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Nuevas hostilidades sobre las personas en situación de calle

EL ROL DEL MIEDO, EL AUTORITARISMO Y LA INCERTIDUMBRE

El presente análisis tiene por objetivo desentrañar el aumento de riesgos, hostilidades y padecimientos a los que se están viendo expuestas las personas en situación de calle, estimadas como una amenaza y un inconveniente público, siendo sometidas a la depreciación como sujetos de derechos e incluso como seres humanos, o bien a la violencia desnuda que se ejerce a modo de corrección social por ciertos individuos o grupos que operan bajo una lógica autoritaria, justificando sus actos en la incertidumbre y en el miedo.

El reciente asesinato, tras una golpiza, a una persona en situación de calle, migrante, a quien le faltaba una pierna y caminaba con ayuda de muletas, por parte de tres marinos de la Escuadra Nacional, en la ciudad de Iquique, dos días antes de la conmemoración del Día de las Glorias Navales, si bien tiene características singulares, no es un caso aislado.

Tratar de comprender las causas, razones y sinrazones, de este tipo de actos, es apenas un primer paso, aunque necesario, de una tarea más ardua y fundamental: la promoción de los derechos humanos, en tanto que imperativos ético, social y democrático, obligación jurídica y mandato universal, cuyo objetivo es reconocer y proteger la dignidad de todos los seres humanos.

1. MIEDO.

El miedo a la delincuencia -tal vez de las pocas cosas descentralizadas de este país- ha estado colmando el debate público. Según algunos estudios, tales como la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC, 2022), aplicada anualmente por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la delincuencia no ha aumentado, sino el temor a ser víctima de un delito[1].

Del mismo modo, la investigación “DATOS EN PERSPECTIVA. Series sobre la Criminalidad en Chile”, de Pablo Carvacho y Catalina Rufs, de la Pontificia Universidad Católica de Chile (enero 2023), cuyo objetivo fue sistematizar los datos de distintas fuentes de información en materia de seguridad y delito, llegó a la conclusión que “… resulta crucial desmitificar la idea de que en Chile se cometen más delitos que hace cinco años. La evidencia disponible no permite fundamentar esa aseveración” (p. 17)[2].

En una columna de febrero de 2023, “Los miedos concentrados en Chile”, publicada en Diario Universidad de Chile, su autor, Andrés Kogan, cita el “Índice de Paz Global”, para señalar que “… junto a Uruguay y Costa Rica, somos de los países más seguros de la región para vivir”, lo cual contrasta, nuevamente, con tanta preocupación por el crimen y la violencia[3].

No obstante, es cierto que la delincuencia ha mutado. Ahora es más violenta e incluso mortal. La criminalidad se ha vuelto compleja y amenazante. Se habla de descuartizamientos, trata de personas, sicariato, mayor presencia de armamento, megabandas criminales de nivel internacional. Y es que, efectivamente, los delitos de mayor connotación social, que refieren a aquellos de carácter violento y que afectan la propiedad, la vida y bienes de las personas, generando con ello un impacto público, han aumentado.

Si bien hay una diferencia sustantiva entre ser víctimas de delitos y sentir que se puede ser víctima, lo cierto es que el impacto en el tejido social, así como en las instituciones, ha sido contundente. Los distintos aparatos del Estado, como el Gobierno, el Congreso o los Municipios, invierten cada vez más en temas de seguridad. Hace años que el gasto, incremento de recursos, facultades y de presencia policial no había sido tan sustantivo.

Una conclusión irrefutable es que el miedo se ha ido construyendo discursivamente. En ese proceso de construcción del miedo y la inseguridad, los medios de comunicación han cumplido un rol esencial. Pero también lo han hecho las distintas campañas políticas y procesos electorales. Sin lugar a dudas, el miedo ha sido uno de los principales recursos de movilización política de los últimos años.

