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¿Por qué seguimos votando por políticos corruptos?: algunas (tentativas) respuestas desde la ciencia. Por Lucio Cañete Arratia

Asumiendo que los políticos corruptos merecen ser castigados con la negación del voto por los electores, llama la atención que en Chile varios de ellos son mantenidos en sus puestos de elección popular por medio de las libres preferencias que la ciudadanía marca en las urnas. Tal vez una gran parte de los electores desconoce la sórdida trayectoria de su candidato favorito o conociéndola, tiende a atenuar los efectos de sus actos corruptos. Quizás votan por un sinvergüenza porque piensan que en varios otros aspectos él tendrá un buen desempeño para el desarrollo del país, aun cuando robe. Acaso se le da el voto a un corrupto porque él es de la tendencia política de muchos electores, perdonándosele su falta de probidad por el mero hecho de pertenecer al mismo grupo ideológico.

Consternada suele quedar una pequeña fracción de la sociedad chilena cuando una vez terminados los escrutinios, se constata que resultan electos personas que adquirieron notoriedad por haber protagonizado actos de corrupción o por integrar una colectividad política donde sus miembros realizaron impunemente prácticas reñidas con la probidad o por haber sido cómplices de sobornos, cohechos, malversación de fondos u otras acciones de abuso de poder. En efecto, una lógica simple indica que tales individuos debieron ser castigados por su reprobable comportamiento, sin embargo los fríos resultados cuantitativos en el recuento de votos indican lo contrario; una y otra vez. Ante la interrogante del por qué ocurre este fenómeno que nunca deja de sorprender a una pequeña parte de la ciudadanía, la respuesta espontánea apunta a cierta irracionalidad del electorado; la que se debilita ante las tres siguientes hipótesis.

Sí, es corrupto, pero no tanto.

La primera hipótesis establece que el grueso de los votantes carece de “conciencia política”. En términos prácticos la explicación va por el lado de la ignorancia en cuanto a que una parte importante de los electores desconoce el sistema político de Chile, no tiene claro el rol de las instituciones ni sabe de la función que su candidato favorito ha tenido en este entramado. Es decir, parte del electorado conoce los males de la corrupción pero no identifica con nitidez la participación en ella de su candidato predilecto; y cuando la llega a determinar, el difuso seguimiento de las relaciones causa-efecto hacen que la responsabilidad que le cabe al corrupto se atenúe.

Sí, es corrupto, pero hace bien el resto de su trabajo.

Una segunda hipótesis indica que un comportamiento corrupto en un político con experiencia va ligado a un aceptable rendimiento de él en el ámbito económico y en otros. Esta postura es conocida como “trade-off” donde muchas personas están dispuestas a votar por un corrupto porque este a la larga tomará buenas decisiones para el desarrollo de Chile que repercutirán favorablemente en las familias. Es decir, una gran cantidad de electores pondera el aspecto negativo que porta el corrupto con todos aspectos positivos que el mismo posee, resultando un balance neto a favor del político; haciéndose así merecedor del voto.

Sí, es corrupto, pero es mí corrupto.

La tercera hipótesis considera que la gente siente cierta predilección por sus correligionarios, a pesar de que ellos sean corruptos. Aquí emerge con toda su fuerza el sentido de pertenencia a un grupo humano, siendo más conspicua la membresía formal o informal a un colectivo político. Es decir, el corrupto aun cuando exponga esa detestable cualidad, se gana el voto de muchos electores cuando éstos tienen una comunión ideológica con él.

Al ser estas tres hipótesis no mutuamente excluyentes, se puede dar el caso en Chile que los electores se comporten de acuerdo a cualquier combinación de ellas, emergiendo la legítima pregunta si éstas se corroboran: ¿ Cómo evitar que los políticos sigan llegando a los puestos de poder gracias a la elección libre y soberana del pueblo ? Si se trata de la primera hipótesis, aquella que establece que el político es corrupto pero no tanto, la tarea es bastante difícil pues se requiera de densas campañas de información hacia un electorado sobre el cual pesa una arraigada dosis de ignorancia. Si se trata de la segunda hipótesis, aquella que indica que el corrupto a pesar de serlo tiene un buen desempeño en diversas áreas de su trabajo, basta con demostrar que los costos de la corrupción están subdimensionados y que éstos superan con creces a los supuestos beneficios que acarrea el político carente de probidad. Finalmente si se trata de la tercera hipótesis, aquella donde se premia con el voto tan solo por compartir ideologías, es necesario relevar que al votar por un corrupto también se está premiando una idea de sociedad que no se comparte y que por ende los votantes deben desprenderse de quien la practique.

Lucio Cañete Arratia
 lucio.canete@usach.cl
Departamento de Tecnologías Industriales
Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile

El contenido de esta columna de opinión no representa necesariamente la postura de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile.

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