En kioscos: Mayo 2025
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

Pega para los tatas, por Lucio Cañete Arratia

Imaginemos por un momento que, en el Chile del futuro, uno de los trabajos más cotizados no sea la programación cuántica, ni la ingeniería aeroespacial, ni la gestión automatizada del agua… sino algo mucho más antiguo y, tal vez, más entretenido: contar cuentos. ¿Y quiénes serían los expertos en dicha labor? Pues nuestros ancianos. Sí, esas personas de más de 80 años que aún estarán física y mentalmente aptas en el año 2044, y que para esa fecha conformarán el 7,5 % de toda la población del país.

En ese futuro no tan distante, tal como en la actualidad, existirá la preocupación de asignarles tareas dignas —e idealmente remuneradas— a los adultos mayores. Considerando las ventajas competitivas en mercados abiertos, no tiene sentido destinar a una persona mayor a desempeñarse en una carrera donde ya sabemos que los robots bípedos y que los quinceañeros, por muy obesos que estén, siempre correrán más rápido que él. En lugar de eso, lo inteligente —y justo— es aprovechar sus capacidades en trabajos donde casi nadie puede hacerles sombra. Más que una política estatal, es un deber ético: darle un empujoncito al mercado de las artes escénicas para que los más veteranos encuentren un quehacer productivo y bien pagado. Porque seamos realistas: las pensiones seguirán siendo flacas por un buen rato, y el Estado no puede desentenderse de garantizar una aceptable calidad de vida a quienes el paso de los años les ha ido quitando algunas habilidades… pero no las ganas de seguir aportando.

Entonces, en una sociedad donde la población envejece a paso firme y donde las expresiones artísticas parecen ir revalorizándose, el servicio de narración oral ofrecido por ancianos puede ser un atractivo negocio. Porque, si hay algo que los adultos mayores tienen en abundancia (además de remedios caseros y de un detector infalible de “malas juntas”), es el don del relato. Y si a eso le sumamos, como fuente de inspiración, la geografía natural y culturalmente diversa de Chile, obtendremos resultados sinérgicos que ningún libro de texto ni algoritmo de TikTok puede igualar.

Ciertamente, hacer de la narración oral un servicio profesional ofrecido por personas de 80 años o más en un Chile que se jacta de ser un “país de poetas” no es solo una idea bonita: es una propuesta con fundamentos biológicos y económicos. Veamos por qué los adultos mayores en Chile son candidatos perfectos para este trabajo:

A diferencia de una inteligencia artificial que inventa historias, los ancianos del futuro habrán experimentado acontecimientos reales. Dictadura, erupciones volcánicas, un Top One en tenis, modas que van y vienen… Esa vida acumulada es oro narrativo. Cada arruga tiene su anécdota, y como dice la lingüista estadounidense Deborah Tannen: “el relato se enriquece con la perspectiva del que ha vivido intensamente”.

Además, muchos adultos mayores habrán desarrollado con el tiempo un estilo comunicativo claro, pausado, expresivo y emocionalmente cautivador. Estarán acostumbrados a hablar sin apuros, a darle matices a las palabras, a construir tensión en lo que cuentan. No necesitarán PowerPoint ni efectos especiales: con una entonación bien puesta y una ceja levantada lograrán más suspenso que un thriller de Netflix.

Por otra parte, los ancianos son puentes vivientes entre el pasado y el presente. Son quienes vieron cómo cambiaba el paisaje urbano, cómo se viajaba colgando en la micro y cómo se hacían las tareas escolares sin ChatGPT. Traerán consigo modismos, recetas, leyendas, dichos y jingles que las generaciones más jóvenes ni sospechan. Según el académico Walter Ong, esta conexión directa con la oralidad tradicional tiene un valor inmenso para sociedades modernas en busca de sus raíces.

Querámoslo o no, tendemos a creerle más a quien ha vivido más. Un joven puede contar una historia entretenida; un anciano la cuenta con autoridad. No es lo mismo escuchar sobre la historia del barrio Yungay relatada por una muchacha, que oírla de una viejecita que nació en uno de sus cités cuando los autos eran pocos, los organilleros eran cosa de todos los domingos y los vecinos se juntaban alrededor de un televisor a ver bailar a los lolos de Música Libre.

Ahora bien, para que esto funcione hace falta conectar la oferta con la demanda. ¿Quién podría estar interesado en contratar a estos veteranos narradores? Ciertamente, más de lo que uno cree. A continuación, algunos ejemplos de agentes públicos y privados que podrían beneficiarse de esta nueva oferta de servicios:

En tiempos donde la autenticidad vende más que un guión engañoso, muchas productoras buscarán voces reales para documentales, podcast, series y contenidos digitales. ¿Qué mejor que un abuelo que hable como se hablaba antes y que transmita una emoción que ningún actor puede fingir? Así, una campaña sobre la certeza del cambio climático puede ser más efectiva cuando un longevo caballero relate que llegaba desde el colegio empapado, cuando en Chile sí llovía.

Matrimonios, congresos, lanzamientos de libros, ferias culturales… Hay eventos que se enriquecen cuando un canoso narrador cuenta una historia significativa al auditorio, ya que, con la experiencia de los años, él sabe qué fibra tocar. Una intervención breve pero poderosa dejará huella.

En la era del marketing emocional, las marcas buscan historias que conecten. Imaginen una campaña publicitaria donde una señora de 90 años cuenta cómo su primer par de zapatos nuevos fue justamente de esa marca. El relato se convertirá en posicionamiento.

¿Qué falta para poner esto en marcha? Catastro de narradores de la Sub 100, capacitaciones escénicas para adultos mayores, incentivos tributarios para empresas que los contraten, plataformas para vincular oferta con demanda y, sobre todo, estrategias de sensibilización para volver a escuchar a quienes tienen mucho que contar.

Porque, para un país que envejece, el futuro no debe configurarse con gente jubilada, sino con la oportunidad de que esas personas puedan asumir nuevos roles. No hay inteligencia artificial que pueda competir con la ternura de una historia bien contada por alguien que sobrevivió a la vida misma. Y vaya que en Chile, para muchos, esa vida ha sido extremadamente dura.

Lucio Cañete Arratia
Facultad Tecnológica
Universidad de Santiago de Chile

Compartir este artículo