intercambios de bienes y servicios entre individuos indiferenciados, en un espacio imaginario que supuestamente se equilibra y regula por sí mismo. Las instituciones, por su parte, son concebidas a partir de un ideal-tipo, en donde nunca es cuestión su emergencia, ni sus transformaciones, es decir precisamente lo que ocurre en los momentos de crisis.
En el mundo imaginario, intemporal y ahistórico de los economistas, personas como Máximo Pacheco Matte, Gabriel Boric, Julio Ponce Lerou, Carolina Tohá, Francisca Ponce Pinochet, Gonzalo Winter, Jeannette Jara, Aurora Williams, Augusto Pinochet o Salvador Allende no existen. Esto porque conciben el mundo como un lugar habitado por individuos indiferenciados. Sin embargo, cualquiera que lea esta columna entiende que estos nombres están cargados de significado político. Sobre todo si se considera que uno de los principales clivajes en la actualidad se opera en la oposición pueblo-elites.
La economía es, ante todo, una cuestión política
De esto, la economía economicista —hegemónica en Chile tanto por izquierda como por derecha— no logra dar cuenta. Y se nota, tanto en sus análisis como en su actuar. Especialmente cuando se intenta abordar un problema político, en un momento histórico y un contexto particular, con las mismas lógicas y herramientas hoy cuestionadas y en crisis. ¿Acaso ya olvidaron en el gobierno lo que detonó la revuelta social de 2019? Un aumento de 30 pesos en el pasaje del metro. ¿Pero qué son 30 pesos en la planilla Excel? Seguramente nada relevante para los “expertos” de ayer y hoy. Pero distinto es si se consideran otros aspectos e indicadores de la realidad social y económica que el país ya mostraba desde 2006 (o el siglo XVI) más allá de los que miden los economistas neoliberales.
La economía es una cuestión política, no por antojo, sino porque innumerables antecedentes así lo indican. Enfoquémonos en uno: por construcción lógica. Lo técnico, dice la RAE, “es lo perteneciente o relativo a las aplicaciones de las ciencias o las artes”. Estas representan y conciben el mundo desde una perspectiva particular. Es decir, se posicionan en el continuo del tiempo y el espacio para interpretar la realidad, dar cuenta de ella y volverla inteligible.
Ese posicionamiento, en la construcción del pensamiento científico, se llama teoría. Con excepción de la economía, donde a menudo se confunde hipótesis —suposición de algo posible o imposible para derivar una consecuencia, habitualmente una “ley” o principio económico— con teoría. Es desde la teoría que se interpreta y analiza el mundo, hasta que otra nueva emerge como resultado del avance del saber y del debate científico. Por eso, lo teórico precede a lo técnico, ya que es en base a lo primero que se producen los conocimientos aplicables para generar lo segundo.
Para los neoliberales, todos los problemas son mercados
Entonces bien, si la economía se presenta como la ciencia que estudia cómo los agentes deciden utilizar recursos escasos para satisfacer necesidades infinitas en un mundo limitado, debería atender primero a cómo las sociedades (la macroeconomía) y los individuos (la microeconomía) toman esas decisiones. El problema es que, para ello, utiliza una teoría que considera tanto a la sociedad como a las personas y el mundo que habitan como un epifenómeno: un fenómeno accesorio sin influencia sobre el principal. Este fenómeno principal son los intercambios en el éter llamado “mercado”, mientras que el accesorio son las personas que habitan una realidad social, histórica y ecológica concreta.
Y es justamente ahí donde reside el punto: quién, cómo y en qué condiciones se toman las decisiones en el mundo real. Esto es uno de los puntos ciego de quien interpreta el mundo desde el prisma neoliberal.
Las decisiones sociales, lo sabemos, son el resultado de relaciones de poder entre los distintos actores de la sociedad, donde se enfrentan intereses contradictorios. Por ende, la organización de la economía —o, en este caso, la entrega y explotación de un bien del Estado— es fundamentalmente política.
Es política porque el problema no es el cómo, sino el por qué y el para qué, y eso, en una democracia, pertenece al ámbito de lo político. Es política porque la naturaleza de la empresa pública y del propietario de un recurso con enormes expectativas económicas involucra tanto intereses estratégicos para el país como geopolíticos en el mundo. Por lo tanto, no deberían ser los tecnicismos los que guíen la discusión, sino lo que verdaderamente está en juego: el modelo de desarrollo del país y su soberanía en un mundo en crisis.
Esto es lo que la entrevista del ex ministro de Energía en el gobierno de Michelle Bachelet ━hijo del también democratacristiano Máximo Pacheco Gómez, bisnieto del presidente Manuel Bulnes, tataranieto del también presidente Francisco Antonio Pinto y en cuya ascendencia también figuran Aníbal Pinto Garmendia, el conquistador Francisco de Aguirre e incluso el último emperador inca Huayna Cápac━ deja entrever: una profunda desconexión con la realidad social —propio de la relaciones endogámicas de las elites—, un paternalismo tácito y una notable ausencia de estrategia de desarrollo.
Creer que, por llamarle a un proyecto “estrategia nacional del litio”, una lista de medidas con un propósito se transforma en una estrategia, es como suponer que los nazis eran de izquierda porque en su rótulo aparecía la palabra “socialismo”. Pensar que un conjunto de tecnicismos constituye una estrategia es igualmente falaz. La estrategia debe desprenderse de un proyecto político que contemple una propuesta de desarrollo para el país. Un horizonte político al cual atenerse. El proyecto tiene que ser consecuente y coherente con ese horizonte, tanto en el fondo como en la forma.
Una ciencia, para producir conocimiento, requiere sistematización y método. Y el método, teoría. Un proyecto también. El problema surge cuando lo técnico se presenta como argumento central para justificar un actuar a todas luces antidemocrático y autoritario. Inconsecuente e incoherente con lo que se defendió y se dice defender. Sobre todo cuando lo técnico se ha utilizado históricamente para justificar todo tipo de abusos: ¿no fue acaso el argumento económico que utilizó la derecha para justificar el golpe y la dictadura? ¿Qué utilizan Matthei, Kast y Kaiser? ¿El argumento central de “El Ladrillo" y de todo el relato neoliberal en Chile? Extrañamente, hoy es el mismo que parece sostener un partido que cada vez más se asemeja a un partido instrumental;que cada vez más parece ser el PPD de los millennials.
