Nos encontramos en tiempos vertiginosos, donde los procesos de aceleración tecnológica se hacen cada vez más evidentes, en paralelo a la agudización de los conflictos sociales en Chile que experimentamos desde la década pasada hasta el presente. En Chile, pasamos del movimiento estudiantil a la emergencia de diversos movimientos sociales como el Feminista, No + AFP, Modatima, junto con un aumento del accionar de las y los trabajadoras/es, expresado en el crecimiento de las huelgas legales y no legales desarrolladas por los sindicatos entre 2010 y 2019 (con excepción de 2017 y 2018) (Observatorio de Huelgas Laborales del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, 2020).
La tecnología en sí misma ha llevado a cambios significativos a nivel global acelerando las comunicaciones, la reducción de los tiempos en los traslados y las tareas desarrolladas, junto con la generación de cambio a la noción misma de trabajo y el nivel de explotación de quienes lo ejercen (Harvey, 1998).
Históricamente el trabajo manual era concebido como el más precarizado y quienes lo ejercían fueron los que más se movilizaron durante el siglo XIX y XX en pro de mejoras laborales que defendieran sus derechos frente al empleador. Sin embargo, desde fines del siglo XX en Chile, hemos visto como en paralelo al auge del neoliberalismo, el trabajador del sector servicio (terciario) empezó a ser el predominante, aumentando el número de mujeres en el mercado laboral, mientras desplazaba en número al trabajador manual muy vinculado a la extracción de materias primas y al sector industrial.
No obstante, en el presente de Chile, la tercerización del mercado laboral se ha complejizado enormemente con la emergencia de la automatización, ya que muchos de ellos desarrollan un trabajo intelectual, que en sí mismo, sufre elevados niveles de explotación y multitareimo, que van acompañados de trabajos flexibles que no están regulados en cuotas (tercerización espuria) como en otros países donde este tipo de trabajos no sobrepasan el 20% por empresa (Weller, 2004, pp. 161–167).
La flexibilidad laboral está muy presente en el sector terciario de la economía (Vejar, 2014), en todos sus niveles, ya sea en el desarrollo de servicios de limpieza, vendedores, profesionales o en el mismo cognitariado (Berardi, 2015), entiéndase este último como el desarrollado por los trabajadores del conocimiento que desarrollan un trabajo intangible, desregulado y en condiciones sumamente precarizadas, en el cual la persona se disuelve como agente, en paralelo a que su tiempo se fragmenta (Berardi, 2007, p. 91), aspecto muy presente en los docentes e investigadores a honorarios que se desempeñan con diversas funciones en distintas universidades chilenas, como los denominados profesores taxis.
En este sentido, es fundamental profundizar en la explotación del trabajador/a intelectual, labor que en el pasado de los siglos XIX y XX, se la vinculaba a sectores medios y altos de la sociedad. Ahora se la puede relacionar con los estratos más precarizados, mucho más allá de lo que tradicionalmente se llamaba proletariado, pues en este sector se incluirían trabajadores diversos, con un predominio en quienes se desempeñan en el sector terciario, incluyendo dentro del mismo a profesionales y cognitariado (Standing, 2013).
El precariado es diverso en su composición social, pero en sí mismo corresponden a los sectores explotados laboralmente en la sociedad, predominando quienes desarrollan trabajos en servicios e intelectuales, manteniendo, pero en una menor medida a los trabajadoras/es manuales (Standing, 2013).
Estamos en épocas donde la explotación laboral es ejercida en sujetos diversos cultural y socialmente, donde el valor del trabajo intelectual disminuye de forma importante, considerando el avance formativo de la sociedad en su conjunto, donde un porcentaje importante de personas adultas jóvenes poseen títulos profesionales (Standing, 2013, 2014).
Sumado, a un proceso que obliga al seguir estudiando y perfeccionándose frente al avance de las tecnologías y de la automatización, cuyo fin no es ganar más dinero, sino más bien poder mantener un trabajo en un contexto donde si no tienes las herramientas para dominar el quehacer de la máquina y brindar una instrucción a la misma, es muy difícil incidir y mantenerse vigente laboralmente.
Es el trabajo intelectual el que está destinado a ser explotado con el avance de la automatización, ya que de él radican las ganancias de las nuevas tecnologías, que cada día avanzan y se masifican por el mundo.
Esta diversidad, de los trabajadores explotados es un aspecto fundamental a considerar en Chile, ya que queda reflejado en un 75% aproximado de la población que se situaba en la estructura de clases más baja, formando parte de la clase trabajadora, la cual en su propia definición es variada en relación a los rubros en que se desempeña, ya que entre ellos incluye a obreros tradicionales, a trabajadores del sector terciario sin ejercicio de jefaturas, e inclusive autoempleadas/os informales (emprendedoras/es y otros) que tienden a autoexplotarse en condiciones precarias (aproximadamente un 15%). Mientras que sólo un 18,6% formaba parte de los sectores medios de la sociedad, incluyendo a gerentes, supervisores. Mientras que el restante pertenecía a clase alta un poco más del 6% (Pérez, 2018, pp. 181–182).
