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Piñera: la tercerización del capital. ¿Demonología o impunidad progresista? Por Mauro Salazar J. y Carlos del Valle R.

Sebastián Piñera Echenique, suele ser imputado desde el progresismo, el mundo laico y la ciudadanía en general, desde un cúmulo de antecedentes que lo retratan como un transgresor de toda “credencial democrática”. Un sujeto, cuyo historial, carece de toda virtud (areté). En el caso del economista es necesario subrayar, ante las dudas, algunos hitos estruendosos, donde las audiencias han perdido capacidad de asombro sobre cómo delimitar negocios y prácticas empresariales. Ello debe llevarnos a cuestionar a los “transitológos” que afirman que Piñera fue (in abstracto) el sepulturero de la distinción entre política y negocios. Conviene recordar que la bancarización de la vida cotidiana en Chile, hunde sus raíces hacia fines de los años 70’ (shock anti-fiscal). Nada nos conmina a cuestionar cómo el economista transgredió, aquí y allá, las fronteras vitales que separan la política de negocios. Todo indica que su paso (1976) por la Comisión Económica para América Latina (Cepal) como economista, no abrazaba senderos tomistas.

En efecto, ahí están los “buques insignias”. El Banco de Talca, el Caso Cascadas, Chispas, la colusión LAN Cargo, caso Penta, Bancorp, las triangulaciones en CHV que le significaron una tremenda plusvalía, los paraísos Fiscales, el Caso Exalmar, la minera Dominga, solo por citar los sucesos más bulliciosos. El currículum impío del empresario. Un licencioso accionista, inversor y especulador, forjado en Dictadura y legitimado bajo transición pactada.

Una materia aparte son sus travesuras con Ricardo Claro, en la constitución de Bancard -junto a Eugenio Mandiola-. Luego el beso de la muerte cuando traicionó nuevamente al dueño de Compañía Sud Americana, como gerente de otra empresa (1985), otorgando la licitación al grupo Luksic. Ya en 1978 había comenzado su admiración por las tarjetas (plastic money) cuando era gerente general del Banco CityCorp en Santiago. La compañía de asuntos legales del abogado Claro -cultor de un capitalismo vitivinícola y semi-industrial- siempre trabajó con la entidad dirigida por Piñera – management salvaje–. Según el mito, una mañana Piñera necesitaba la firma de Ricardo Claro para concretar un negocio y éste no respondió. En cólera fue hasta Nueva York a pedir personalmente la firma a John Reed, presidente del banco. El empresario, cuál Déjà vu, 1966, fundó el grupo económico “Los Pirañas”, Vial & Larraín. A poco andar quedó muy molesto y se sintió “pasado a llevar” por el economista de Harvard. Pero no fue allí cuando prometió vengar el agravio. Ello se consumó años más tarde, cuando The Godfather espero su momento (Piñeragate, 1992) pudo filtrar una grabación en un canal de su propiedad. En Megavisión, con la ayuda de una unidad del ejército, develó a un Piñera pandillero en una maniobra contra Evelyn Matthei. Y así, la bela máfia destruyó sus ambiciones presidenciales. Este suceso agravó la odiosidad que había generado dentro de la familia militar, como así mismo, extendió la duda elitaria -deseosa de frenar su codicia infinita- y revivió sus conatos con Sergio Onofre Jarpa. Dicho con ligereza, Ricardo Claro y Sebastián Piñera tenían distintas aproximaciones ideológicas con Berlusconi.

Cabe subrayar algunos hitos imborrables. Entre los años 1988 y 1990, Piñera comprendió velozmente que debía encabezar la campaña de Hernán Büchi y adelantar las primeras distancias -siempre difusas- con el régimen de Augusto Pinochet. Desde su estancia en EEUU, bajo la capitulación de Richard Nixon y la redemocratización de Jimmy Carter (1977-1981) en materia de DDHH, estaba al tanto que la ecuación de mercados libres -no igual al mundo de Caín- y las libertades americanas, sería un precedente que el atropello a los DD.HH, perpetrado por la dictadura chilena, le jugaría en contra a Pinochet. Más aún cuando el dictador había ordenado asesinar a Orlando Letelier y Rony Moffitt en Washington (1976).

Con todo, cabe subrayar su parentesco familiar, sus tertulias familiares de la vieja república, y las amplias ramificaciones en el mundo Demócrata Cristiano. El empresario “pro DC”, fue un protestante que abjuró de todo confesionario. Pero todo esto no es mera demonología, sino que también debe ser ponderado en los consensos manageriales y en las nuevas políticas del conocimiento (ethos, perfiles, y demografías empresariales que no responde aritméticamente al padrón oligárquico del XX).

De allí la monumental escenografía de la Democracia Cristiana en los rituales fúnebres, donde fue honrado como un “demócrata desde la primera hora” en funerales de Estado. Pero ello no es sólo el realismo de emergencia de Boric-Font, sino el cúmulo de trenzas con el mundo de la Concertación durante tres decenios sin prevención estatal. Antes ya sabíamos de su participación en el teatro Caupolicán, su voto por el No (1988) que implicaba el cese de la Dictadura, hasta acusar a su sector de “cómplices pasivos” (2010) manteniendo -a su manera- una distancia oscilante contra el régimen de Augusto Pinochet.

