Durante este año, se ha vuelto cada vez más perceptible el alineamiento del actual gobierno con la “tesis” del sociólogo Eugenio Tironi, quien apunta al presidente como el forjador de una “nueva izquierda”; una izquierda sensata y ponderada, lejos de aquellos discursos de la izquierda octubrista. El autor presenta el abandono del proyecto transformador como un acto inteligente y pragmático; como el sacrificio necesario para lograr alcanzar aquello que perfila como el gran legado del Presidente: la normalización del país.
Un “talking point” propagado por los medios de comunicación, que coincide con una aparición cada vez más frecuente en la esfera pública del también consultor en comunicación estratégica y marketing político. Una idea bien ejecutada comunicacionalmente, que transforma en fortalezas las críticas que surgen tanto por izquierda como por derecha.
Se trata de una tesis ad hoc a los intereses del gobierno que apunta a construir mayorías a través de un sin fin de alianzas entre las distintas fuerzas políticas, donde el único interés convergente es el rendimiento electoral. Una estrategia que para tener éxito, no solo necesita contar con la amplia diversidad de tonos que componen al oficialismo, sino que también necesita votos de la derecha más reaccionaria que se haya visto en los últimos 30 años. Para lograr tal proeza -que rima más con un idealismo que con el pragmatismo que sugiere- sería necesario moderar posiciones aunque esto signifique una contradicción con los discursos que lo llevaron al poder.
Las razones avanzadas para justificar este giro radical hacia el centro son bien conocidas: la estrepitosa derrota en el plebiscito de salida del 2022 y la falta de mayorías en el congreso. El consultor destaca la voltereta como una cualidad, una prueba de alta alcurnia política; rasgos de modernidad, de una persona de bien que hace pasar los intereses del país por sobre los propios. Una cualidad que de haberla tenido Salvador Allende, “no habría habido golpe de Estado”.
De esta forma se presenta discursivamente la renuncia al proyecto como una virtud y todo proyecto político transformador como un fanatismo. Lo primero como un acto merecedor de la categoría de hombre Estado, lo segundo como irresponsable. Una tesis digna del extremo centro.
Transitando por la entrampada cuesta del extremo centro
El historiador Pierre Serna, titular de la cátedra de historia de la Revolución francesa en la Sorbona, publicó en junio de 2019 un libro titulado “El extremo centro o el veneno francés 1789-2019”. En su libro, el catedrático identifica y observa a un grupo de políticos que se mantuvieron en las altas esferas del poder a través de los distintos regímenes que se sucedieron en Francia, durante los convulsos años que transcurrieron desde la fundación de la primera República hasta la segunda restauración. A este fenómeno político lo llama “extremo centro” y apunta a su vigencia en la actualidad.
A contracorriente de una tradición historiográfica y de politólogos que presentan la polarización entre izquierda y derecha como la causa de todo mal, el autor sostiene que el veneno se encuentra en la versión más radical del centro: un centro flexible en términos políticos e ideológicos, pero implacable contra cualquier proyecto que venga a coartar los intereses del statu quo. Un centro resguardado en el aparato institucional.
Su (re)surgimiento ocurre en contextos de crisis política donde los discursos se polarizan. El autor observa que, a pesar de la derrota política de ciertos sectores -republicanos, monarquistas, conservadores, liberales, de izquierda o derecha- existía una solidaridad entre algunos políticos que sin escrúpulos estaban dispuestos a cambiar de posición en función del viento, como una veleta, con el fin de perpetuarse en las altas esferas del Estado. Para ello no dudaban en presentar en el debate público la concertación como la más noble de las causas; y cualquier cambio de opinión como un acto de abnegación.
En su libro Serna identifica tres pilares sobre los cuales se edifica el extremo centro: una retórica de la moderación, el “veletismo” y una tendencia al autoritarismo.
La retórica de la moderación permite posicionarse por sobre el debate público. De esta forma el extremo centro se presenta como la voz de la sabiduría, algo que va más allá de las diferencias partidarias y cuya única hoja de ruta es la moderación. Esta pretendida trascendencia justifica cualquier tipo de contradicción en el discurso, de incoherencia entre la palabra y el acto, todo esto en nombre del bienestar del país. Aunque en ningún momento se precise qué se entiende por aquello.
En este sentido, el extremo centro es tributario de los escenarios de confusión. Sus discursos se construyen en base a eufemismos. Haciendo un uso abusivo del lenguaje, nublan los conceptos y las ideas hasta que pierdan sentido. En un ambiente incomprensible el extremo centro se presenta como la voz de la razón sin necesidad de presentar otro argumento más que un tono conciliador. La postura busca proyectar la imagen de estar por sobre la izquierda y la derecha. Así, hacen de la forma el fondo del proyecto.