2. AUTORITARISMO.

Ha estado aconteciendo, globalmente, donde Chile no es una excepción, una tendencia hacia el autoritarismo. Esta deriva no sólo ha penetrado a los grupos de poder, como los partidos políticos, sino que se dispersa en el tejido social. Se trata de una actitud política, valórica e incluso podemos hablar de un fenómeno que inquieta la emocionalidad de personas y distintos grupos de interés. Xenofobia, racismo, homofobia, clasismo, extremismo y militarismo, se conjugan para producir un declive democrático a nivel global y local.

Nos atreveremos a plantear la siguiente tesis: al estar el liberalismo económico en peligro, debido a la enorme desigualdad y malestar que produce el modelo neoliberal[4], se despoja de sus ámbitos políticos y valóricos (p. ej. división de poderes, tolerancia y diversidad), con lo que se torna autoritario, buscando de este modo salvaguardar su “núcleo firme”, a saber: el mercado autorregulado.

A esto se agrega la crisis y debilidad de la democracia. Puesto que la democracia no resuelve los problemas, no tiene la fuerza para contener la deriva autoritaria. ¿Por qué la democracia no resuelve los problemas de desigualdad y malestar? Porque ella misma, sus actores e instituciones, están comprometidos con el mercado autorregulado.

Un fenómeno ligado al autoritarismo es el populismo. Ante tanto miedo, confusión e incertidumbre, el populismo es audaz; no se preocupa si para conseguir sus objetivos debe mentir o utilizar fake news; señala a un adversario de forma clara y simplifica su discurso, alcanzando una rápida eficacia al momento de incorporar adherentes a sus causas.

Como hemos dicho, vía populismo, el autoritarismo no sólo penetra los grupos de poder, sino a todas las capas sociales. Ahí radica una de las peligrosas virtudes del discurso populista, al punto de poner a pelear a los penúltimos en la escala social contra los últimos.

Por lo demás, este fenómeno global está alcanzando un alto nivel de coordinación internacional, entre líderes y movimientos autoritarios. Para coordinarse han necesitado tan sólo coincidir en dos elementos: por un lado, recuperar y conservar los privilegios que han visto amenazados, y por otro, resolver los conflictos sociales mediante la imposición de una fuerte jerarquía y discriminación social.

Del mismo modo que se ha generado un ataque a la democracia, también lo hay contra los derechos humanos. Para los grupos autoritarios, los derechos humanos serían uno más de los adversarios, en tanto que no permitirían “castigar” a los “enemigos” de la sociedad. Ahora bien; es menester señalar que, para el modelo neoliberal, la sociedad es sólo un efecto del mercado autorregulado, mientras que lo realmente existente es el individuo; de ahí la relevancia en la privatización de los bienes del individuo y la posibilidad de negar el compromiso con los derechos humanos.

3. INCERTIDUMBRE.

Del mismo modo que usa el miedo y recurre a la estrategia populista, el autoritarismo se alimenta también de la incertidumbre.

Zygmunt Bauman ha señalado que la incertidumbre en la que vivimos se debe a las rápidas transformaciones en las que se ven implicadas tanto personas como sociedades. Entre estas transformaciones se encuentra el debilitamiento a los sistemas de seguridad social, la ausencia de planificación a largo plazo y la emergencia de nuevos focos de poder que no responden a la representación política democrática. Flexibilidad, fragmentación y cambios constantes afectan a los individuos y sus familias, por lo que no pueden ya generar o sostener compromisos y lealtades[5].

La Pandemia por Covid-19 resultó un momento acmé de incertidumbre e inestabilidad, donde la posibilidad de enfermar, fallecer o que lo hiciera un familiar o ser querido, era inminente. Sin embargo, ante el evento de enfermar y no tener seguro médico o acceso garantizado a la salud pública, padecer una enfermedad catastrófica que no nos permita seguir generando ingresos, la posibilidad de quedar desempleado o adquirir una gran deuda económica, envejecer y no contar con una jubilación digna, ser despedidos o no encontrar empleo, e incluso la dificultad de mantener actualizadas nuestras habilidades para un mundo de enorme competencia (laboral, intelectual y sentimental), genera inquietud, miedo y precariedad.

