Yasna Mussa (Arica, 1983) autora del libro que comentamos, es una reportera independiente chileno-palestina, con experiencia laboral en corresponsalías internacionales para varios medios de comunicación. Ha visitado en numerosas oportunidades la zona de conflicto, por lo cual las experiencias narradas y vividas recogidas en este libro llegan con la fuerza, las sensaciones, las emociones de un ser humano que las vivió directamente y se identifica con ese mundo al que pertenece.
En el siglo VIII d.C. Palestina fue ocupada por los árabes y, más tarde, conquistada por los cruzados europeos; en el siglo XVI por los turcos, hasta la Primera Guerra Mundial y así, una larga historia de ocupación aún no resuelta.
El texto nos dice que, en la época del imperio otomano, “fines del siglo XIX, comenzó la primera ola migratoria árabe a Chile (…) y El primer registro de un palestino en Chile aparece en 1895. Se trataba de un muchacho de trece años originario de Belén” (p. 195).
El párrafo inicial de la Introducción es muy indicativo de la “vida” desde hace décadas allá, ataques que se producen a cada instante, con pérdidas de vidas que ya dejan de llamar la atención: “Las autoridades israelíes aparecen en mi televisor anunciando una venganza. Dicen que la respuesta será de proporciones. Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, declara que se ha embarcado “en una guerra larga y difícil” y que sus tropas van a avanzar “sin tregua hasta alcanzar los objetivos” en Gaza. Es el 7 de octubre de 2023 y este mañana el mundo se ha despertado con la impactante operación de Hamás, que a la fecha ha dejado más de mil víctimas israelíes”.
Todo la situación anterior descrita sucede durante más de siete décadas, sin avanzar a posibles y mejores soluciones, dicho por alguien como la autora, cuya experiencia tiene ya veinte años, desde su primer viaje a Palestina. Las palabras de este libro se nutren de historias de vida, testimonios, enclavados, además, en el vínculo de tantos de sus compatriotas, de su familia, con Latinoamérica y Chile, que afincaron su vida en estos países lejanos y se relacionaron con sus costumbres y sus habitantes.
También, valiosos aportes de estudiosos, interesados, afectados, de lo que ha significado vivir en la “Franja de Gaza” y, en palabras de un entrevistado, “se tenía que preparar para escapar en cualquier minuto de la muerte” (p. 20). Otra descripción exacta y estremecedora, que describe este vivir allí, es la siguiente: “Estábamos en modo de supervivencia. Sientes que el tiempo ya no significa nada y solo importa que cada día puedas sobrevivir.” (p.25).
En septiembre de 2024, Yasna Mussa había llegado hacía pocos días; “Israel realizó ataques masivos detonando a distancia beepers y walkie talkies… decenas de personas murieron y miles resultaron heridas” (p.45).
Son guerras en las cuales no se respeta ningún código y todo es válido si cumple con eliminar a quien lo merece: una persona a la que se califica como enemiga y eso conlleva despojarlo de todos sus derechos. Al Jazeera elabora un documental para el primer aniversario del 7 de octubre, en el que expondrá pruebas de que Israel comete crímenes de guerra y de lesa humanidad en la Franja. Se inicia con la escritora palestina Susan Abulhawa, diciendo: “Nadie puede decir que no lo sabía. Vivimos en una era de tecnología, y esto ha sido descrito como el primer genocidio transmitido en tiempo real de la historia”. (p.55)
Sin duda, Mussa abraza la causa palestina y se identifica con ella, como muchos otros, y nosotros mismos sin pertenecer a la comunidad, pero desde una herencia que nos llegó con la conquista española y que permite reconocernos e identificarnos solo a primera vista con gran parte del mundo árabe, sometido a grandes injusticias y desplazado de su propia tierra. “En mayo de 1948, mientras Israel declaraba su independencia, los palestinos sufrían el despojo, veían cómo las aldeas eran arrasadas, su pueblo masacrado y más de 700.000 se transformaban en desplazados. (…) Gaza ha sido especialmente golpeada. Ocho de cada diez ciudadanos descienden de refugiados, en su mayoría llegados en 1948. En 2024, alrededor del 90 por ciento de los gazatíes había sido desplazado en los últimos quince meses”. (p.39)
El capítulo 6 se sitúa en Bruselas, Bélgica, 2014, y han llegado numerosos invitados, entre ellos, activistas, músicos, intelectuales de diversos ámbitos, políticos, directores de cine… Es un tribunal que se ha constituido con gran seriedad: doce jurados, quince testigos y expertos para hablar de las graves consecuencias y crímenes que dejaron 51 días de bombardeos. Es nada menos que la sesión extraordinaria del Tribunal Russel sobre Palestina; inaugurado en 2009 y habiendo realizado varias reuniones, volvieron a convocarse por los graves sucesos de 2014. A todo eso asistió Yasna Mussa y lo transmite de manera cercana y vívida, con las palabras precisas para mostrar la vida de sus habitantes en esas condiciones.
“Constatar que no se termina un país solo por dividir un territorio o por dibujar con lápiz y compás fronteras impuestas sobre un mapa. No desaparece la tierra natal de aquellos que aún guardan las llaves de sus casas. Los baúles con recuerdos. La idea de una patria. Es confirmar que existe una Palestina infinita”. (p.166)
Así han sobrevivido durante décadas, en un territorio que podría definirse en un estado de permanente guerra, en que a veces parecen triunfar unos y luego otros, en una cadena de sobrevivientes.
Días antes de que Yasna Mussa terminara este libro, Trump había sido elegido presidente para un segundo gobierno; ella relata que Trump compartía en sus redes sociales un video creado con IA, en que se ve a Trump y Netanyahu disfrutando en una piscina en Gaza, ahora un complejo turístico, cumpliendo así con una promesa anterior de convertir la Franja en la “Riviera de Oriente Medio”.
Notable la descripción de su encuentro con Leila Khaled (1944), mítica luchadora, familiarizada con armas y granadas, reunión que se produce en Amán, Jordania, en el edificio de la Organización para la Liberación de Palestina. En la ciudad viven dos millones de refugiados palestinos; una afirmación de Khaled describe muy certeramente la situación que viven: “Lo que tienen ahora se llama Estado de apartheid”.
El libro extiende sus hilos entre Palestina, Chile, seres humanos de allá y de acá, que pertenecen ya a ambos mundos, pero sin duda está el sentimiento de pérdida injusta, de despojo de sus legítimos territorios. Después de décadas en Chile, siguen soñando en árabe, porque continúa siendo la identidad arraigada en su lengua y su propia tierra, lo que cimenta esa identidad también infinita.
