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Ópticas diferentes para observar las realidades del país. Por Luis Osorio

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Al reconstruir la historia desde el presente hacia el pasado situado el 11 de septiembre de 1973, no se puede desligar un período de tensión no menor de tipo político, en los tiempos actuales, relacionado con su momento de origen. El 25 de octubre de 2019, no forma parte de un evento masivo de alegría ni celebración a lo largo del país, como muestra de agradecimientos a los logros obtenidos a través de tres décadas post dictadura, sino la extensión de un movimiento que parte el 18 de octubre del mismo año. Fue una muestra mayoritaria de expresión de rabia, profundos problemas sociales, que eran latamente comentados en los días siguientes, y que más de alguien veía venir.

Era la expresión de grandes desigualdades, falta de oportunidades, una educación pública con un considerable grado de abandono, la salud pública con graves deficiencias, un sistema previsional para muchos de bajas pensiones y constituidas las instituciones previsionales, como grandes negocios del poder económico, entre otras muchas situaciones y consecuencias, que exacerban los ánimos, provocan rabia y descontento.

Son hechos, que claramente dan lugar a diferentes miradas, no siendo igual la de quienes han tenido cargos en la parte ejecutiva de empresas o la de los “beneficiarios” de los problemas o faltas de oportunidades. Son realidades del diario vivir que llevan a formas diferentes de palparlas y sensibilizarlas.

Los Estados de vida de los diferentes países, en la actualidad con grandes estados de convulsión, son partes de decisiones políticas con eslabones unidos férreamente, no frutos de la casualidad, totalmente intencionados. No escapa de ello lo que se vive en Chile, si la decisión se hubiera encaminado desde hace años en el mejoramiento de la educación pública, familias que pagan cuantiosas sumas por la educación privada, sin lugar a dudas estarían demandando lo público con todas las implicancias que ello conlleva.

Si el convivir con grandes desigualdades, es algo natural en una democracia de 32 años, se concluye que realmente hemos estado insertos en una muy mala democracia. Situando el sentido de la democracia sana, como una convivencia y bienestar de esos millones de chilenos que concurrieron a las calles el año 2019, que tenían la demanda de un país grato para vivir, y en forma digna, lo que se había negado.

Tanto el 18 de octubre de 2019, como el 25 de octubre del mismo año, no debieran haber existido, si el tránsito postdictadura, hubiera sido diferente. Los problemas manifestados datan del período de 1973 a 1990, y se prolongan en tiempos excesivos.

En 30 años, se podrán contabilizar innumerables mesas, instancias de acuerdo, comisiones de expertos, y hasta reformas, pero no alcanzan a resolver los problemas del diario vivir. Aparte del poder económico, se va sumando el poder político que va alcanzando privilegios, algunos de los cuales lo sentían como un lugar que se lo merecían en la sociedad, y/o actos de reparación hacia sus personas, con alcances a sus familias. Existiendo esa frase que no hay que llorar sobre la leche derramada, hay períodos en que sí hay que hacerlo. Existieron tiempos suficientes, para que, en un horizonte de no más 10 años, se hubiera perfilado un país diferente, en que la distribución del bienestar hubiera sido justa, tal vez no con una ganancia tan considerable de ese hipotético director de empresa. Seguramente, el siglo XXI, habría partido con una gran fiesta de la democracia, siendo un resultado enaltecedor y de una adecuada justicia social. Insistir que no se trata de formas de percepción antojadizas, sino de la imaginación argumentada de cómo debería haber fluido lo político.

El escenario anterior, tiene doble repercusión si es que se hubiera concretado, no estaríamos en un ambiente de tensión como el actual, dejando de lado la agudización del efecto de pandemia, y, por otro lado, nos habría alejado de manera oportuna del recuerdo de lo que significó la violencia extrema utilizada en dictadura para imponer un interés político, avanzando en lo racional y el equilibrio.

Así, quedan cosas latentes y un ambiente propicio de la olla a presión que en cualquier momento podía reventar y que más de alguien lo advirtió después del 18 de octubre de 2019. Existió una acción dura y cruenta, y quedó en pausa una reacción perfectamente evitable, a través de acciones decididas en las postrimerías del siglo XX, haciendo caso a una gran elaboración de esperanzas de los años 80, que pasaron inadvertidas. Era un momento de pensar sobre lo que sería el futuro cuando se retornara a la democracia.

No había espacio para imaginarse que pasarían 32 años y más con la Constitución del 80 en plena vigencia. Existía, mucha confianza inicial en los futuros gobernantes post dictadura, para desembocar de manera paulatina en expectativas falsas. La intención política de los gobiernos era diferente, había una brecha entre las promesas de campaña y el actuar en la gobernabilidad. La violencia política, la barricada, y otros actos de esa índole pueden ser repudiables. Pero hay un problema de un ciclo no cerrado en el momento preciso, y que la historia de los tiempos actuales está pasando la cuenta. Cuando alguien lanza la primera piedra, o de otra forma, bombas a La Moneda, está dando un puntapié inicial que le otorga hegemonía a la violencia de un sector, quienes la utilizan como ventaja comparativa, no sólo ahora sino que siempre.

Cuando se ejerce violencia política, desde el punto de vista sociológico hay que tener en consideración un historial de vida por observar. Desde la posición del observador, puede estar ocurriendo que se podría tener una rabia grande por el hecho que dio lugar al acto de violencia, pero está no se practicó por tener un historial de vida diferente, donde prima la contención. Pero lo fundamental, para los dos casos, es la imposición de un modelo que produce el hecho que determina la violencia o un estado no deseable de la rabia contenida. No se trata de la violencia del narcotráfico y tampoco de la delincuencia, es una violencia vinculada a fenómenos sociales que han frenado el bienestar e incrementan la frustración, atentando contra las personas desde la convivencia, modelos impuestos e injusticias.

Los desaparecidos, torturados, perseguidos, postergados, no fueron reivindicados dando continuidad a los ideales por los que cayeron. Sólo algunos nombres, Carlos Lorca, Víctor Jara, Carlos Prats, José Manuel Parada, Marta Ugarte, Michelle Peña, entre otros y otras.

Después del año 1990, ya había un individualismo manifiesto y el trepar, era un ejercicio altamente lucrativo, que resulta imposible desmentirlo. Es la línea de partida del momento actual, contexto en el cual algunos se delatan solos como responsables, ya que, con una simple consulta a Wikipedia, se pueden obtener antecedentes de su pasado como artífices de una realidad. La altura hace mal, ya que, se lleva la vista al horizonte, no se alcanza a ver lo que pasa por abajo. Más aún sólo se está viendo a los que se encuentran en el mismo nivel, hacia el resto se entrecruza una distancia.

Un diagrama de red, puede ser la evidencia más notoria de las responsabilidades y la mancomunación alrededor de ellas.

14 de julio de 2021

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