La incertidumbre lleva a las personas a competir con otros, inclusos sus propios familiares o vecinos; las lleva a optar por opciones políticas que definan con claridad a un adversario y simplifiquen su discurso y la solución, aunque ésta implique violencia y discriminación; las lleva a, aún siendo ellas mismas partes de los penúltimos en la escala social, temer y querer subyugar a los últimos.

Incluso hay incertidumbre respecto a si en un futuro muy próximo tendremos o no agua, estallará o no la guerra, las máquinas reemplazarán a las personas en sus puestos de trabajo o los migrantes colmarán el mercado laboral.

Por supuesto, las clases populares y las clases medias son las más afectadas por esta frágil existencia, aunque no las únicas. Aún si yo fuese un profesional, que no pertenece al 50% de trabajadores en Chile que perciben ingresos mensuales iguales o menores a $457.690, sino que soy parte del 16,9% que recibe un ingreso mayor o igual a $1.000.000[6], si enfermo o quedo desempleado, no puedo seguir pagando deudas y entonces rápidamente quedo yo y mi familia en situación de pobreza.

La incertidumbre es cotidiana e incluso sobresalta nuestros sueños.

4. GRUPOS EN SITUACIÓN DE VULNERABILIDAD.

Los penúltimos contra los últimos. Hemos querido utilizar esta figura para expresar el hecho de que, en medio de tanta incertidumbre, temor y autoritarismo, y ante el hecho de que estos fenómenos se extienden a lo largo de todo el tejido social, incluso los sectores sociales más desfavorecidos buscan, para atribuirle las causas de su malestar, a un otro más transgredido, que los amenaza y sobre el cual volcar sus (tal vez comprensibles, aunque nunca justificables) resentimientos.

El trabajador precarizado teme al migrante o a los jóvenes; quien, aun teniendo un fondo de pensión bajo, se opone a la jubilación mínima garantizada; el mestizo mira con desconfianza al indígena; quien lleva horas esperando que lo atiendan en la urgencia pública, se indigna cuando priorizan por alguien que se encuentra en un estado de mayor gravedad; la violencia contra la mujer es ejercida mayoritariamente en sectores vulnerables.

Los llamados “grupos en situación de vulnerabilidad”, que viven la desigualdad y la discriminación, experimentan diversas situaciones de exclusión e incluso ven atropellados sus derechos más básicos, como los derechos humanos, no sólo deben hacer frente a la postergación o exclusión al que son sometidos por el sistema y las instituciones, sino también por parte de la propia sociedad.

Aquí opera un mecanismo, racional y afectivo, bastante básico (aunque muy complejo de resolver): a pesar de que pueda atribuir las causas de mi malestar (miedo, incertidumbre, explotación, violencia) a las injusticias sociales, a los grupos privilegiados o a las instituciones, como no poseo los recursos para revertir tal situación ni alterar los mecanismos de reproducción de la desigualdad, entonces oriento mis descargas hacia quien sí puedo ejercer mi resto de voluntad.

Los grupos en situación de vulnerabilidad (niños y niñas, adolescentes y adultos mayores, mujeres, pueblos indígenas, personas con discapacidad, quienes habitan en zonas rezagadas, personas de orientación e identidad no heterosexual, migrantes y desplazados), no sólo deben afrontar la desigualdad y violencia persistente y sistemática por parte del orden social, sino también por quienes comparten con ellos territorios y conflictos, miedos e incertidumbres. No sólo deben superar las barreras de acceso a la participación, dignidad y bienestar, sino hacer frente a amenazas más concretas e inmediatas.