Al margen de su “affaire” con Eduardo Ruiz-Tagle hacia fines de los años 80’, los sucesos y la experiencia, le permitieron hacer una lectura estratégica y estructural que no puede ser desatendida. Una visión donde yacen convicciones modernizantes respecto al capitalismo popular de la Dictadura. Piñera, en su intuición y sagacidad, entendió rápidamente que la Senaduría y luego la Presidencia de la República, le costaría un tiempo largo en los años dorados de la DC. El diagnóstico burocrático fue certero y no resultaba draconiano. Al lado de las dinastías de aquellos años la espera era eterna como una jubilación en vida. Y no es menor nombrar el potencia de los elencos. En la época Patricio Aylwin -había domesticado a Ricardo Lagos- los Zaldívar, las familia Valdez, Genaro Arriagada, Juan Carlos Latorre, Juan Pablo Arrellano, Soledad Alvear, Gutenberg Martínez, Eduardo Pérez Yoma, Eduardo Aninat, Manuel Bustos, Jorge Burgos, Carmen Frei, Sergio Molina, las dinastías de Ximena Rincón, Ignacio Walker, Jaime Castillo Velasco, eran actores con diversos grados de incidencia. Ergo, la tarea era muy larga. Y, en segundo lugar, intuyó que el programa ideológico-cultural de la DC tenía límites demográficos -y no por pobrezas franciscanas-, sino porque el aval eclesiástico y cierta adicción por el Estado social, se debía someter al esmeril de la modernización y pasar la prueba de los accesos de la globalización. Su frenesí por las tarjetas es parte de un “fetiche epocal”. La racionalidad política que aplicó fue infranqueable. No se trata necesariamente de una virtud o un pillaje, aunque con dientes afilados, leyó muy a tiempo la cantidad de capillas y redes del mundo DC -que él conocía muy de cerca- donde no había tiempo, ni capacidad de gestión para desmantelar cúpulas. Más aún en un tiempo donde los códigos de las militancias aún se respetaban, era inevitable su adscripción a la nueva derecha, la llamada “patrulla juvenil”. De paso, Piñera entendió que la transición obligaba a establecer cohabitaciones opacas donde el mundo de la izquierda -autocomplacientes- harían del discurso de la democracia un recurso adaptativo. Por lo tanto, la relación entre política y dinero, sería parte de la racionalidad liberalizante -y no, de buenas o malas intenciones- que la coalición del arco iris debía administrar, al precio de repatriar a Pinochet de Londres a nombre de la salud transicional (Gobernabilidad). A poco andar (1994) más de un Ministro de Patricio Aylwin, ya era asesor de Julio Ponce Lerou. ¿Demonología?

En su estilo gestional, Piñera leyó los réditos darwinistas del mercados globalizante. En su condición de “apostador full time” y consciente de una vida breve, se abrió al campo de una derecha tibiamente liberal, abrazando un impulso modernizador que, al menos, tenía el swing de la economía social de mercado. En efecto, por largo tiempo fue objeto de dudas en el riñón del partido de Jaime Guzmán. Piñera jugó las fichas que le otorgaban mayor autonomía en la articulación entre política y negocios. Hoy una parte significativa de la izquierda institucional o ciudadana, no ha podido asimilar sus convicciones modernizantes, el eficientismo, y los intereses del personaje, so pena de que el progresismo participó de una serie de contubernios con el empresario.

Sin embargo, su despliegue empresarial, su capacidad de gestión en el campo de la especulación amerita un análisis aparte, pues aplicó sus cualidades de Brókeres adiestrado y supo leer en clave de especulación el coloso de acumulación infinita que representa el sistema de AFP y el cordón de intereses elitarios y devocionales en nuestro Senado-. Piñera en tanto gestor de los flujos de capital -también descontrolados- en su fase financiero-especulativa supo entender el “pool” de actores, vilezas, ambiciones y dispositivos promoviendo el golpe al romanticismo republicano.

En suma, en tanto vanguardia especulativa del capital, el empresario fue un lector avezado de la acumulación terciaria, capaz de entender con creatividad, olfato mamífero y arrojó, las dinámicas de la “renta infinita”. El coro concertacionista, cuál más cuál menos, leyó de entrada el guión modernizante de Piñera y gradualmente fueron haciendo gestos de sumisión a la pirámide del poder (AFP) invocando su relevancia en el PIB, en el mercado externo, y la necesidad de no desperdiciar la economía abierta. Por último, como negar los atropellos y los muertos durante la revuelta social. En el marco del año 2019, largó una frase salvaje, “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Luego vinieron los abusos intolerables -muertos y tuertos-, amén de un “demócrata desde la primera hora” (sic). Aun así, el debate no queda zanjado desde el relato de una izquierda anoréxica y sin retrato de futuro. Por fin, y sin mayores virtudes, gozó de funerales de Estado y fue reconocido como “el demócrata de primera hora” (sic). Un realismo tan salvaje solo es posible cuando el decadentismo de los años 90’ ya se había reconciliado con la acumulación de capital.

En suma, qué decir de las relaciones entre la transición chilena (neoliberal) y Sebastián Piñera, pues bien, “Cóncavo y Convexo”

Mauro Salazar J.
Carlos del Valle R.
Doctorado en Comunicación.
Universidad de la Frontera

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