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Persistencia del horror. Por Eduardo Leiva Pinto

Los registros que llegaban de Temuco el día 29 de octubre nos traían al presente un proceso nunca acabado. La imagen de la cabeza de Dagoberto Godoy en las manos de Caupolicán daba cuenta de la violencia fundante de nuestra sociedad, y cómo ella, enquistada en nuestra memoria, ha devenido en persistencia del horror. Chile Despertó y con él nuestra violencia de siglos, evidenciando una crítica profunda al proyecto civilizatorio occidental.

Violencias iniciales

Anselm Kiefer, uno de los artistas alemanes contemporáneos más connotados, expuso en Horror Vacui la huída de borrosas siluetas carentes de rostros e identidad, marcha que parece marcada por un destino fatal: el vacío. El artista logra la instalación de un discurso pictórico del horror echando mano a escenarios históricos muy concretos: campos de concentración, acciones bélicas, guerras mundiales y matanzas étnicas.

Así como Kiefer la acción pictórica de Oswaldo Guayasamín es también altamente expresiva. En Edad de la ira retratará toda una serie de cuerpos lacerados, de rostros desangrados, asfixiados por las costras que se endurecen pesadamente. La reyerta, el grito que sube hasta el ahogo, el sexo extirpado de cuajo, la pálida boca del suplicante. Lección de la vida efímera, testimonio de un duelo antiquísimo y de cadáveres insepultos. La Edad de la ira, epítome sádica de todo el sufrimiento del mundo; exordio de una distinta Divina Comedia; síntesis de aquel renacimiento que es la irrupción de los pueblos oprimidos en la escena mundial; momento previo a la Edad del Hombre .

Los discursos e imaginarios del horror en América Latina constituyen marcas muy presentes en nuestras conciencias y memorias. El actual ciclo de protestas sociales en Chile no es más que expresión de aquellas violencias iniciales, que actualizan su vigencia permanentemente y de múltiples maneras, reinvindicando a su vez un sinúmero de otros alzamientos que vivenció Latinoamérica en el derrotero de los procesos de Conquista, Colonización, y conformación de sus Estados nacionales. Así entre el estupor inicial y la actual asonada, distan siglos de la más brutal opresión, desigualdad social, desconocimiento y desvalorización política y cultural de las poblaciones indígenas y ladinas.

Primera imagen: Edad del horror

Saquean, queman, aniquilan todo lo que encuentran a su paso. Lo hacen en nombre de su Dios y de su Rey. Transformados en eficaces máquinas de asesinar, someter y humillar, los hidalgos de las avanzadas hispanas en América no verán más que su esplendor reflejado en el rostro deshecho de los otros. Un mundo nuevo, engendrado en la violencia y el caos, se funda ante los ojos atónitos de las sociedades indígenas.

Este acto de violencia fundacional permitirá a Europa pasar de ser, en el siglo XVI, el patio trasero de los sistemas interregionales vigentes a ser el centro del nuevo sistema-mundo, forjado a partir de la Conquista de América. El poder económico y político que logrará acumular Europa le acreditará para imponer su proyecto como proyecto universal. Lo europeo de ser una singularidad se convertirá en una universalidad, que desconocerá y segregará a otras singularidades. Este eurocentrismo, constituido a lo largo de un proceso que va del siglo XVI al XIX, marca, al mismo tiempo, el nacimiento de la modernidad: cogito ergo conquiro será pronunciado por los heraldos peninsulares dos siglos antes de cogito ergo sum. La declaración de Descartes será, entonces, el efecto y no la causa de un proceso de racionalización de la vida social, económica y política europea. El concepto de modernidad ha ocultado la permanencia de una realidad de dominación y dependencia colonial hacia los centros de poder.

Así con la empresa de la Conquista y la dominación colonial, toda la red de sentidos y significados primigenios será progresivamente desmantelada, quedando reducida a una trama agujereada o a ciudad asolada. Tal fue el impacto de aquella opresión que los pueblos se quedaron sin palabras para contarlo, asimilándolo con un pachakuti . De aquí en más Latinoamérica transitará por adaptaciones y múltiples intentos para reurdir su trama maltrecha o restablecer su orden devastado.