Si bien estos datos se contradicen con posiciones que plantean una mezocratización de la sociedad chilena, dejan en evidencia la dimensión material de quienes viven la explotación, que es distinto a una autopercepción cultural de pertenencia a la misma, aspecto que puede demostrar que el precariado es variado en términos culturales y sociales (en términos de nexos con la élite), por lo que se hace difícil su clasificación, como la de los denominados “expertos”, que en muchos casos pueden estar precarizados y formar parte del cognitariado, más que de los sectores medios como tradicionalmente se los suele clasificar. Mientras otro número, quizás los más reconocidos y con amplio reconocimiento se sitúan en los sectores medios.
Por tanto, en la composición laboral de las y los trabajadores chilenos en nuestro presente, predomina el precariado, que en sí es muy diverso y explicita un cambio cultural de quienes lo componen, afectando la conformación y composición de las organizaciones laborales, fenómeno que se puede observar en las dirigencias sindicales jóvenes, que tienen un nivel educativo más elevado que en épocas pasadas, a tal punto que varias/os dirigentas/es poseen postgrados, formaron partes de las dirigencias del movimiento estudiantil universitario, desarrollando un sindicalismo movimental, cuya conciencia tiende a cuestionar el modelo neoliberal, principalmente a los relativos a la flexibilidad laboral (Aravena, 2023).
Por tanto, la diversidad cultural de las y los trabajadoras/es que sufren de explotación en la era de la automatización, plantea desafíos importantes para el activismo laboral en el presente, ya que implica un fenómeno de articulación muy diverso en el accionar colectivo, desde sectores tradicionalmente organizados como los obreros industriales, a sectores que antiguamente no sufrían de la explotación y precarización de la vida, como las y los trabajadoras/es del conocimiento (o cognitariado).
En base al diagnóstico esgrimido, es importante, valorar y articular a la diversidad cultural de trabajadores que sufren las problemáticas de la precarización, ya que pueden emerger dinámicas colaborativas de importancia entre múltiples áreas y rubros, desde colaboraciones con las negociaciones colectivas de expertos investigadores precarizados que sepan distinguir los riesgos laborales de las y los trabajadores de una empresa, lo que permite negociar mejoras en las condiciones ambientales y de seguridad en las que ejercen sus labores los trabajadores de otro rubro, quienes a su vez apoyan al cognitariado en el desarrollo y difusión de sus estudios.
La diversidad cultural del precariado es una oportunidad para el crecimiento de la articulación laboral de las y los trabajadores del país, permite generar redes de articulación con base en los principios de reciprocidad y colaboración, que permitan generar redes, formación y por sobre todo enfrentar la precariedad laboral extendida en gran parte de los rubros.
Estamos en un contexto donde el crecimiento de la articulación laboral ha estado en constante alzadesde finales de la década del dos mil hasta el presente, con la excepción del período de pandemia (Observatorio de Huelgas Laborales del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, 2024). Actualmente el “movimiento de trabajadores” es el tercer movimiento social más valorado por la ciudadanía, detrás del estudiantil y el de pensiones (Centre for Social Conflict and Cohesion Studies COES, 2023), cuya valoración ha estado creciendo desde un cuarto lugar en 2017 (Centre for Social Conflict and Cohesion Studies COES, 2018).
Por tanto, este crecimiento de la valoración social de las y los trabajadoras/es acontece justo en un contexto de aceleración de la automatización, cuyo desarrollo va acompañado de una masificación tipos de contratación laboral flexible o inexistente, que tiende afectar en mayor proporción a las mujeres que a los hombres, desde las y los trabajadores a honorarios, pasando por quienes poseen contratos a plazo fijo (sector privado), hasta a contratas en el sector público, entre otras formas de contratación de este tipo (Subcontratación o trabajadores de plataformas virtuales). Todos ejemplos de la emergencia de un sector laboral amplio y precarizado.
Por tanto, no es extraño que en un contexto donde se masifica la contratación flexible, la valoración del accionar laboral crezca dentro la ciudadanía, percepción que va acompañada de un crecimiento de las organizaciones de trabajadores, aunque con los bemoles dejados por los conflictos sindicales del pasado acontecidos en la década de los noventa y principios del 2000, con constantes quiebres de la principal organización laboral del país, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), significaron una mayor división y fragmentación del accionar sindical (Osorio, 2017).
Si bien desde 2018 al presente hemos visto el accionar laboral de los trabajadores como un actor presente desde el mundo social, ya sea por las movilizaciones que se generaron en contra del Estatuto Laboral Juvenil, las movilizaciones portuarias, las huelgas generales desarrolladas en octubre y noviembre de 2019, entre otras. Hoy presenta un desafío el propiciar la unidad de las y los trabajadoras/es que viven una fragmentación de sus organizaciones, en paralelo a la emergencia de nuevas agrupaciones de trabajadoras/es precarizadas/os de diversas áreas como los honorarios, quienes en muchas ocasiones por temas legales no pueden formar parte de organizaciones de trabajadoras/es más grandes y formalizadas.
