Sebastián Piñera Echenique, suele ser retratado como un sujeto, cuyo historial de emprendedor carecería de toda virtud. Es necesario subrayar que las “audiencias infieles” -opinión pública- han perdido la capacidad de asombro sobre cómo delimitar la mediatización de los escándalos y la moribunda democracia. Con todo, en el funeral de Estado, Piñera recibió todo tipo de honores, reconocimientos de sus hazañas contra el chavismo y armisticios de parte de progresistas y partidos de centro. Desde el propio gobierno de Gabriel Boric-Font, vitoreaban su “vocación de consensos”. Ello debe llevarnos a mirar de reojos a los “transitológos” chilenos -progresismos neoliberales- que, junto con afirmar oportunistamente, que Piñera fue el sepulturero de la separación entre política y negocios, no perdieron el tiempo en los años 90’ y consagraron sus vidas a la gestión empresarial. En cambio, el PC ha sostenido una línea crítica hacia el economista que se agrava por su conformismo burocrático y pragmatología. Todo esto lleva a concluir al Partido de Recabarren que la verdad popular yace en las pifias de la “garra banca” en el Estadio Nacional -hace pocos días-. Allí, en esa escena de escenas, el mundo popular (pueblo puro) actuó como una partera de la verdad. En medio de la “biodegradación”, esto exuda intransigencia cognitiva y militancias sesgadas.
En efecto, ahí está el patrimonio viciado del economista formado en Harvard. Desde el Banco de Talca donde fue declarado prófugo de la justicia (1979) hasta sendas ganancias en los paraísos fiscales, solo por citar dos sucesos de un largo historial. El currículum impío del empresario Sebastián Piñera Echeñique. Un licencioso accionista, inversor y especulador, forjado en Dictadura y legitimado bajo “transición pactada” (1990-2011). Con todo, cabe subrayar su parentesco familiar con la democracia chilena antes de la Dictadura de Pinochet, las tertulias familiares sobre la vieja república, y las amplias ramificaciones que tenía en el mundo de la Democracia Cristiana chilena. El empresario “progre”, fue un protestante que abjuró de todo confesionario, conservador (integrista) o izquierdista. Pero todo esto no es mera demonología, sino que también debe ser ponderado en los consensos manageriales (revolución de la gestión).
De allí la glorificante escenografía el día de su entierro. En los rituales fúnebres, fue nombrado como un “demócrata desde la primera hora”, según palabras del actual Presidente chileno. Pero ello no fue sólo un “realismo de emergencia”, sino el cúmulo de trenzas y alianzas establecidas con el mundo de la Concertación durante tres decenios sin prevención estatal. Antes ya sabíamos de su participación en el teatro Caupolicán contra la Constitución Pinochetista de 1980. Piñera votó por el No (1988) que implicaba el cese de la Dictadura chilena. Hasta cuando en su calidad de Presidente (2013) acusó a su sector de “cómplices pasivos” en materias de DD.HH, manteniendo -a su manera- una distancia difusa contra el régimen de Augusto Pinochet.
