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Posibilidad de verdades, consentimientos y formas de vidas en este otro Chile. Por Mariana Valdebenito Mac Farlane

La cuestión de la verdad tiene larga data en la tradición filosófica occidental. Ha sido problemática en tanto a ella se hace frente al dar cuenta de la realidad comprometedora, arrastrando una serie de discursos y prácticas vitales. Entonces, dicha cuestión debe desacomodarse, salir de su puesto metafórico-metafísico y de su kantiana distancia para poder mediar entre las pragmáticas múltiples del ahora, en este caso, con el estallido de una crisis social que enfrenta nuestro país: un acontecer político sin precedentes.

La cuestión de la verdad en el marco de la crisis social chilena, se la juega no tildando de falsas las formas de vida consentidas por los y las otro en el paso de estas décadas, sino que dando cuenta de cierta escisión con la misma. Esta problemática que se ha dado en el transcurso de estas jornadas, y que se viene gestando desde una serie de descontentos en todas las décadas que suceden a la transición desde la dictadura, surge para ser discutida y adherida ¡¿cuándo antes tuvimos tiempo para decidir cómo queríamos vivir?!

Las formas de vida a las que se tuvieron que adaptar la mayoría de los que habitan estas tierras, están marcadas por un fuerte énfasis neoliberal que logró economizarlas y tecnocratizarlas hasta en los aspectos más íntimos.

Resistir, en este contexto, viene a significar no entrar en los márgenes de estos poderosos juegos, dentro de los límites de lo posible, en cada uno de los sujetos. Resistir, entonces, viene a ser negación de lo impuesto en el cotidiano y afirmación de las formas de vida desde afuera, marginalmente posibles.

Resistir se transforma en el ejercicio de prácticas como no ir al supermercado por algunos productos (ya sea porque los cultivo en casa o porque los obtengo de otra forma), o no numerar y estandarizar nuestra vida sexual e íntima, solo por dar algunos ejemplos. Pero la resistencia ronda peligrosamente con los márgenes de cambios políticos reales, cambios que posean la capacidad de generar formas de vida digna y que no se pueden quedar tan sólo como prácticas lejanas, dirigidas a solo algunos iluminados que pueden ejercerlas por ciertas condiciones de privilegio a su favor.

Ahora ¿es posible hablar de prácticas resistentes, en este contexto neoliberal, que vendrían a ser “las verdaderas”, frente a “las falsas” de todas y todos aquellos que no le hacen frente a la norma?

Las verdades son en un ejercicio del ahora, se legitiman y contextualizan desde ese topos, y es por eso que no existen verdades y falsedades absolutas, sino que formas de verdad, regímenes de verdad, que otorgan mayor o menos dignidad a las y los sujetos. Hablar de formas de vida resistentes y de formas de vida en la norma, sugiere el agón entre dos regímenes de verdad, no sobre vidas verdaderamente auténticas y otras falsas, productos de cierta ilusión.

Se debe entender que hay una ruptura en consentimiento de los sujetos que siguen su vida dentro de los parámetros de la normalidad neoliberalizada (la paz de la que nos habla el gobierno y algunos desde el oficialismo). Dicha ruptura va marcada por la esta exigencia de dignidad que permea a la protesta y movilización.

Asistimos al quiebre visible de aquella racionalidad que nos gobierna. Y digo visible porque se hace a la luz de los medios, por medio del hablar y las acciones del mundo popular y por quienes siempre fueron privilegiados, pero hay quienes sabían que esto venía desde antes, las y los siempre invisibilizados: mujeres, disidencia, poblaciones racializadas, migrantes, pueblos indígenas, pobres, niñas y niños del SENAME, etc. que ya viven en todas sus experiencias vitales los dejos del sistema y la persecución de los aparatos del estado si se niegan a ella.

Y frente a esto ¿cuál es el rol que cumple el Estado en esta ruptura del consentimiento en la sociedad civil? Parece ser que en lo obvio es lo privado quien lleva la bandera neoliberal, pero así no va el asunto.

Basta recordar el caso de Camilo Catrillanca o en la impunidad con la que se tiende a mover la sistemática violencia contra las mujeres evidenciadas con fuerzas en las movilizaciones de 2018; la falta de credibilidad para tratar en lo público dichos casos, dan muestra que, en efecto y como bien canta (entre metáfora y acierto) el colectivo Las Tesis, “el estado opresor es un macho violador”.

El estado chileno a dejado en el desamparo de un sistema deshumanizado a su población no solo no interfiriendo, sino que, siendo parte y cómplice de los abusos cometidos por una serie de actores a su amparo. Y muchos recién se están dando cuenta de lo que hace bastantes muchas y muchos ya vivenciaban: no estaban formando parte del régimen de verdad que se instauró con tanto éxito. No éramos y no somos parte de esa verdad promete la formula del éxito que generalmente no se cumple. Éramos el cimiento sobre el cual los privilegiados construían.

Hay que entender que las formas consentidas en la que los sujetos de este territorio parecían desarrollar sus existencias no obedecen a un consentimiento libre, sino que más bien forzoso, y quizás estalló hasta ahora porque muchos de los que no se sentían no afectos a estas formas de la verdad, eventualmente lo terminaron siendo. Basta mirar las calles de nuestras ciudades para ver la “UBERización” laboral.

Las verdades neoliberalizadas (sus discursos, lenguajes, promesas y cotidiana permeabilidad) terminaron por fracturar el tipo de sociedad que se construyó con la que realmente los y las sujetos marginados quieren construir: una sociedad digna, y la pugna está frente a quienes se acomodaron, la hicieron suya y pactaron las verdades del caso neoliberal chileno.

—  Mariana Valdebenito Mac Farlane es profesora de Filosofía y Licenciada en Educación, PUCV
Magíster (c) en Filosofía Política, USACH

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