Por más que incomode decirlo, es necesario ponerlo sobre la mesa: no todo el que investiga sobre y en casos con los pueblos indígenas puede decir que alienta, y mucho menos que participa, de un proceso decolonial. Esto se plantea desde un lugar, y abre un diálogo que no es siempre agradable, pues sitúa, por un lado, a quien ha vivido el despojo como parte de su historia personal, familiar y territorial, y entra en diálogo con quien simpatiza, solidariza y comprende esos procesos históricos desde la perspectiva del privilegio, que está muchas veces cristalizado en el acceso a credenciales académicas.
Hacemos esta distinción porque creemos que es necesario aclarar que, mientras no se reconozca la vivencia del colonialismo en el cuerpo, en la lengua, en la espiritualidad, en la exclusión cotidiana, no habrá descolonización ni reparación, ya que sin estos reconocimientos no hay nada que descolonizar en primera persona. Pero sí existe una posibilidad crítica, más que una simpatía, una vinculación profunda de la cual emana una responsabilidad política que puede acercarnos a la vivencia epistémica de los pueblos. Y eso importa.
Mientras dialogamos, pensamos que muchas veces escuchamos y leemos a investigadores con muy buenas intenciones, al menos en casos que conocemos de cerca, que se posicionan como “decoloniales”, “interculturales”, “aliados”. Pero el punto no es solo declararse aliado. Es reconocer que la forma que toma la descolonización en nuestros pueblos no puede ser decidida ni apropiada por quienes no han sido colonizados. Y claramente lo decimos sin desconocer que su rol en el proceso sea fundamental. Hoy ponemos principal atención en lo que ocurre con la lucha de los pueblos indígenas. No se trata solo de apoyar, sino de reconocer los límites de lo que nos corresponde hacer, decir, decidir, e incluso enseñar sobre los pueblos.
La descolonización compromete a colonos y colonizados en garantizar la autodeterminación de los pueblos, sin duda, porque esto no se trata de generar nuevas exclusiones, sino de reconocer las posiciones que ocupamos. Pues, mientras no seamos capaces de reconocer desde dónde hablamos, seguiremos produciendo epistemicidios disfrazados de diálogos. Porque el conocimiento no se descoloniza solo por invocar autores del Sur global. Se descoloniza en el hacer, en el respeto a los protocolos comunitarios, en el reconocimiento de saberes, y también, de forma central, en las búsquedas personales y comunitarias de reparación.
A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el papel de las investigaciones etnográficas en la consolidación de la colonialidad eurocentrada, hay quienes siguen creyendo que sus investigaciones les permiten hablar “por los pueblos”. Peor aún: hay quienes, en las propias comunidades, sienten que hay académicos que piensan que “se los inventaron”. Nos han dicho directamente: “Si trabajas con tal persona, no te diremos nada. Cree que nos inventó”.
Tales fracturas no se reparan con artículos, ni con coloquios, ni con marcos teóricos. Se reparan con ética viva, con humildad política y académica, con procesos de sanación que no son individuales, sino colectivos.
Por eso, pensamos que es urgente construir protocolos culturales y éticos desde las propias comunidades, uno de tantos pasos posibles que lleven hacia una verdadera colaboración con el mundo académico, si es que eso aún tiene sentido. Es un avance, pero no basta con los comités de ética, que lamentablemente en su generalidad desconocen la particularidad de las cosmovisiones indígenas. Necesitamos comités territoriales de confianza, donde las investigaciones sean revisadas, discutidas, autorizadas o no, desde una lógica relacional, y no desde la lógica extractivista de “yo investigo porque tengo un marco legal que me lo permite”.
Sí, necesitamos límites. Y no por miedo a la crítica o la censura, sino por respeto. Porque lo que está en juego no es solo la producción académica, sino la memoria, la identidad y la historia de nuestros pueblos. Porque descolonizar también es sanar, y sanar no es un acto simbólico: es un proceso profundo, a veces doloroso, de reconstrucción del tejido roto. Y eso requiere tiempo, confianza y compromiso sostenido.
Mientras no seamos capaces de ver que el proceso de descolonización no es para engrandecer currículums, sino para reparar el daño causado, la academia seguirá siendo un espacio que replica, bajo nuevos lenguajes, la misma estructura colonial que dice combatir.
Porque, finalmente, descolonizar no es un verbo teórico: es una búsqueda por habitar el planeta de nuevos modos. Nuevas formas para algunos, pero formas ancestrales que, por los procesos coloniales, nuestros pueblos tuvieron que ocultar. Formas de vida que requieren respeto, límites y la conciencia de que no todo nos pertenece.
Carlos Miranda Carvajal,
Simma Lickanantay, Docente, Doctor en Psicología
Escuela de Psicología, PUCV.
Camila Zurob Dreckmann
Antropóloga, Candidata a Doctora en Antropología UCN/UTA