Ya en 1989 Piñera, en su intuición y sagacidad, entendió rápidamente que la Senaduría y luego la Presidencia de la República, le costaría un tiempo largo en la cultura política chilena. El diagnóstico sobre las oligarquías falangistas fue certero y absolutamente predictivo sobre la promiscuidad del Chile neoliberal; Piñera, “apostador full time”, podía jugar en la “cuerda floja” cruzando el campo de la política y la gestión de riquezas, como quien sabe que luego de la depresión de los “salarios reales” la fase terciaria es el gran descubrimiento de Marx. Al lado de las dinastías políticas que se hicieron del poder bajo la post-dictadura, estaba la muerte de Tucapel Jiménez y las persecuciones a ciento de militantes. Habrían cien años de soledad si Piñera no movía posiciones. La familia (DC) que controlaba la democracia transicional, luego de la salida formal de Pinochet del poder. En la época Patricio Aylwin -había domesticado a Ricardo Lagos- los Zaldívar, la familia Valdés, Genaro Arriagada, Eduardo Frei Montalva entre muchos otros actores de la DC chilena, con diversos grados de incidencia. Ergo, la tarea era muy larga para hacer una carrera política sin apelar a las argucias de las empresas ficticias. En suma, el economista asumió que el programa ideológico-cultural de los partidos transicionales, tenía limitaciones demográficas, dado su conservadurismo eclesiástico y cierto favoritismo fiscal por el Estado social. Todo se debía someter al esmeril de la modernización (economía de servicios) y pasar la prueba de los accesos globalizantes. Su frenesí por las tarjetas de crédito (“plastic money”) es parte de un “fetiche epocal”. La racionalidad política que aplicó fue infranqueable. Con dientes afilados, y vocación de poder, leyó muy a tiempo la cantidad de capillas y redes de una cultura política transaccional -que él conocía muy de cerca- donde no tenía tiempo, ni capacidad de gestión para desmantelar las cúpulas que obstruirían su camino a la presidencia. El economista decidió suscribir a la nueva derecha, la llamada “patrulla juvenil” y los sueños de un bloque liberal y post-pinochetista. De paso, entendió como el mejor alumno que la transición chilena (1990) tendría que establecer “cohabitaciones opacas” entre civiles, políticos y militares, donde el mundo de la izquierda transicional, haría de la democracia un recurso adaptativo para una metodología de las privatizaciones. El programa de impunidad era inevitable. Cientos de militantes de izquierdas -adaptativas- hicieron fortunas bajo el cántico de los años del plomo dictatorial. Por lo tanto, la relación entre política y dinero, sería parte de la racionalidad liberalizante del proceso chileno. No aludimos a buenas o malas intenciones, sino a que la coalición del arco iris debía administrar e intensificar el neoliberalismo. La camaradería entre el piñerismo y la zona hegemónica de los partidos de la transición consumó una profecía vulgar.
El despliegue empresarial, su capacidad especulativa de gestionar riquezas en el campo financiero amerita un análisis aparte. Sus cualidades de Brókeres adiestrado le permitieron leer en clave de consumos el coloso de acumulación terciaria que representa el aparato financiero y el cordón de intereses elitarios y devocionales con el Senado del país trasandino. En suma, en tanto vanguardia especulativa de la Dictadura chilena, el empresario fue un agudo lector de la acumulación terciaria, capaz de entender con creatividad, olfato mamífero y arrojó, las dinámicas de la “renta infinita”. Por último, como negar los atropellos y los muertos durante la revuelta social chilena. En el marco del año 2019, Sebastián Piñera largó una frase salvaje, “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Luego vinieron los abusos intolerables -muertos y tuertos-. Y a la sazón, cómo negar, la aseveración del Presidente Boric-Font sobre Piñera el día de su fallecimiento: “fue un demócrata desde la primera hora” (sic). Luego de eso, y en solemne homenaje el Presidente estampó una piocha de bronce, “…Sebastián Piñera tuvo que afrontar momentos dolorosos y complejos para el país (…) abrió paso a una derecha democrática, liberal y abierta al diálogo por el bien de Chile”. Al final el Presidente Boric optó por la capitulación final y pragmáticamente sentenció, “durante su gobierno, las querellas y recriminaciones fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable”. Esto último convierte a la clase política chilena en un “manicomio lingüístico” y la derecha pinochetista cobrará toda la retórica al presidente de turno.
En suma, qué decir de las relaciones entre la transición chilena (neoliberal) y Sebastián Piñera, pues bien, “Cóncavo y Convexo”. Quizá podemos improvisar un retorno al Fausto de Goethe para iluminar nuestro atribulado presente: «Detente, eres tan bello».
Mauro Salazar J
Carlos del Valle
Doctorado en Comunicación.
Universidad de la Frontera