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Pobreza y violencia social, una mezcla indeleble del Neoliberalismo. Por Carlos Fernández Jopia

Abordar el tema de la pobreza y su relación con la violencia social, no debe de darse solo en el prisma académico o bajo el paradigma de la comprensión. Más bien se vuelve una necesidad ética el explorarlo con la visión de superarla. La pobreza en esta sociedad no aparece entonces como artilugio de magia o como mecanismo particular del azar, sino mas bien aparece como consecuencia de políticas públicas herradas en ocasiones o, acertadas, en el caso de las políticas que buscan una inequitativa distribución de los ingresos, como lo es en el sistema neoliberal, eufemismo de lo que se podría llamar perfectamente, capitalismo salvaje.

Este asentamiento neoliberal en la economía, trajo consigo respuestas matizadas referente a las preguntas básicas de la ciencia económica, lease ¿Qué producir?, ¿Cómo producir? Y ¿Para quién producir? Lo que desprendió subproductos como; la Pobreza, la delincuencia, la inseguridad, etc. Si nos aventuramos a generar un mecanismo de investigación como el método Hipotético-deductivo, diremos que la pobreza mantiene un lazo indeleble con la violencia “Las áreas altamente urbanizadas y más pobres de las ciudades presentan los más altos riesgos de homicidio, y las tasas de homicidio pueden ser varias veces más altas en las áreas de bajos ingresos que el resto de la ciudad.” Si aplicamos la cita anterior en cualquier ciudad de Chile podemos ver que existe una relación directa entre los sectores más vulnerados y la violencia en sus calles.

Constatado el hecho, nos queda responder ¿Qué produce esa relación? Una primera respuesta ensayada nos encamina a una visión consensuada por muchos, la desigualdad. La desigualdad social y la privación, es la más clara forma de una violencia estructural que desata coyunturas sociales desmedidas. En la medida que se siga generando la ecuación de; vulnerazación de los derechos de los más pobres v/s incremento en la condición de vida de los más ricos, se seguirá aumentando el nivel de conflictos social, crimen, violencia, etc. Esta ecuación se vuelve, en la visión de la ciencia social, prácticamente un axioma.

Si la desigualdad genera violencia -como creo yo que es- hay que ver de qué forma el Estado de Chile contribuye a combatir dicha violencia o a controlar dicha desigualdad. “Es habitual que Chile se mueva en los primeros veinte lugares del mundo a la hora de aquellos países que destacan por su desigualdad económica. Esta cifra se ha tornado normal luego de su constante denuncia y con esa normalidad se ha ganado espacio de tolerancia para ella” Con la instalación del neoliberalismo, o del capitalismo salvaje, el Estado se aleja del rol social y adquiere la misión de reproducir políticas públicas asistencialistas repetidas hasta el día de hoy, profundizando aun mas las desigualdades. ¿Quién no compró a alguna familia en situación de vulneración de sus derechos, una leche que el propio consultorio le entregó?, ¿Quién no supo de alguna señora que vendió su horno adquirido con un programa fosis? ¿Alguien sabe de alguna estadística o de algún caso de una persona que haya logrado salir de la pobreza con algún programa del fondo de solidaridad e inversión social? El Estado se dedicó a combatir la violencia, no a través del control de las desigualdades sociales, sino mas bien desde el punto de su génesis, ósea; El orden sobre el caos. Y fue así como reprimió, con sentido de Estado, a todo quien demandara educación, vivienda, salud, trabajo, etc.

El control de la coacción es de exclusiva responsabilidad del Estado, por lo que sus fuerzas armadas y de orden constituyen uno de sus principales eslabones, si es que no el principal. Pero valga entonces una pregunta ¿Quiénes pueden ingresar a formar parte de ese eslabón que engruesa la figura del Estado? ¿Podrá hacerlo una persona que durante toda su vida se le han vulnerado sus derechos? ¿Podrán hacerlo miles de jóvenes que no tuvieron la oportunidad de estudiar porque el propio Estado no le garantizó la educación? Qué pasaría si estos miles de jóvenes, abandonados por el Estado, decidieran manifestarse en las calles en contra de lo que a todas luces es correcto. No cabe duda que el Estado aplicaría su directriz mencionada anteriormente; la tendencia del orden por sobre el caos. Y esa tendencia fue la que comprometió a erradicar la violencia, no primando el criterio de atacar la desigualdad. ¿Con que fin? Con el fin de seguir manteniendo el control social y el auto convencimiento de la sociedad, pues hasta las familias vulneradas en dignidad y derecho consideran valido el discurso del Estado como necesario para desarrollar su rutina. A fuera hay un caos… el Estado nos ordena.

De lo que se trata entonces es de preguntarse ¿Qué Estado y para qué sociedad queremos ese Estado? Pues mientras se mantenga la figura del Estado dominante como figura reguladora principal de nuestras vidas, -y que arrastramos desde hace más de doscientos años-, se seguirán reproduciendo las desigualdades, la violencia social y la pobreza, valga la redundancia.

Carlos Fernández Jopia
Magister en Ciencias Sociales _ Doctor© en Procesos Sociales y Políticos Latinoamericanos

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