Desde la niñez se nos enseñó que el 12 de octubre se conmemora la “Conquista de America”. Luego, con el pasar de los años, pareció que esta no era la denominación más adecuada, y se le comenzó a llamar “El encuentro de dos mundos”. Nombrar este hecho histórico desde estas visiones ha estado relacionado con determinada intención de ubicar la invasión como un momento de la historia que ya no existe, que bien no tiene ninguna repercusión en nuestro presente o que sus consecuencias fueron inocuas.
Quienes escribimos, podemos decir que nuestra experiencia escolar estuvo cruzada por estas narrativas. A medida que hemos ido creciendo y nos hemos encontrado con determinados espacios y lecturas críticas, nos damos cuenta de que no fue ni la una, ni la otra. La colonialidad como tal, entendida como la ramificación histórica, social, política, económica, cultural que detonó el hecho colonial, se encuentra plenamente vigente.
En este sentido, es posible decir que el proyecto moderno colonial que llegó a los territorios hoy comprendidos bajo el nombre de Latinoamérica, está en un continuo proceso de re creación manteniendo las grandes estructuras que le soportan. Así, el genocidio masivo de lxs habitantes del Abya Yala, la invasión, apropiación y destrucción de la naturaleza y la racialización de las poblaciones, no son cuestiones aisladas o que formen parte de un relato de “un tiempo pasado”. Las consecuencias concretas de lo anterior las podemos visibilizar en una estructura que se sostiene a partir del racismo, dando curso a diferentes dinámicas de dominación en los espacios del Sur Global. Muestra de esto es el fenómeno migratorio, donde observamos a millones de personas desplazándose debido a la inestabilidad político-social existente en sus países, todo ello fruto de las relaciones Norte-Sur, donde Europa y en otros casos Estados Unidos, han tenido una influencia profunda históricamente.
En otra de sus aristas, este proyecto moderno-colonial plantea un entendimiento único del mundo a través de la mirada de occidente. Es decir, busca instalar el pensamiento occidental como universal y aplicable, sin distinción a todo el mundo, no considerando ninguna diversidad social, política, cultural y cotidiana. Lo anterior genera una opresión particular a través del borramiento de los pensamientos no-occidentales. De esta forma, se propone a sí mismo como el máxime productor de conocimiento válido, reconocido y susceptible de ser considerado, dejando a un costado toda la suma de conocimientos que se vienen desprendiendo históricamente desde los Pueblos Originarios, Campesinos y Africanos y Afrodescendientes.
Esta visión unifocal de la realidad se encuentra permeada de las improntas capitalistas, patriarcales y coloniales. El lente occidente moderno nos ha hecho nacer, crecer y caminar en el cotidiano con una percepción de la vida en donde se cala la lógica de la dominación, de otrxs, de territorios, de animales y de seres vivientes no “humanos” en general. Habría que hablar también, de cómo esta visión se encuentra profundamente relacionada a problemáticas de atención urgente con lo son la violencia medioambiental, la tortura y la muerte que diaramente se da a miles de animales alrededor del mundo, las condiciones de precarizacion laboral de las mujeres de diferentes territorios así como a al deterioro de nuestro buen vivir y/o nuestra salud mental, generando puentes que nos permitan avanzar en el desmontaje de las raíces de estos malestares.
Sobre esto último, sabemos que la pregunta acerca de cómo destejemos este sistema no es sencilla y que probablemente requiera de muchas conversaciones, pero hay ciertos puntos que considerar y poner en práctica. Uno de ellos tiene que ver con impulsar un quiebre de los ritmos de inmediatez en los cuales nos movemos cotidianamente. Dar espacio, dentro de nuestras posibilidades materiales, a los espacios de contemplación y de detención para propiciar un encuentro que se rija bajo otros ritmos con lo que nos rodea. Por otra parte, des-aprender la valoración y reconocimiento de un solo saber (blanco, masculino y heterosexual) empujándonos a ser capaces de abrir camino a la diversidad de experiencias, conocimientos y saberes que habitan en nuestras prácticas y las de otrxs, entendiendo que estas se mueven en un continuo circular y no lineal.
Así también deberíamos propender a reconocer que a medida que reproducimos ciertos elementos que emergen desde el privilegio blanco, debemos desarrollar la capacidad crítica de revisarlos, cuestionarlos y modificarlos. Para ello, vendrían siendo fundamentales la capacidad de escuchar, escuchar y escuchar las voces que han sido sujetas de esta violencia colonial, saliendo de la idea de que debemos “darles voz” a otrxs, entendiendo que, más bien, la cuestión es poder trabajar por abrir espacios que se caractericen por la horizontalidad donde la presencia e incidencia de todxs pueda estar presente de manera efectiva.
Aún cuando podríamos mencionar muchas más prácticas al respecto, deseamos terminar nombrando a una en particular, aquella referida a los afectos y los cuidados. Allí, creemos que una comunidad que no se reconoce en términos de ambas cuestiones, considerando el cariz político de ambas, no puede pretender caminar hacia un horizonte transformador. Necesitamos dar curso a nuestras dinámicas colectivas a partir del cuidado y el soporte entre pares, romper entonces, con la individualidad propia del actual modelo de vida. Creemos que la construcción de una comunidad en el presente debe ser capaz de plantearse su posibilidad en diversos contextos, considerando las diversas características territoriales, culturales y políticas. La comunidad debe ser una apuesta política del presente, no sólo una añoranza del pasado.
Así, finalmente, desmantelar este proyecto moderno-colonial es una tarea histórica que debe ser asumida con amor, fuerza y resistencia, desde el deseo de vida colectiva enraizada en lo más profundo de los territorios.
Susana Solís Gómez
Colectiva Disidencia Aquí y en la Quebrá del Ají
Diego Lagos Garrido _Colectiva Disidencia Aquí y en la Quebrá del Ají