La participación ciudadana se ha convertido casi en un mantra usado por moros y cristianos como panacea absoluta, para cualquier tema complejo real o inventado. Crisis social, dificultades ambientales, delincuencia en alza, no importa el tamaño, origen ni consecuencias de un problema, la palabra mágica pareciera ser la “participación ciudadana”, pero nadie explica de qué se trata y que objetivos quiere alcanzar.
Conocidas son las jornadas de participación institucional que se limitan a mostrar un lindo PPT y discursos rimbombantes buscando que los pocos oyentes asientan con la cabeza y alaben el lindo proyecto presentado a la autoridad ambiental. Cafecitos, galletitas o coctelitos amenizan y dan sustento a livianos proyectos, que de seguro serán aprobados para construir endebles edificios sobre las dunas, tranques de relaves que percolan sobre los verdes campos o basurales que limitan con las casas de quienes nadie defiende.
Incentivar la participación no es reunir a los míos, un par de los tuyos y cuatro incautos cazados con unas lindas gráficas multicolores o la promesa de un regado coctel. Querer escuchar a la “gente”, el público de interés o “stakeholders” -como los llaman las grandes compañías de lobby- se trata que esa “escucha” sea tomada en cuenta, analizada o al menos respondida de alguna manera.
Cuando invitamos, instamos y ofrecemos participar, para luego guardar dentro de un bonito “paper” que dice cumplido los resultados obtenidos, lo único que estamos logrando es ampliar la brecha de desconfianza en las instituciones. Para el poder (político, económico y las mezcla de ambos) incentivar la participación ciudadana es peligroso, la gente empoderada pedirá que se cumpla lo que ofrecen y que se recoja lo que piden, no sólo en un papel sino en un resultado concreto.
Credibilidad es la palabra. Se pueden cometer muchos errores y omisiones, pero cuando se miente oculta o manipula a las personas, el resultado siempre será desastroso, basta ver cualquier encuesta de opinión hoy en día sobre el gobierno, la oposición o cualquier institución chilena. Si de verdad queremos cambiar algo, la participación debe cruzar desde la formulación, hasta la ejecución de cualquier proyecto sea este social, empresarial o de cualquier tipo.
Participar es convocar, pero con perspectiva de género, en forma inclusiva, democrática con actitud de escucha activa, para cambiar, mejorar o profundizar en algo. Se sabe que muchos son los proyectos que se quedan en el camino de las ilusiones o de las buenas intenciones, por no tener apoyo social. La ruda e inefable realidad no cabe en un papel ni se expresa en hermosos ideales, el cambio que quiere la gente, pasa necesariamente por aprender a canalizar las inquietudes ciudadanas; escuchar, convocar, participar.
Daniel Recasens Figueroa
Periodista
Doctor © en Ciencias de la Información