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Pachi Guijón. Por Miguel Lawner

El doctor Patricio Guijón, Pachi para todos nosotros, falleció en vísperas de este 4 de septiembre, cuando las fuerzas progresistas aquí y en muchos otros países, hemos celebrado los 50 años de la histórica victoria que ungió a Salvador Allende como Presidente de la República.

Impresionante coincidencia. El Pachi se fue de este mundo en horas imperecederas asociadas al compañero Presidente, a quién acompañó en la Moneda ese aciago 11 de septiembre de 1973, siendo el único testigo de la decisión de quitarse la vida.

Cuando llegamos a la Isla Dawson el 15 de septiembre de 1973, el Pachi formaba parte del grupo de altos funcionarios de gobierno que fuimos enviados a la Isla en calidad de prisioneros de guerra. Casi ninguno de nosotros lo conocía. El doctor Arturo Jirón, médico personal de Allende durante muchos años, lo había recomendado para integrarse al grupo de quienes asistían al Presidente, meses antes del golpe militar.

Al igual que el doctor Jirón, Carlos Jorquera, Augusto Olivares, Osvaldo Puccio, Joan Garcés, José y Jaime Tohá, Clodomiro Almeyda, Daniel Vergara, el doctor Enrique París y otro puñado de leales colaboradores del Presidente, el Pachi consideró un deber permanecer junto a Allende el 11 de septiembre de 1973. Lo vio sereno combatiendo y dirigiendo la resistencia al asalto militar. Lo escuchó trasmitiendo sus últimas palabras, y también fue testigo de su preocupación por la presencia de algunos colaboradores y de sus hijas, a quienes ordenó abandonar el Palacio a fin de no arriesgar innecesariamente sus vidas.

Cuando ya fue evidente que no tenía sentido continuar una lucha tan desigual, ante el cañoneo incesante de tanques y el bombardeo de aviones que no vacilaron en incendiar y dejar en ruinas gran parte del palacio de gobierno, Allende ordenó su evacuación a todos quienes aún permanecían junto a él, descendiendo por la única vía disponible: la escalera que conducía a la puerta de Morandé 80.

La vida nos ofrece a menudo la opción de tomar decisiones insólitas, inesperadas, irracionales, como quieran llamarse. Al iniciar el descenso evacuando la Moneda, el Pachi resolvió devolverse en busca de la máscara de gases que había portado durante el asalto a La Moneda. Pensó llevarla como recuerdo para su hijo. La recogió y al devolverse, escuchó un disparo justo cuando pasaba frente al Salón de la Independencia, viendo al Presidente sentado en un sillón con el fusil apoyado en el suelo y descerrajándose un disparo contra su barbilla.

Consideró un deber asistirlo en calidad de médico, constatando de inmediato su muerte. No lo pensó dos veces. Se sentó junto a él, esperando la llegada de los militares. Pronto apareció el general Palacios junto otros soldados, quienes fueron los primeros testigos de una tragedia que convulsionó al mundo.

Algunos de nosotros en la Isla Dawson, dudaban de esa versión y sometieron al Pachi a un interrogatorio yo diría despiadado, intentando encontrar algunas contradicciones en su testimonio, que, en verdad, aparecía como absurdo. No hubo caso, nadie pudo encontrarle alguna hebra de error o de fantasía.

Los militares retiraron al Pachi de su cautiverio en la Isla, a fines de 1973. Era el único testigo de la decisión del Presidente de poner fin a sus días.

En el mundo hubo muchos que se resistían a admitir su suicidio. Aparecieron peritos balísticos negando esta versión fundados en la dirección de los proyectiles.

En fin, es un debate que a mi juicio nuca tuvo sentido. La voluntad de los militares de asesinar al Presidente es indiscutible. Hicieron uso de todas las armas posibles para lograr ese objetivo. Discutir si murió por bala ajena o propia, no cambia en nada ni la brutalidad del asalto despiadado al Palacio, ni la valentía admirable de un hombre que pasó a la historia como un héroe consecuente con los valores humanistas que predicó a lo largo de toda su vida.

Lamentamos la muerte del Pachi. Su vida quedó marcada para siempre por este episodio tan trascendental en la historia de Chile. Pagó un precio muy caro. Los militares lo mantuvieron largo tiempo en arresto domiciliario y jamás le permitieron salir fuera del país, preocupados por un posible testimonio que pudiera comprometerlos.

Expresamos nuestras condolencias a su familia. Despedimos a un compañero consecuente, que debió soportar la incomprensión injusta de quienes nunca dejaron de dudar de su testimonio. Querido Pachi. No te olvidamos.

Miguel Lawner.
5.9.2020

Allende presente. Ahora y siempre.

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