Otra costa hay en la puna. Configuraciones del espacio indígena y movilidad pastoril en los Andes centro-sur de Magdalena García B. QILLQA Ediciones, Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo (IIAM) Universidad Católica del Norte, Edición, diseño y producción de originales Ocho Libros Spa, 1ª edición 2021, 236 pp.
La palabra costa, en sentido occidental, suele ser entendida como orillas del mar, de río, de lago, y la tierra que está cerca de ella, de forma tal que «costa» viene a ser la franja de unión de las tierras emergidas con las sumergidas, ya sea en la base continental o en cualquier isla, sin embargo, en la sabiduría popular indígena la lógica espacial, al contrario de lo colonizado que sólo reconoce costa, sierra y montaña, “en vez de tres, reconocía ocho regiones diferentes que los indígenas denominan chala, yunga, quechua, suni, puna, janca, rapa-rupa y omagua, las cuales se distribuyen de forma escalonada entre la costa del Pacífico y la Amazonía, repitiéndose en forma inversa en ambos declives de los Andes” (pp.21) Ya desde la introducción el llamado descolonizador se hace presente, citando diversas fuentes, tanto en el sentido de la territorialidad, donde se inscriben prácticas y espacios narrativos que dan sentido y orden social legitimado por la comunidad. Por otra parte, también se han establecido disputas y la bibliografía mencionada se hace cargo de los sistemas de dominación, que van desde la expansión incaica (no más de setenta años duró el imperio, pero su proyección temporal no sólo está en la toponimia o en la agricultura y la forma de negociar) hoy la industrialización minera en Chile ha generado tantos residuos peligrosos que contaminan el suelo y las aguas subterráneas, sin embargo, la gestión de estos desechos, sigue estando al debe a pesar de protocolos internos y la débil legislación ambiental, en especial frente a la disminución de especies de flora y fauna generado por la industria minera, de modo tal que el supuesto pago de Chile, es a costa de la especies más vulnerables, en compañía de la codicia y su camarilla de diputados y senadores, sin olvidar a los mandatarios de cualquier signo, que proyectan el status quo que tanto favorece a la depredación de esta industria que es sólo extractivista, por eso se empeñan en minimizar a las poblaciones indígenas y declaran como desierto, en el sentido de inerte o sin vida útil, todo aquello que requieren para su explotación desvergonzada, si hasta Codelco es responsable de la miseria en que sobreviven los territorios, para no decir nada de las empresas mineras privadas, que teniendo fuertes estándares en los países donde están sus compañías y oficinas matrices, acá hacen lo mínimo: sólo para cumplir con la escuálida ley chilena, macilenta y hecha a punta de coimas, es cuestión de ver las fechas de sus creaciones y quiénes fueron los legisladores de turno, como dirían los antiguos radicales, para poner la puruña. O el lema que usan los políticos hasta el día de hoy “No me den, díganme dónde hay”.
Otra costa, según el texto, dice relación con los sistemas de infraestructura agro hidráulicos de carácter monumental y prehispánicos construidos con pirka-piedra- en canales de regadío de diversas dimensiones, ya los asentamientos humanos comienzan a ser abandonados con la llegada invasora de los españoles en el siglo XVI. La agricultura de altura conocida como “sierra” o piso quechua (entre los 2000 y 3500 metros de altura) allí están también las cabeceras de ríos o zonas de arranque hídricos que alimentan las quebradas, también llamadas como prepuna o baja puna, cuyas aguas estacionales permiten cubrir con una alfombra herbácea apetecida para camélidos y otros animales que en los Andes Centrales tienen una identidad ancestral, con llamas, alpacas y guanacos en la puna, ganado vacuno en los páramos nortinos, y hacia el sur caballares, ovejas y cabras, que forman parte del paisaje andino, incluyendo la Patagonia, en algunas estancias el mal manejo ha permitido un desarrollo descontrolado llevando a extremos de casi extinción de especies en flora y fauna, hoy hay más coherencia ambiental entre los estancieros y estancieras, siendo las mujeres quienes mejor manejan las estepas y los campos, en tanto en la zona central, la peste de los pesticidas ha terminado con una gran mayoría de insectos, arácnidos y batracios, los dueños de fundo a la usanza patronal, buscan el rendimiento por sobre la vida sana de sus propios cultivos, para qué decir de las plantaciones de paltos en cerros, cuyo manejo de agua en exceso y falta de poda, genera desequilibrios ambientales considerables, porque escasea el recurso para consumo humano, ya los ríos y riachuelos, están secos al igual que las napas subterráneas, mientras los cultivos de paltas, con mal aceite y calibre, tienen una gestión deficiente, no son todos pero la mayoría no cuenta con ingenieros agrónomos capacitados, estudiosos y visionarios, al parecer las universidades todavía no incorporan en su currículo asignaturas sobre manejos sustentables y biodiversidad, a pesar de que todos hacen alarde de preparar a su alumnado para enfrentar el negocio agroempresarial, con desafíos en innovación y sustentabilidad ambiental, o con un fuerte compromiso en el desarrollo de la calidad de vida, sin considerar a otras especies que no sean la humana. Y volviendo al texto, otra costa, implica la mirada hacia la bajada de aguas, hacia lugares de pastoreo comunitarios que están entre los 3.300 a los 2.500 metros de altura, luego de las lluvias de verano, donde crece en abundancia el alimento para la paskana-pastoreo en Aymara, bajando de los cerros hacia la costa, hacia el “costeo” entre las vegas y bofedales. El texto es una investigación que combinó arqueología, etnografía, etnobotánica y geografía, metodología documentada y explicitada en el capítulo 4. Los enfoques de etnografía arqueológica, arqueología del paisaje y arqueología espacial le permitieron a la autora recrear versiones del pasado, más allá de estudios materiales de períodos específicos, sino que puso énfasis en el registro multitemporal de las comunidades locales, recreando así la memoria social, con ello no sólo se crea y se recrea el o los vínculos entre los miembros de comunidades, basados en la memoria de experiencias significativas compartidas. Se trata de la construcción colectiva que utiliza la autora para comprender el intercambio de ideas y valores de las personas que habitan estos territorios y que mantienen en parte el trabajo de sus ancestros, no así su lengua perdida en muchos casos por la chilenización de estos territorios, dado que los abuelos se mantienen como hablantes no así las futuras generaciones que han ido perdiendo parcialmente el Aymara. Cabe recordar que el pueblo nación Aymara, segregado en las tres fronteras (Perú, Bolivia, Chile) en el caso chileno, el Estado los ha condenado a la marginalidad, a la escasez de recursos para apoyar a las comunidades y sus ejes productivos, los ha condenado al atraso, en materia de apoyo gubernamental, comunicaciones, entre otros haciéndolos invisibles, intentando borrar incluso el contenido sociocultural, avalados por la arqueología tradicional que como dice la autora “ha terminado promoviendo una separación de las comunidades respecto de sus territorios, incluso despojándolas de su propio pasado y legado cultural” (Ayala 2008, Jofré 2014; Kalzich 2013; Lazzari y Korstaje 2013) pp. 30.