5. PERSONAS EN SITUACIÓN DE CALLE.

Las personas en situación de calle se encuentran enfrentadas a resolver su condición de habitabilidad en lugares que no constituyen una vivienda, tales como plazas, puentes, calles, salidas de hospitales; o dentro de la oferta de hospederías o albergues de organizaciones del sector público o privado. En este proceso, ven vulnerados uno o más de sus derechos, tales como salud, educación, vivienda, trabajo o justicia. En teoría, es una situación temporal, aunque hay personas que llevan décadas viviendo esta realidad y otras que también mueren en dicha situación.

El mayo de 2023, dos días antes de la conmemoración del Día de las Glorias Navales, en la ciudad de Iquique, tres marinos de la Escuadra Nacional, asesinaron, tras una golpiza, a una persona en situación de calle, migrante, a quien le faltaba una pierna y caminaba con ayuda de muletas; en enero de 2023, en la comuna de El Quisco, una persona en situación de calle falleció tras golpearse la cabeza en el suelo, al recibir un puñetazo por parte de la pareja de una mujer a la que piropeó; en mayo de 2022, en la capital, un grupo de desconocidos, con golpes de puño, pies y palo, asesinaron a José Gutiérrez, reconocido y apreciado recolector de cartones, de 69 años, quien murió diez días después en la ex Posta Central.

Estos tres dramas son ejemplo de algunos de los riesgos y padecimientos a los que se ven expuestas las personas en situación de calle. Tienen el componente compartido de haber sido víctimas no de una situación determinada, producto de su condición, sino por la voluntad o compromiso de otra u otras personas.

Tal vez las investigaciones de estos casos hayan dado o den respuestas a los hechos de manera singular, no encontrando una causa común, ni siquiera haciendo referencias de unos hechos respecto a otros. Sin embargo, no vemos razones por las cuales, desde un esfuerzo por interpretar y comprender, sentirnos impedidos de ofrecer algunas conclusiones generales, a la luz de lo expuesto hasta aquí, en torno a los temas del miedo, el autoritarismo, la incertidumbre y la lucha de los penúltimos contra los últimos.

En razón de diferentes problemáticas, tales como la delincuencia, la migración irregular y los conflictos sociales, las personas en situación de calle están siendo víctimas de nuevas hostilidades sociales, que encuentran su raíz en el miedo, el autoritarismo y la incertidumbre.

Estas personas, debido a sus condiciones de vida y dinámicas culturales (que las exponen al alcoholismo, la marginalidad, el aislamiento), son fácilmente asociadas al crimen, no sólo por parte de las personas, sino incluso por las propias instituciones del Estado, que actúan con una lógica de seguridad pública y no de derechos sociales o derechos humanos[7].

Además, son muchas veces vistas como un escollo social, en el que hay que invertir los limitados recursos económicos, en vez de orientarlos a los sectores integrados, entre los que se encuentran los contribuyentes, el ciudadano, el productor, el consumidor y el votante.

De este modo, las personas en situación de calle son estimadas como una amenaza y un inconveniente público. Por lo que no es de extrañar que, en ciertos individuos o grupos, se presente, ya sea la depreciación de las personas en situación de calle como sujetos de derechos e incluso como seres humanos, o bien la abierta voluntad de ejercer violencia a modo de corrección social.

El hecho de que el Estado opere con una lógica de seguridad pública (muchas veces sin la capacidad o voluntad de distinguir entre los fenómenos de delincuencia, migración y situación de calle), facilita la reproducción de lógicas autoritarias por parte de algunos sectores de la sociedad civil, que justifican actos que incluso pueden llegar a atentar contra los derechos humanos o la vida.

6. CONCLUSIÓN.

La delincuencia en Chile no ha aumentado, sino el temor a ser víctima de un delito, lo cual contrasta con tanta preocupación por el crimen y la violencia. Sin embargo, sí hay aumento de delitos de mayor connotación social, que generan un impacto en la sociedad civil y en las instituciones, por lo que ha habido mayor inversión de recursos en temas de seguridad pública. De este modo, el miedo se ha ido construyendo discursivamente, transformándose en uno de los principales recursos de movilización política y electoral.