Segunda imagen: Edad de la ira

Los cuerpos se encontraban desnudos y escrofulosos. En un patio de selva o de altiplanicie los tenían encadenados para la aplicación de tormentos. El viento de espesura, de textura andina o desierto, silbaba por entre los instrumentos de tortura. Habían caído en una celada los descendientes de los primeros confusos y atormentados. Los descendientes de las sociedades del mar y de la selva, de los desiertos, los llanos, las pampas, y las montañas. Las voces muertas relataron entonces cómo los invasores defenestraron las habitaciones y las ciudades, cómo el fuego de sus armas calcinó linajes completos, cómo el olor de la sangre quemada convivía con ellos desde hace siglos.

No obstante el indígena pervivió a costa de un persistente –en ocasiones silente, en ocasiones expansivo- proceso de resistencia, lógica de rebeldía que, a modo de palimpsesto , no renunció a la búsqueda y construcción de una pluralidad de sentidos que le permitiera la sobrevivencia y el diseminar de su diversidad constituyente. Eximia estrategia de aprehensión, producción y reproducción de sentidos que posibilitará, a las sociedades originarias, la continuidad de su cultura, permitiendo, a su vez, hacer y concebir la historia, darle estatuto al acontecimiento, relacionarse con el tiempo y el espacio, conformar una memoria, un presente y un destino. En pocas palabras: les hará conscientes del papel que han desempeñado en el decurso de la violencia, en la epopeya del horror.

Tercera imagen: Continuum

En 1808 Napoleón Bonaparte invadió España y tomó cautivo a Fernando VII, poniendo en su lugar a José Bonaparte, iniciando así un proceso de inestabilidad institucional en la península y en América, que culminó con los desarrollos juntistas e independentistas de las colonias hispanoamericanas. Fenómenos como la adscripción al sistema capitalista o la imposición de sistemas de organización política de orden liberal, adoptarán dinámicas diferenciadas en razón de las sociedades en la que se implantarán dichos sistemas de ideas. La transición de un ordenamiento a otro no será tarea fácil. Las identidades étnicas y locales subsumidas en la propuesta homogeneizante liberal buscarán una y otra vez cauces de expresión. Violencias, caudillismos y autoritarismos patrocinarán la incorporación América Latina al sistema de relaciones del orden mundial.

Los novísimos Estado-Nación latinoamericanos reproducirán los modelos del periodo colonial excluyendo, oprimiendo y marginando a las poblaciones indígenas y locales. En su afán totalizador les impondrán sus sistemas de valores, degradarán su medio ambiente, se apropiarán de sus tierras y expoliarán sus recursos naturales. A las poblaciones indígenas y ladinas no se les convocará a ser parte de estas entelequias nacionales y, a lo sumo, se intentará su ‘integración’ como ‘minorías’; ‘minorías’ que, con el correr de los años y la puesta en marcha de procesos de instrucción moralizante y escolarizante, se esperaba, irían desapareciendo y/o adoptando los patrones culturales nacionales.

Los Estados se comportarán como formas altamente coercitivas que tenderán a inhibir la vigencia de cualquier unidad diferenciada dentro de su ámbito de control, haciendo siempre conflictiva la inserción de las poblaciones indígenas y locales a las formaciones estatales. Las comunidades étnicas y ladinas representarán entonces entidades riesgosas para la pretensión hegemónica estatal, y una crítica permanente al cuestionable par conceptual Estado-Nación. Todo lo que quede al alcance de dicha máquina hegemonizadora se conformará según los criterios de tal, toda alteridad será vivida como un agravio. De este modo, la frágil situación en la que se encontraban las sociedades indígenas y locales al término del régimen colonial, se verá agravada por todo aquel aparataje institucional montado por las nóveles repúblicas americanas, las que trabajarán denodadamente en pos de controlar y gestionar todo atisbo de alteridad que pudiese perturbar el orden liberal. Bajo este precepto muchos de los pueblos indígenas serán exterminados, y los que lograrán sobrevivir, o bien se les inducirá a su campesinización, o bien pasarán a engrosar los bolsones de pobreza de las periferias urbanas.

Cuarta imagen: La irrupción popular

A pesar de las políticas asimilacionistas y hegemonizantes emprendidas por los Estados nacionales latinoamericanos, las poblaciones indígenas y ladinas no cejaron en activar y reactualizar sus identidades y culturas. En todos los casos lo que se observa es, por una parte, una creciente generación de articulación y redes, potenciada por el surgimiento de una intelligentsia india y popular, entre diversas organizaciones en torno a un discurso que confronta al colonialismo interno -clasista, racista, xenófobo y patriarcal- y al Estado y su política económica globalizante neoliberal y, por otra, la celebración de variadas alianzas con partidos y movimientos populares que representan a las clases subalternas.