La acelerada migración a las ciudades trae consigo el despoblamiento y la disminución de la ganadería tradicional, aunque la mayoría suele volver una vez al año a sus territorios, lo que no solo implica una serie de desusos, sino también una pérdida de memoria. De allí la deuda Antropológica y Arqueológica que nos refrenda la autora a partir de la década del ‘70 en pleno apogeo del modelo de Verticalidad de J. Murra, no obstante, el grupo Toconce, construyó y proyectó un programa de investigación etnoarqueológica que ha servido de base para nuevos estudios, las primeras investigaciones de las sociedades agro pastoriles de la Cuenca del Loa (Región de Antofagasta) y sus múltiples estudios sobre caminos troperos, arte rupestre, sitios ceremoniales, sistemas de regadío, cultivos agrícolas, entre otros, permitiendo nuevos entretejidos con oralidad y etnohistoria, entre ellos, mi querido Lautaro Núñez Atencio, uno de los tres arqueólogos chilenos que han ganado el Premio Nacional de Historia, el suyo en el año 2002. Pero volvamos al texto, los 10 capítulos, que van desde el marco teórico de la investigación, el enfoque socioecológico desde tiempos prehispánicos en las tierras altas de las regiones quechua, suni y puna con antecedentes de pastoreo en las tres Punas (Húmeda, Seca, Salada), el capítulo 3 que introduce el pastal y la comunidad Mulluri (Arica y Parinacota), en el capítulo 4 se detallan los métodos y técnicas utilizadas, en el capítulo 5 Mulluri se presenta como parte del territorio simbólico de los Isluga, se ahonda en el mito de la Virgen de la Natividad, los sistemas de trueque, títulos de dominio, mapas y cartografías. El capítulo 6 describe las formas de percepción que caracterizan las tierras altas de los Andes -quechua, suni y puna-. El capítulo 7 da cuenta de los pisos vegetacionales y la movilidad estacional, el 8vo se centra en las paskanas y sus distintos usos, junto con los 8 sitios estudiados en profundidad, el capítulo 9 se centra en el costeo, vale decir en la reconstrucción del calendario anual desarrollado hasta la década de 1970 con el pastoreo masivo y el uso de las paskanas con el testimonio de dos adultos mayores que habitan el territorio. El libro se cierra con una recapitulación general y conclusiones, en donde cabe destacar “…los diferentes ecosistemas de la puna, tanto húmedos como de secano, cuyo endemismo y biodiversidad los convierten en sitios de relevancia mundial, fundamentalmente los bofedales, que se alimentan directamente de glaciares y son fuente de agua para todos los pisos ecológicos de la región, donde la agencia de los pastores y el ganado es prioritaria e imperativa para su mantención” pp.195. Luego de las referencias y anexos, y ya próximos a la festividad de la Chakana, que al menos en la Región Metropolitana se suele celebrar en el Cerro Chena como parte de las actividades ceremoniales de las Fraternidades y comunidades de Tinkus del Valle del Mapocho que incluyen en la ceremonia un encuentro de danza. Preferentemente la celebración se lleva a cabo en la noche del 2 al 3 de mayo, día en que la constelación de la Cruz del Sur se ve como una cruz perfecta. La chakana es un símbolo sagrado andino que representa una escalera de cuatro lados, o "tawachakana". La palabra chakana viene del quechua y significa "escalera hacia lo más elevado". La chakana simboliza la unión entre el mundo humano y lo que está más arriba o más grande. En la cultura andina, la chakana tiene una fuerza energética que crea, centra, abre, despeja, da sentido, orden y procedencia al pensamiento junto a la cosmovisión y no nos queda más que decir; ¡Jallalla, jallalla! (felicitación, felicitación- en Aymara) a pesar del Estado hostil y deshumanizado, el pastoreo de los Andes existe como existe el pueblo nación Aymara, y Magdalena García que nos increpa a entender, que sobre los 2600 -3600 metros sobre el nivel del mar está el clima templado “la costa”, el piso ecológico fértil y nutritivo porque, como ella nos dice: otra costa hay en la puna.
Hans Schuster, escritor.