Otro desafío es la escasa organización de las y los trabajadoras/es que producto del avance de la aceleración de la automatización y el aumento de la precarización laboral a sectores profesionales e intelectuales, no han consolidado la formación de agrupaciones robustas que permitan propiciar la identidad laboral, ya sea en el cognitariado, o en organizaciones gremiales de carácter profesional.
Si bien hay avances en las políticas laborales propiciadas por el Gobierno en los últimos años, como la ley de 40 horas y la ley Karin, falta mucho por avanzar en la mejora de las condiciones laborales de las y los trabajadoras/es, para fomentar una vida digna. Aspecto que implica una responsabilidad de organización y empoderamiento de las propias actorías laborales, ya sean sindicatos, asociaciones, sociedades o gremios.
Hoy la organización laboral de las y los trabajadoras/es en todas sus expresiones material e intelectual es necesaria para empujar mejoras en un contexto donde las condiciones empeoran, donde muchos sectores que se consideraban de clase media ya no lo son en términos materiales. La precarización de la vida es un fenómeno cada vez más tangible, evidente y masivo, a tal punto que la realidad del día a día, la estabilidad monetaria y psicológica son fundamentales para propiciar el desarrollo de un trabajo decente para las y los trabajadoras/es del país, siendo un elemento esencial para el avance civilizatorio y una modernización de nuestra sociedad.
Fuentes:
Aravena, M. (2023). Conciencia y praxis en el sindicalismo joven chileno: nuevas dirigencias sindicales provenientes del movimiento estudiantil. Tesis para optar al grado de Magíster en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile.
Berardi, F. (2007). Generación post-alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo (1st ed.). Tinta Limón Ediciones.
Berardi, F. (2015). La fábrica de la Infelicidad (2°). Traficantes de Sueños.
Centre for Social Conflict and Cohesion Studies COES. (2018). Estudio Longitudinal Social de Chile 2016 (Base de datos). Harvard Dataverse & COES. https://dataverse.harvard.edu/dataset.xhtml?persistentId=doi:10.7910/DVN/0KIRBJ
Centre for Social Conflict and Cohesion Studies COES. (2023). Estudio Longitudinal Social de Chile 2016-2023 (Base de datos). Harvard Dataverse & COES. https://doi.org/10.7910/DVN/LD4BPH
Harvey, D. (1998). Compresión Espacio-Temporal y Condición Postmoderna. In La Condición de la Postmodernidad: Investigación sobre los Orígenes del Cambio Cultural (pp. 314–339). Amorrourtu Editores.
Observatorio de Huelgas Laborales del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social. (2020). Informes de huelgas laborales en Chile 2019 (F. Gutiérrez, R. Medel, P. Pérez, D. Pérez, & D. Velásquez (eds.)).
Observatorio de Huelgas Laborales del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social. (2024). Minuta de huelgas laborales en Chile 2022-2023 (1st ed.). COES & UAH. https://coes.cl/wp-content/uploads/COES_OHL_Minuta-de-Huelgas-Laborales_2025-01-09.pdf
Osorio, S. (2017). De la estrategia concertacionista al sindicalismo de contención. Un balance de la CUT postdictadura. In J. Ponce, José; Santibañez, Camilo; Pinto (Ed.), Trabajadores & trabajadoras. Procesos y acción sindical en el neoliberalismo chileno, 1979 - 2017 (1°, pp. 127–153).
Pérez, P. (2018). Clases Sociales, Sectores Económicos y Cambios en la Estructura Social Chilena entre 1992 y 2013. Revista de la CEPAL, 1(126), 171–192. https://www.cepal.org/es/publicaciones/44308-clases-sociales-sectores-economicos-cambios-la-estructura-social-chilena-1992
Standing, G. (2013). El Precariado: Una Nueva Clase Social (1°). Pasado & Presente.
Standing, G. (2014). Precariado Una Carta de Derechos. Lectulandia.
Vejar, J. (2014). La precariedad laboral, modernidad y modernización capitalista: una contribución al debate desde América Latina. Trabajo y Sociedad, 1(23), 147–168. http://www.scielo.org.ar/pdf/tys/n23/n23a08.pdf
Weller, J. (2004). El empleo terciario en América Latina: Entre la modernidad y la sobrevivencia. Revista de la CEPAL, 1(84), 159–175. https://repositorio.cepal.org/handle/11362/10982
La autora, Marianela Aravena Garrido es estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires (UBA); Magíster en Ciencias Sociales, Mención sociología de la Modernización UCH; Magíster en Historia UCH; Magíster en Sociología PUC (En trámite))