El poderoso cuestionamiento al orden social, político y económico se presentará estrechamente asociado a procesos de globalización y desarrollos de un capitalismo transnacional, que homogeneiza y amenaza los territorios, los recursos naturales y modos de vida. Debilita, a su vez, al Estado nacional al poner en riesgo su estructura y funcionamiento al incidir directamente en su autonomía y coherencia. Paradojalmente serán estos mismos procesos globalizadores los que permitirán a los colectivos populares e indígenas encontrar fisuras en las férreas estructuras Estado-nacionales, facilitando la difusión de sus ideas y reivindicaciones por canales de circulación de alcance mayor.

Cierre (provisorio)

En contra del susurro escalofriante y persistente del horror, e impulsadas por el ardor de aquel irremediable propósito que es la vida, las poblaciones indígenas, ladinas y siervas, constituyen y emprenden permanentemente nuevas relaciones con los seres y las cosas, reapropiándose, económica, política y simbólicamente de los referentes socioculturales nacionales y/o globales, posibilitando, de este modo, la creación de una respuesta alternativa ante la opresión y la negación de la dignidad de la vida, consustancial a la propuesta neoliberal.

La actual revuelta social en Chile expresa una suerte de tectónica del desasosiego, es decir, un movimiento intenso de distintas capas de la estratificación social nacional, que expone las frustraciones por muchos años acumuladas ante las expectativas planteadas por el modelo neoliberal, y la burocracia política.

Este desasosiego que manifiesta inquietud, exterioriza ansia y desvelo, y revela afán y anhelo, impugna muy fuertemente al sistema neoliberal y su oferta de integración social a través del consumo, en aquel escenario privilegiado de socialización que ha sido el mercado. Serán entonces los propios integrantes de las sociedades del consumo y el mercado las que pondrán en evidencia la fractura segregadora y precarizante que esta misma sociedad ha gestado. Y ello lo harán desde un lugar que parecía impensado hace años, meses o semanas atrás: desde la política, o más precisamente, desde un ejercicio de re-apropiación de la política. No sólo era un rechazo a la burocracia política lo que reflejaban las encuestas, antes que todo expresaban la necesidad de las poblaciones de incidir y participar en las decisiones que comprometen al común, dando cuenta de una segunda impugnación, en este caso a la democracia representativa. La vertiginosa dinámica del surgimiento de asambleas y/o cabildos autoconvocados, y la declaración que exponen, es prueba de ello: no cederemos voluntad de poder, o al menos la voluntad cedida no será plena y tendrá estándares más elevados de evaluación y responsabilidad.

El acuerdo al que arribó cierta parte de la clase política y que asistimos la madrugada del viernes 15 de noviembre, no entiende del todo esto; en sus salones no estuvieron presentes las poblaciones indígenas, ni las diversidades sexuales, ni los deudores de CAE, ni los sin casa, ni las temporeras agrícolas, ni las/os ancianos que mueren pobres en los suelos de los hospitales públicos, no estuvieron tampoco las mujeres y hombres haitianos maltratados por nuestra desidia; no estuvieron y no estarán. Sus salones de oropel no soportan el hedor popular y clarividente, el saber del hacer, de concebir el mundo ladrillo a ladrillo. Y porque no estarán en sus salones construirán un mundo nuevo fundado en las cenizas de las antiguas violencias. Sus rostros serán el memorial de los muertos de siglos, y reflejarán los anhelos de las/os antiguos y las/os presentes por una vida buena, digna y fraterna.

Desde los zapatistas a los movilizados de la ‘guerra del agua’, desde el Wallmapu al Tawantinsuyo, desde Bartolina Sisa a Lipschutz y desde ahí a Berta y Nicolasa Quintremán, Francisca Linconao, y Morales, todos cual filigranas de una memoria imbatible, médulas de otras trazas del mundo, ponen en evidencian la fatiga y obcecación de los procesos de homogeneización en la construcción de la nación, y muestran la existencia de una compleja combinación de distintos horizontes de memoria que conviven para dotar de sentidos y perspectivas a poblaciones históricamente oprimidas. Este sustrato histórico y político exige ser guía e iluminar cada momento del proceso constituyente que vivenciamos, y basamento fundamental de nuestra nueva constitución.

Eduardo Leiva Pinto es antropólogo, filósofo y periodista

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