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Partido Comunista de Chile: entre odios y amores viscerales. Por Jaime Vieyra Poseck

Con sus 100 años de existencia, ―nace en 1922― lo primero, es destacar su larga trayectoria institucional siendo miembro en coaliciones de izquierda que alcanzaron la Presidencia de la República: el Frente Popular (1936-1941), con el partido Radical como eje aglutinador que se mantuvo en el poder desde 1936, y, con otras coaliciones hasta 1952; la Unidad Popular (1970-1973), y Nueva Mayoría (2014-2018). Ha ocupado cargos ministeriales entre 1946 y 1947 en el gobierno de Gabriel González Videla; 1970-1973 con la Unidad Popular de Salvador Allende, y 2014-2018 en la segunda administración de Michelle Bachelet. Es el único partido político democrático que ha estado proscrito y perseguido por más tiempo: desde 1927 hasta 1931; de 1948 a 1958, que es cuando el senador comunista, el poeta Pablo Neruda, cruza la cordillera de los Andes a caballo hacia el exilio; su poema "El pueblo lo llama Gabriel" loa al Presidente Gabriel Gonzáles Videla que firma en 1948 la Ley de Defensa Permanente de la Democracia para ilegalizar al partido Comunista ―que en la última elección municipal de 1947 había obtenido un 16,5% de los votos―; y de 1973 a 1989 en la dictadura cívica-militar ultraderechista de Augusto Pinochet que proscribe a todos los partidos democráticos, excepto los de derecha que lo apoyan y son parte activa de su gobierno de facto.

El Partido Comunista de Chile ha estado integrado plenamente en el sistema político democrático y representativo, y su trayectoria y acción política está definida por la propuesta de inclusión en la repartición del poder económico, social y cultural de los trabajadores/asalariados, de los pueblos originarios, las mujeres y, en las tres últimas décadas, de la comunidad LGBTQI+. Es decir, su trayectoria como partido político institucional de izquierda ha propuesto siempre ―como todos los demás de izquierda, centro izquierda y una fracción importante del cristianismo social en el partido Demócrata Cristiano― más justicia social y derechos humanos para obtener cohesión y paz social y, con ello, más estabilidad del sistema democrático liberal. Ha trabajado incansablemente, con un empeño y disciplina casi como un acto de fe, por otorgarle a los vulnerados, marginados y pobres en general, su inclusión en el tablero político y en la toma de decisiones. Jamás ha violado la Constitución o promovido ni menos instigado un golpe de Estado. Por eso, si queremos respetar la verdad histórica, es muy injusto de tildarlo de antidemocrático.

Sin embargo, el Partido Comunista de Chile no deja de asombrar si lo analizamos en un contexto mundial. Es casi único, por las razones antes mencionadas, pero también por sus monumentales contradicciones, como apoyar regímenes cuasi democráticos (ahora a los autócratas les encantan las elecciones) o a dictaduras autodenominadas de izquierda; gobiernos que en realidad no son ni comunistas ni capitalistas sino administraciones fallidas en que el poder lo ha secuestrado una élite en detrimento de las grandes mayorías. Es, bajo todo prisma, inaceptable que el comunismo democrático chileno continúe apoyando regímenes autoritarios de izquierda.

Hay subrayar que en este partido se está produciendo un cambio generacional que va despejando tendencias con una nueva meteorología doctrinaria y política representada por el monstruo político, la ministra Secretaria General de Gobierno, Camila Vallejo, heterodoxa y antidogmática, y el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, un dogmático ortodoxo. Vallejo se ha transformado en sólo 6 meses en la figura más sólida de la administración actual. Refiriéndose a la reforma tributaria que propone su gobierno, declara que “(…) nos permite (…) alinearnos con los estándares de la OCDE”. El partido comunista de la tendencia de Vallejo esta posicionado a la izquierda de la corriente de partidos socialdemócratas que respaldan el "capitalismo con rostro humano"; vale decir, que garantiza los derechos fundamentales en salud, educación, vivienda y pensiones, administrados por un Estado con músculo económico para gestionarlos, pero que mantiene el mercado en manos privadas con sus dos más importantes agentes sociales ―trabajadores-asalariados y empresarios-empleadores― unidos en el diálogo social institucionalizado. Un modelo europeo que comienza después de la Segunda Guerra Mundial, ya consolidado, que apoyan partidos comunistas europeos antes y después de la derrota en la Guerra Fría y el colapso del bloque soviético.

En estos momentos este partido tiene parte de la responsabilidad en una doble transformación democratizadora: el Proceso Constituyente y la propuesta de cambios estructurales que promete Gabriel Boric. La historia los ha puesto en este compromiso crucial después de que la derecha abortara el cambio tranquilo que propuso Michelle Bachelet II (2014-2018), desplegando una auténtica sedición larvada de los grandes empresarios que condujo al Estallido Social de 2019, polarizando el escenario político que quedó escenificado en la última elección presidencial con los polos opuestos disputándose La Moneda: el ultraderechista, José Antonio Kast, apoyado, sin complejos, por todas las derechas; y Gabriel Boric, sustentado por una coalición de una nueva izquierda llena de ‘millennials’ con el Partido Comunista como decano.

Enfrentando siempre y sin matices la dualidad del odio y el amor más viscerales, en la encrucijada actual ha sido un aporte en este enorme esfuerzo democratizador, inédito a nivel nacional y ya una esperanza global para sacar al mundo de la crisis que padece. Los comunistas chilenos han demostrado una vez más que son tan demócratas como el más; hasta aquí, la historia lo verifica.

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