La reciente invitación extendida por el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva al Presidente Gabriel Boric para participar en calidad de invitado a la próxima cumbre del BRICS + -a celebrarse el próximo 6 y 7 de julio en Rio de Janeiro-, ha generado un inusual debate en Chile y se ha extendido incluso a profesionales con reconocida experiencia en materia de política exterior. Si bien algunas de las inquietudes pueden ser legítimas, hay algunos elementos que vale la pena repasar.
Chile es un país soberano, y como tal, no tiene por qué temer asistir soberanamente, en calidad de país invitado, a un foro de semejante gravitación económica internacional. Chile tiene una larga trayectoria de política exterior autónoma, y goza de una conocida y respetada reputación mundial, en la cual ha primado en todo momento su inclinación por el multilateralismo, el respeto a la legalidad internacional, la apertura de su economía y la promoción de relaciones en igualdad de condiciones con todos los países del mundo.
Por cierto, a lo largo de su bicentenaria historia republicana, Chile ha participado virtualmente en todas las principales iniciativas plurilaterales de la historia contemporánea, donde ha tenido una destacada y pionera participación como un activo promotor de relaciones internacionales justas y equitativas. Lo hizo a través de su participación en los tres foros de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, tal como lo ha hecho con su activo rol fundador, en muchos casos, de organizaciones como Naciones Unidas, CELAC, Mercosur, CEPAL, la OCDE o la UNCTAD.
Chile ha participado en la inmensa mayoría de las iniciativas de innegable arquitectura occidental (principalmente, las herederas de los acuerdos de Bretton Woods, de 1944), siendo una economía en desarrollo localizada en el Sur Global, y ha cimentado su estatus de país serio, confiable, creíble y comprometido con un orden mundial basado en normas establecidas de común acuerdo y respetadas por todos los actores.
Asimismo, es innegable que el orden internacional, tal como lo hemos conocido tradicionalmente, está viviendo un profundo momento de transición, en el que emergen sólidamente varias economías emergentes, muchas de ellas de una crucial relevancia estratégica y comercial para Chile, principalmente en el continente asiático. Teniendo Chile una importante relación amistosa con estos países, además de una fundamental participación de éstos en la estructura exportadora de nuestro país, es del máximo interés nacional seguir cultivando estas relaciones en forma armónica y equilibrada, ya sea de manera bilateral o concertada.
Chile es un país, reiteramos, soberano e independiente, y puede, por lo tanto, asistir como invitado y observador a la cumbre de los BRICS, a realizarse en Brasil, como a cualquier otra, y decidir cuánto y de qué manera involucrarse con las economías más importantes del Sur Global.
No asistir podría ser considerado como un gesto inamistoso hacia Brasil, uno de nuestros socios y amigos estratégicos más importantes de la región, como también hacia las principales economías del Sur Global. Ausentarse, asimismo, sólo por el hecho de que terceros países, por poderosos que sean, se sientan incómodos con nuestra asistencia al BRICS, sugeriría que Chile no toma decisiones plenamente ajustadas a la defensa de sus principios e intereses, y estaría arriesgando con ello su posición de pionero en la actual recalibración de fuerzas del orden internacional.
Los BRICS +, con sus socios originales -Brasil, Rusia, China, India -a los que se han sumado en años posteriores Sudáfrica, Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán y Etiopía -, representan fielmente el espíritu actualizado de la Conferencia de Bandung, de 1955, convocada por Nehru y Sukarno, que es el respeto a la soberanía e integridad territorial, la no agresión, la no interferencia en asuntos internos, igualdad y beneficio mutuo, y la coexistencia pacífica. Nada que esté en abierta contradicción con los principios basales de la política exterior de Chile.
Asistir a la cumbre de Río de por sí no tiene por qué representar menoscabo a los intereses nacionales, sino que, al contrario, brinda a Chile una privilegiada plataforma para interactuar con importantes economías en ascenso del mundo, y no implica ningún compromiso a priori con bloques de carácter geopolítico, como indican algunas voces de alerta al respecto que se escuchan en estos días.
El presidente Boric hace, a nuestro juicio, lo correcto al aceptar la invitación a participar de esta cumbre, y será desde este escenario, y no desde los debates en la prensa o en las redes sociales, a partir del cual Chile podrá evaluar libre y autónomamente si le es conveniente unirse a este club. Y en caso de que así fuera, cómo y en qué condiciones.
Por último, no está de más traer a colación datos empíricos que conviene recordar: según estimaciones recientes, los BRICS+ concentran entre un 37 y un 40% del PIB mundial (medido de acuerdo con el índice de paridad de poder adquisitivo, PPA), y en términos nominales también supera un tercio del producto bruto total del planeta (FMI, 2024). Con la incorporación de sus nuevos miembros, el grupo responde, además, por el 45% de la población mundial y controla recursos clave (petróleo, gas natural, tierras raras y minerales estratégicos).
Finalmente, y no menos importante, se estima que aproximadamente entre un 25 y un 28% de la inversión directa chilena está invertida en Brasil, con un stock acumulado que se calcula en alrededor de unos 45.000 millones de dólares, haciendo una estimación conservadora. Y en la fila de postulantes para ingresar a los BRICS hay países como Tailandia, Nigeria e Indonesia. Este último, con 280 millones de habitantes y un PIB de US$1,5 billones, no demasiado alejado de los 2,3 billones de Brasil o los 2 billones de Rusia (datos del año 2024), y muy por encima de Arabia Saudita y Suiza.
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Carlos Monge Arístegui, Doctor en Relaciones Internacionales por el Programa San Tiago Dantas (UNESP, Unicamp, PUC-SP).
Renzo Burotto Pinochet, Magíster en Estudios Internacionales del IEI, Universidad de Chile.