Este proceso coincide o va de la mano con una tendencia hacia el autoritarismo, deriva que no sólo penetra a los grupos de poder, sino que se dispersa en el tejido social, mediante una estrategia contenciosa y de simplificación. Se trata de una actitud política, valórica y emocional, que está produciendo un declive de la democracia, la que parece no poseer la fuerza para contener el autoritarismo, que, a su vez, pone a los derechos humanos entre sus adversarios.

Miedo, polémica, simplificación y autoritarismo, se nutren de la incertidumbre que determina la vida contemporánea, caracterizada por la flexibilidad, la fragmentación y los constantes cambios que afectan a los individuos y sus comunidades. La incertidumbre no se limita a temas específicos, sino que se trata de una inquietud, miedo y precariedad respecto al futuro en general, que afecta principalmente, aunque no de forma exclusiva, a las clases populares y medias.

Como las personas y comunidades se enfrentan ante una imposibilidad de modificar las condiciones de desigualdad y violencia, éstas son toleradas o justificadas, mientras que se buscan “chivos expiatorios”, comúnmente más débiles, hacia quienes atribuirles las causas del malestar y volcar los resentimientos. Estos grupos de mayor vulnerabilidad, no sólo deben hacer frente a una desigualdad y violencia persistente y sistemática por parte del orden social, sino también por quienes comparten sus mismos territorios y conflictos, miedos e incertidumbres, volviendo sus propias amenazas más concretas e inmediatas.

Esto sucede hoy, de modo singular, con las personas en situación de calle, viendo aumentados los riesgos y padecimientos a los que de por sí se ven expuestas. Las personas en situación de calle están siendo víctimas de nuevas hostilidades sociales, que encuentran su raíz en el miedo, el autoritarismo y la incertidumbre, puesto que son fácilmente asociadas al crimen, no sólo por parte de las personas, sino incluso por las propias instituciones del Estado, que actúan con una lógica de seguridad pública, y no de derechos sociales o derechos humanos.

Vistas como un escollo social, las personas en situación de calle son estimadas como una amenaza y un inconveniente público, al punto que ciertos individuos o grupos los someten a la depreciación como sujetos de derechos e incluso como seres humanos, o bien manifiestan la abierta voluntad de ejercer violencia sobre ellas a modo de corrección social, expresando y reproducción con ello lógicas autoritarias que justifican sus actos en la incertidumbre y en el miedo, al punto de llegar a atentar contra los derechos humanos o la vida misma.

03/06/2023 La autoría de esta nota es de Felipe Lagos, Administrador Público y Magíster en Sociología. Actualmente se desempeña como colaborador en Fundación Gente de la Calle.

[1] https://www.ine.gob.cl/estadisticas/sociales/seguridad-publica-y-justicia/seguridad-ciudadana

[2] https://justiciaysociedad.uc.cl/wp-content/uploads/2023/01/DEP-SERIE-1_Series-sobre-criminalidad_V3.pdf

[3] https://radio.uchile.cl/2023/02/01/los-miedos-concentrados-en-chile/

[4] cf. “Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile”, PNUD, 2017.

[5] Bauman, Z. (2008). “Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre”. Tusquets Editores, México.

[6] Instituto Nacional de Estadística (INE). Síntesis de Resultados Encuesta Suplementaria de Ingresos, ESI 2021. En: https://www.ine.gob.cl/docs/default-source/encuesta-suplementaria-de-ingresos/publicaciones-y-anuarios/s%C3%ADntesis-de-resultados/2021/s%C3%ADntesis-nacional-esi-2021.pdf

[7] Cf. Acerca del Plan de Recuperación de Espacios Públicos, 25 de abril, 2023. En: https://www.gentedelacalle.cl/acerca-del-plan-de-recuperacion-de-espacios-publicos/

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