Ya han pasado 50 años desde aquel quiebre institucional, una ruptura que pesa y por supuesto marca, una que todavía se siente. Una especie de permanente e inagotable pena y congoja que trasciende. Ya que, si pensamos detenidamente, esas voces que fueron calladas o silenciadas por la fuerza del fusil nunca más podrán volver a gritar, esos besos que nunca más se pudieron dar y recibir. O el simple almuerzo familiar que nunca volvió a ser igual.
Entiendo que ese dolor, pena y llanto no lo conoce aquel que lo justifica en la actualidad, ese que sin pelos en la lengua habla de la barbarie y el espanto con tanta propiedad. O aquel que lo venera fuertemente como su máximo logro e inclusive, esa personita que lo vanagloria en la actualidad con tanta cobardía y charlatanería sin contemplación por el otro. Ese otro que sufrió, sufre y seguirá sufriendo pese al paso intratable del tiempo (Sontag, 2004).
Debe quedar claro que PINOCHET es un asesino maldito, uno sin parangón en la historia de Chile, un traidor, un desalmado, y aún más, creo que lo son sus secuaces, quienes, escudados en sus trajes de gabardina, en su poder y sus lentes característicos, sembraron el dolor, la pena y la rabia en un pueblo.
Ténganlo por seguro que la historia los condenará, dará su veredicto y será implacable frente a esa ignominia atroz del 11 de septiembre negro. Por eso es nuestro deber recordar que, aunque se vistan como blancas palomas, son ellos, esos mismos que nos trataban hace pocos años como alienígenas, ellos que nos expulsaron hacia los arrabales, esos mismos que desconocían la miseria urbana en pandemia. Esos mismitos que solo se mueven por conveniencia. Y, que, en definitiva, siguen tiñendo de injusticias nuestros diversos territorios de esta larga franja de tierra.
Verdaderamente, no me asombra su carácter impío y su poca empatía con este suceso histórico. Puesto que a pesar de que ya han pasado cinco décadas de violencia, casi 600 meses de desgarro en nuestra sociedad, todavía siguen defendiendo aquellos atroces sucesos de la dictadura "GORILA" de Pinochet y sus secuaces.
De este modo, nuestro ejercicio de memoria consiste en recordar, rememorar y gritar al cielo que nunca más. Como un ejercicio de permanencia y trascendencia.
Y claro que esto “es por ti, por mí y por todos aquellos que no pueden gritar”, ya que fueron asesinados, torturados, secuestrados permanentemente por el Estado, mutilados, exiliados, y que necesariamente debemos recordar hasta que la justicia sea justa con quienes lo perdieron todo ese 11 de septiembre imborrable en nuestra memoria.
Que estas palabras se conviertan en un grito y que ese grito, cale en los corazones de quienes sentimos que ese momento de quiebre institucional como algo permanente y que no terminara por más mentiras, aberraciones y faltas graves a la verdad pregonen en sus medios de difusión esos que fueron cómplices y seguirán bajo ese paragua de la infamia histórica. Sigan sabiendo que las alamedas serán libres y que más temprano que tarde llegará la oportunidad de que sus palabras sucumban ante las nuestras.
Bibliografía Sontag, S. (2004). Ante el dolor de los demás. Madrid: Santillana Ediciones.
El autor es profesor de Historia y Ciencias Sociales, Magíster en Geografía de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Doctor(c) del Programa de Doctorado en Geografía del Instituto de Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile. Financiamiento: ANID DOCTORADO NACIONAL 2022-661370. Correo: fslizana@uc.cl