Me quedo con esa deuda que no deja de tensarme, la de pensarnos como mujeres diversas, como movimientos feministas que engloban distintas demandas y que se piensan siempre en la vinculación del territorio que habitamos. Este 8M con una maravillosa convocatoria a nivel nacional, ha relevado la importancia de re-conocernos diversas, proceso que lleva a transformar la categoría mujeres hegemónica y que nos invita a pensar otras agendas que tienen completa relación con la precariedad y la sostenibilidad de la vida. Algunas se acogen a la interseccionalidad, otras piensan las diversas formas de opresión y dominación como entramados que son indisolubles en la imbricación clase, género y raza.
En la pregunta que ya se hacía Butler ¿Qué vidas importan? Y ¿En qué condiciones esas vidas pueden ser vividas? Pienso en el trabajo de campo que he desplegado junto a mujeres temporeras agrícolas migrantes en San Felipe, Región de Valparaíso durante el 2024 y el 2025. Sus vidas entrecruzadas por la crisis de la vivienda y la constante amenaza del desalojo en la toma Yevide, las condiciones de precariedad laboral que forman parte de un modelo neoliberal en el agro, que no solo tensa sus corporalidades sino también los territorios. Problemas de acceso a agua, distribución de agua, incremento de monocultivos para exportación, disminución de la agricultura familiar agrícola y la feminización de la mano de obra asalariada.
No es casualidad que sean mujeres migrantes de países como Bolivia, Haití y Colombia las que realizan el trabajo como temporeras en los diversos ciclos de la fruta y la hortaliza. Sus vidas entrecruzadas por patrones de violencia dan cuenta de las jerarquizaciones de la diferencia sexual y el impacto de la clase social y la raza. Son estos cuerpos racializados los que están expuestos a largas jornadas de trabajo, a condiciones de trabajo informales que las sitúan a riesgos y accidentes laborales. Donde la condición migratoria marca el devenir de la ganancia propia del mercado mediante la plusvalía que se genera del trabajo de las mujeres migrantes irregulares en el sistema agroexportador. Como establecen las corrientes de la economía feminista la imbricación propia entre patriarcado, capitalismo y colonialismo.
Sus condiciones de vida dan cuenta de la marginalidad y la precarización, la ganancia de unos a costa del sacrificio de otros. En este caso mujeres que han pagado por una casa en un campamento y que se ven enfrentadas a las amenazas constantes del desalojo, el pago de 500 pesos el barril para la cosecha de mandarinas, dinero que luego administran para pagar por cuidado, porque sus hijos e hijas quedan solos durante horas debido a sus jornadas laborales. Veo, siento y me afecta la frontera que marca la línea entre el campamento y la ciudad, los buses escolares, los transportes de las empresas del agro que las y los esperan afuera. Un afuera que marca la valorización de sus vidas, unas que hoy están al servicio de un sistema económico y social que reproduce las desigualdades de género bajo formas de control y dominación que también nos invitan a entender el complejo mosaico de la identidad “mujeres”.
Francisca Rodó- Investigadora Postdoctoral Centro CIELO, Universidad Santo Tomás
