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Nuestra soberanía sobre el campo de las ideas. Por Mario Vega H.

 Al concluir este año 2023, marco para la realización de sentidos actos de memoria, homenaje y balance respecto de la experiencia social y política de la Unidad Popular en Chile, tiene pleno sentido recuperar a quienes, desde un discreto pero activo segundo plano, desempeñaron un rol determinante en la definición de las hipótesis políticas que sustentaron este proyecto de transformación comprometiendo sus capacidades en la indagación alternativas para abordar asuntos de carácter estratégico dentro del proceso de transición socialista. El rol desempeñado por intelectuales y académicos, chilenos y extranjeros, que participaron de ese proceso aportando, incluso desde la distancia crítica, marcando uno de los momentos más sobresalientes de las ciencias sociales en América Latina mediante una intensa vinculación entre teoría y praxis. 

Esta labor, se vinculó estrechamente a la función asumida por la mayor parte de la intelectualidad latinoamericana situada, hacia los años sesenta y setenta, dentro de un contexto histórico que le otorgó a la región un inusitado protagonismo a nivel mundial adquirido como resultado de las múltiples luchas de liberación nacional que despuntaron en nuestro continente como parte de un contexto global que exaltaba lo latinoamericano en tanto significante translúcido de una nueva narrativa antiimperialista que, en determinados espacios icónicos, había logado desarrollar experiencias de emancipación político-social de particular resonancia y trascendencia impulsando, de este modo, un proceso sin precedentes hasta aquella época, signado por la relación dialéctica entre revolución y contrarrevolución. 

Asimismo, esa intelectualidad se asentaba sobre la base de condiciones estructurales marcadamente distintas en relación a las etapas precedentes, una de ellas, la presencia en sus países de una audiencia y lectoría originada en la ampliación de la matrícula universitaria como resultado de las políticas desarrollistas implementadas en la región, así como por los avances obtenidos en la escolarización masiva de su población juvenil. En este panorama, los intelectuales construyeron eficaces representaciones sociales que aportaron a un nuevo imaginario transformador que, como señala Alburquerque, “dotaron de identidad a los pueblos del tercer mundo”[1] siendo, en ese sentido, capaces de establecer nuevos diálogos y de levantar proyectos comunes como alternativas de transformación. Un claro ejemplo de ello fue en el ámbito del Caribe francófono, la obra de Frantz Fanon quien, a través de sus obras, fue un poderoso articulador de las luchas antimperialistas y anticoloniales, extendiendo a partir de ello el campo de acción de su pensamiento a todo el llamado “Sur Global”.

 Uno de los espacios privilegiados que se transformaron en un bullente fermento de ideas y debates fue el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) de la entonces Universidad Católica de Chile (UC). Este organismo se constituyó hacia 1968 como un heterogéneo núcleo que incorporó tanto académicos de destacada trayectoria en esta institución, como a jóvenes intelectuales una de cuyas principales preocupaciones fue la de ser una respuesta a la necesidad de fortalecer el compromiso de la universidad con los problemas y desafíos de la sociedad chilena. Lo anterior, como parte de las transformaciones que sus estudiantes habían demandado como parte del movimiento de Reforma de 1967, que buscaba otorgar a la universidad un rol que trascendiera su tradicional labor en la formación de profesionales bajo una inspiración conservadora y de un catolicismo que desatendía la nueva mirada planteada por el Concilio Vaticano II. Fue en ese marco que la democratización y el cogobierno se establecieron en su interior, una de cuyas consecuencias fue elección de Fernando Castillo Velasco en la rectoría y el posterior nombramiento del profesor brasileño Ernani María Fiori como vicerrector académico, un tándem llamado a impulsar los cambios que actualizaran la misión de la UC.

El CEREN, gradualmente, asumió el carácter de medio de acción desde el que los intelectuales construyeron una influyente posición que, desde la universidad, los situó en el debate político-intelectual que por esos años se desarrollaba en el marco del proceso de transformación que impulsaba una “Vía chilena al socialismo”. A partir de su aporte, la política chilena consolidó un estilo caracterizado por la influencia de los cientistas sociales en la implementación de políticas gubernamentales como, asimismo, en el análisis crítico sobre su implementación. En esa línea, la labor de Franz Hinkelammert, Jacques Chonchol, Manuel Antonio Garretón y Patricio Biedma, entre otros investigadores, fue extraordinariamente significativa y quedó plasmada a través de los “Cuadernos de la Realidad Nacional”, su publicación institucional, vivo testimonio de su conciencia sobre la intensidad del tiempo histórico transitado en aquella época.

Para Lozoya, su creación “Fue una de las manifestaciones más evidentes de la transformación de los espacios vinculados a la Iglesia Católica, en los que empezó a despuntar un pensamiento crítico influido por el marxismo”[2]. Pese a lo anterior, se ha señalado que en su interior no necesariamente existió un enfoque común, no obstante Rivera sostiene que ello “no era una limitación para el desarrollo de las investigaciones, ya que estaban seguros que la diversidad teórica era la única capaz de ofrecer una perspectiva más amplia sobre los procesos sociales”[3]. En tal sentido, las reflexiones realizadas por sus integrantes lograron una considerable influencia sobre los sectores dirigentes de la época. Así, Valenzuela sostiene que, junto a la Cepal, este centro “alimentaba de documentos a los intelectuales de izquierda”[4]. No obstante, ello no constituye una casualidad pues, como sostiene Rivera, el centro dispuso de recursos necesarios para desarrollar diversas áreas de investigación de modo tal de conformar una planta académica destinada a “constituir equipos de trabajo dedicados a pensar la transformación socialista de manera global”[5].

Recuperar este legado, nos llama hoy no solo a valorar el legado político intelectual generado en este centro, sino también, a intentar recuperar la capacidad de ampliar los horizontes y la imaginación política para ofrecer nuevas respuestas en un tiempo crítico y complejo acechado por la amenaza del autoritarismo y la regresión, a partir de la recuperación de nuestra soberanía sobre el campo de las ideas.         

 


[1] Alburquerque. G. (2011). “La trinchera letrada. Intelectuales latinoamericanos y Guerra Fría”. Santiago: Ariadna Editores, p. 23. 

 

[2] Lozoya, I. (2020). “Intelectuales latinoamericanos de izquierda y la reflexión sobre la violencia en Chile en la década de los sesenta” en De Melo, M.C.; De la Cuadra, F. (2020). “Intelectuales y pensamiento social y ambiental en América Latina”. Santiago: RIL Editores, p. 159.

[3]Rivera A, C. (2015) «Diálogos y reflexiones sobre las comunicaciones en la Unidad Popular. Chile, 1970 -1973». Historia y Comunicación Social, vol. 20, vol. 20, n.º 2, pp. 345-67, doi: https://doi.org/10.5209/rev_HICS.2015.v20.n2.51388 , p.57.

[4] Valenzuela, E. (2014). “Dios, Marx…y el MAPU”. Santiago: Lom Ediciones, p.116.

[5] Rivera, Óp. cit., p. 353.

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