La falta de ideología y compromiso con un proyecto político constituye el segundo pilar. Para esto se hace necesario tener discursos difusos que permitan justificar un cambio de posición, ser poco claros con sus compromisos, presentar márgenes muy difusos en sus posturas y un proyecto poco definido. Así, con un tono moderado, las veletas buscan sortear los distintos escenarios que se les presenten, legitimando cualquier voltereta en nombre de la razón, el pragmatismo o el interés supremo de la nación. El veletismo consiste entonces en conjugar el oportunismo político con la perpetuación en el poder.
Finalmente, el tercer pilar apunta a su manera de ejercer el poder. Ante la falta de mayorías, el extremo centro encuentra en el poder ejecutivo las herramientas necesarias para gobernar, sobre todo en las fuerzas de orden público. Las veletas se pronuncian por un ejecutivo fuerte a expensas del legislativo. Anteponiendo el poder que tiene el control sobre el aparato del Estado por sobre la representación nacional, es decir el parlamento. De esta manera busca asegurar el orden social que le permite mantenerse en lo más alto del orden social.
La izquierda pragmática y el espejismo de la normalización
De los tres pilares presentados, es posible encontrar rasgos de los dos primeros en el ejercicio del actual gobierno. El régimen presidencialista de la constitución del 80 carga con el espíritu del tercero. El peligro de transitar por la resbaladiza cuesta del extremo centro es que después se vuelve extremadamente difícil remontar la pendiente; ya sea por habituarse al calor de las instituciones o porque nunca se trazó la ruta para superar el escarpado.
En el régimen de la moderación, de la "gente de bien", de la izquierda responsable, de los "verdaderos chilenos", algunos discursos son posibles y otros simplemente no lo son. ¿Y quién define eso? Los medios, el debate público y las instituciones.
Es difícil ver de qué manera una izquierda que gravita en torno al extremo centro pueda lograr cambios sustanciales. Gobernar y sostener discursos en la lógica de las instituciones diseñadas para resguardar los intereses de tus adversarios políticos, aunque estos se encuentren fuera del gobierno y en minoría, no parece un camino que conduzca a generar las condiciones de posibilidad para una redistribución del poder. Al menos en el mediano y corto plazo. Lo que habría que preguntarse es cuánto tiempo se tiene. Uno puede proyectar futuros gobiernos pero la gente tiene que comer, estudiar, atenderse y pensionarse hoy.
La idea de una izquierda pragmática y bien pensante dista de ser nueva. Esta resultará familiar para cualquier persona que se interese en la historia política de las repúblicas modernas. Los debates de la izquierda alemana durante el periodo del Imperio alemán pueden servir de referencia. Groseramente, el debate se puede resumir a la siguiente pregunta: ¿reformar o derrocar el capitalismo como proyecto político?
Lo que zanjó aquel debate fue el resultado de la revolución alemana, es decir el nacimiento de la República de Weimar y la aniquilación de la Liga Espartaquista. A partir de ese momento, se instalan hegemónicamente las ideas reformistas de “centro izquierda”. Ideas defendidas por aquellos que en mayor o menor medida conformaban el régimen del cual se encontraban excluidas las bases, organizaciones sociales y trabajadores. En ese sentido, los políticos compartían no sólo intereses, sino también formas de socializar, profesiones, en suma un habitus. Un sentido común que distaba más de las bases que de los adversarios políticos.
La historia nos muestra que la falta de soluciones a los conflictos sociales en contextos de crisis siempre terminan por emerger. El proceso que comienza con las disputas coloniales del siglo XIX en un mundo dominado por el paradigma del “laissez-faire” termina con la primera guerra mundial. La República de Weimar se termina con el Tercer Reich. El resto de la historia es conocida.
En el escenario de una ascensión fulgurante de la extrema derecha es importante no confundir el status quo con una solución a la crisis, ni subestimar pero tampoco sobrestimar al enemigo. La solución pasa por cambios estructurales y estos no llegan por ser buenas personas. El capital no hace regalos, hace inversiones, y el extremo centro o el fascismo ofrecen mejores retornos. Para vencer a la extrema derecha hay que combatirla sin reparos y no a medias. La resignación hace avanzar al fascismo.
Normalizar el país, en el mejor de los casos, implicaría volver al oasis que precedió al 18 de octubre de 2019. El mismo Chile que estalló. El gobierno, ya sea por omisión o por convicción, parece cómodo con esa idea y por el momento sigue bailando al compás de las veletas.