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Pirotecnia precaria. por Camilo Carrasco

Si de seguir la farsa gregoriana se trata, termina un año, el fenómeno “2019” que fue para todes, creo, un gran incendio. En la primera mitad de éste nuevo ciclo mapuche hemos visto la caída de las estructuras que conocíamos, de los símbolos otrora adorados por el poder, de las estatuas invasoras y de la credibilidad de los falsos líderes que pululaban nuestra tierra. La mentira comienza a desarmarse.

Y creo que es pertinente, en éste momento, tocar también la farsa de las “fiestas de fin de año”, ésta tradición católica impuesta a sangre y terror, que nos dicta que el veinticinco de diciembre hemos de sentarnos a festejar el nacimiento de un personaje de novela, y que seis días después, termina un ciclo temporal.

Sin embargo, nuestrxs ancestrxs llevan siglos celebrando ésta renovación en invierno, pues el agua renueva, dígame usted, que puede renovarse a treintaycinco grados de calor? El fuego no renueva, el fuego destruye. Y éste verano, es lo que más veremos, al parecer.

El fuego comenzó en octubre, desafiando el ordenamiento de las ciudades, el tránsito de las máquinas que rellenan mediocremente los espacios que antes habitaron las bestias y los dioses.

Y pasa que si alguna vez te acercas a los humanos, preparate para confundirte, pues no hay, definitivamente, lógica en su comportamiento.

Hemos destruido nuestro hogar, hemos incendiado la basura que produce nuestro consumo para que los residuos gaseosos sean aspirados por las aves, a quienes hemos cortado todo el tránsito con nuestros edificios y antenas. Hemos habitado en guerra, hemos habitado en violencia, nosotres y los entes humanoides con exoesqueleto verde oliva, hemos hecho aún más hostil nuestra vida.

Hemos olvidado, así, el amor que enseña la naturaleza, la convivencia que enseña el bosque, la contemplación que enseñan les gates y la hermandad de les perres. Les hemos desterrado de las plazas, ahora cubiertas de polvo tóxico y de pisadas de botas paramilitares.

Y en ésta celebración ilegitima nos disponemos a la guerra, desafiamos a los hombres armados buscando retomar de sus manos ensangrentadas las plazas que nunca nos pertenecieron y que quisimos tomar por allá por la primavera.

Como si no fuesen suficientes las detonaciones de cada diciembre, como si el olor a pólvora ritual de cada cambio de año bancario no fuese suficiente odio a través de nuestras narices, jugamos a esquivar balines y a oler gases tóxicos como una señora fumadora. Hemos oído disparos por tres meses ya, hemos saboreado la sangre y el terror por un trimestre, casi, y ahora, en ésta burda farsa, un año más, cometemos el crímen terrorista tradicional contra las otras especies, que más da? Que les duelan los oídos, que sufran fantasías de muerte, que sus corazones exploten sin entender que es aquello que resuena en el cielo, que ilumina cuando el sol está durmiendo. Le disparamos a lxs dioses, como si no fuese suficiente sufrimiento que vean como inyectamos a la tierra para extraerle su sangre, como encerramos a los ríos para iluminar nuestros living-comedores con luces plásticas de elaboración oriental esclavizada y de material plástico eterno invasivo. Hacemos explotar los tubos importados, rellenos de papel plástico eterno invasivo de colores irreales para celebrar, una noche, que nuestra miserable existencia se renueva en el intacto capitalismo patriarcal, en la resaca del ritual autodestructivo de evasión de la tristeza colectiva, de gasto ostentoso, de festín especista de cuerpos animales putrefactos en nuestras mesas, adornados con vegetales frutos de la explotación de horticultores precarizados y amenizados con pseudoambrosías tóxicas que sueltan las caderas y las gargantas para reír, de nosotres, postmonxs incapaces de bailar y reir un día martes cualquiera.

Disparamos a los cielos bengalas rojas pues no vemos el rojo de nuestras pieles irritadas de tanto abrazarnos y besarnos, incapaces de hacerlo si no es por consumo de cuerpxs ilegitimados en el egoísmo. Disparamos a los cielos luces, incapaces de contemplar las estrellas, miopes de tanta luz artificial que cubre con sus abanicos industriales a las luces que cobijaron hace siglos a quienes corrían por ésta tierra, antes de que nosotres corrieramos escapando de la luma del Estado. Contamos las frutas que entran a nuestras bocas, farsantes, sin concientizar nuestro consumo el resto del año, y nos abrazamos, obligades, incapaces de hacerlo otro martes cualquiera.

Nos sentamos a la mesa viéndonos bien, pues el resto de año nuestra apariencia estará dictada por la explotación del trabajo, como nuestro tiempo, que hará de nuestras mesas escritorios, bandejas, repisas, veladores, cualquier cosa menos mesas, menos círculos donde sentarse con los ojos a la misma altura, con la soltura del tiempo a nuestra disposición, para deglutir en paz, para comer en colectivo.

Y allí, esperamos que algún dispositivo audiovisual nos diga cuando es el momento, el momento de ponerse de pié, de tomar las maletas que no han salido jamás de la casa, para correr alrededor de la cuadra, impotentes de no poder escapar de ella para siempre. De comer lentejas, para variar nuestra dieta carnívora que no concibe un plato de comida si nadie muerto está en él. De pararse sobre una silla, sin tener la costumbre de hacerlo ante la indignación de la violencia que oíamos en las mesas, cuando las mesas eran mesas y se usaban para comer en colectivo, cuando en ellas estábamos. O de hacerlo frente a un grupo de personas para dar la opinión e invitar a hacer lo mismo. La triste tradición del fuego recreativo es hoy más falto de respeto que nunca, con incendios gigantescos en Australia y varios gérmenes de destrucción en nuestro país.

El maltrato a los oídos felinos y caninos es más irrespetuoso que nunca, ya aterradxs hace décadas por las máquinas con ruedas, y hace semanas intoxicadxs con los gases cancerígenos de las policías.

Greta Thunberg ya nos advirtió, estamos al borde de la extinción masiva, de la nuestra, ya no de otras especies que poco nos importaron por no ser de consumo.

No tendremos tiempo para resolverlo si gastamos nuestro tiempo expulsando a las aves de nuestros barrios con pirotecnia precaria.

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